Capítulo 33 Demonios en la Cena
Para Leila, el tiempo pasaba de manera distinta a los demás en el salón comedor. La sangre caía y gota a gota se mezclaba con el vino en la copa del inquisidor. El olor ferroso del líquido carmesí colmó el aire haciendo salivar a Leila que apenas podía contenerse en su silla. Su garganta ardía con la sed doliente del frenesí de sangre. Desde luego fue la primera en advertir que el hombre se había cortado con todo el propósito de descubrirla. Tan pronto la filosa navaja del cuchillo entró en la piel del hombre, el aroma inconfundible y punzante de la sangre pareció abofetearle, más trataría por todos los medios de no reaccionar como un vampiro lo haría ante la presencia expuesta del líquido carmesí.
Solo habían pasado un par de segundos. El inquisidor colocaba el cuchillo en la mesa y miraba fijamente a Leila esperando una reacción, pero Leila no se volteaba a ver cómo ladearía un lobo hambriento al olfatear una presa cercana... No si podía. Tenía que actuar como una vulgar humana y esperar a que alguien más se diera cuenta del desafortunado accidente con el cubierto de mesa.
Alguien... alguien más se dio cuenta...
Un gruñido casi gutural se escuchó a un extremo del comedor, seguido por el grito de una de las doncellas que hizo que todos se voltearan a ver. Waldira avanzaba paso a paso hacia la mesa como un depredador al acecho. Sus ojos color ámbar brillaban con tonos rojos y de su boca asomaban puntiagudos un par de colmillos.
Las sirvientas salían huyendo despavoridas del salón comedor vociferando.
—¡Por Dios! ¡Qué es eso!— gritó la madre superiora.
—Es un vampiro—, un sorprendido Gui contestaba, viendo como Waldira avanzaba hacia él y no Leila como esperaba. Volvió a tomar el cuchillo de sobre la mesa con una mano y con la otra sacó un crucifijo de su bolsillo—. ¡Legionarios!—, gritó. —Un demonio anda suelto!
El caos se apoderó del salón comedor. Los comensales abandonaban la mesa dando alaridos de terror en el momento en que Waldira brincó sobre la mesa y avanzando como una bestia tirando al suelo todo lo que había en ésta se abalanzó sobre el inquisidor Gui, derribándolo al suelo con todo y silla.
El lugar se lleno de soldados. Leila en una esquina cubría con su cuerpo al joven Dierk, más para evitar que la estúpida de Waldira lo atacara que un tomado por error instinto maternal. El Vogt sacaba una de las espadas que adornaban la pared. Las mujeres que quedaban lloraban y rezaban apiñadas en una esquina del comedor.
Mientras en el suelo, Gui forcejeaba con la vampiro que amenazaba con enterrar sus filosos colmillos en su cuello.
Uno de los clérigos parte del séquito de Gui arrojó agua bendita sobre las espaldas de la endemoniada sirvienta que al contacto chilló del dolor. Gui aprovechó el momento de distracción de la mujer para arrastrarse hacia atrás aún de espaldas en el suelo, desarmó el crucifijo que tenía en sus manos, sacando una daga plateada de la parte inferior.
Con un movimiento rápido y certero enterró el puñal en el costado de la mujer vampiro. Ésta se retorció y dejó escapar un grito estridente de dolor. La sangre negruzca y espesa brotaba de su costado. De inmediato, uno de los guardias desenvainó su espada y atravesó el torso de Waldira, saliéndole un extremo por el pecho.
La criatura infernal se desplomó al suelo, donde un segundo soldado de un solo golpe, cortó su cabeza. Esta rodó por el suelo cayendo a los pies de Leila. Los ojos sin vida de Waldira parecían mirar fijamente acusando a la pelinegra. La condesa fingió asco y terror al tener tan cerca de ella la cabeza decapitada de la vampiresa. Se aferró a Dierk que cerraba sus ojos y tembloroso buscaba refugio tras las faldas del monstruo disfrazado de oveja que era Leila.
Todos en el comedor quedaron de una pieza, atónitos ante lo que acababan de presenciar.
—¡Qué demonios fue eso!—, preguntó alterado el Vogt, mientras caminaba a abrazar a su hijo y a Leila.
—Eso, Vogt era precisamente eso, un demonio de la peor calaña. Se les conoce como vampyr o vampiro. Es un tipo de posesión demoníaca que ocurre en el momento en que un humano es mordido por uno de estos y su sangre se contamina—, explicó el inquisidor ante la mirada incrédula de Lord Berkhard.
—¿Y está muerta?— preguntó Leila con voz temblorosa desplegando sus dotes de actriz.
El inquisidor pensó un poco antes de contestar pues creyendo que era Leila la vampiresa, resultó ser la sirvienta. —Si, doña Alina. La manera de matar un vampyr es decapitándolo y quemando sus restos—. Y dirigiéndose a sus hombres les ordenó, —Ustedes saben qué hacer. Con cuidado llévense el cuerpo y preparen la pira. Yo iré en un rato.
—¿Pero de dónde salió? ¿Cómo ha estado entre nosotros sin darnos cuenta?—, inquirió una histérica Hermana Adelaida.
—Los vampiros se las han ingeniado para vivir entre nosotros los humanos desde la creación del mundo. Su raza proviene de los mismos ángeles y demonios, siendo de estos últimos que su progenie ha surgido y trasciende por ser descendientes del mismo Adán y su primera esposa Lilith.
—¡Cómo es posible! ¡Cómo es que no se nos habla de ello en los monacatos y seminarios eclesiásticos! Sabríamos luchar contra estos hijos de Satanás entonces.
—Hermana Adelaida, hay cosas que es mejor que los humanos no sepan. Es el mejor y único interés de la iglesia salvaguardar la integridad del ser humano y protegerlo tanto espiritual como físicamente de las mil formas que tiene Lucifer para tentarnos y destruirnos. Esta es una de ellas, una de las criaturas más peligrosas y abominables entre los hijos del demonio.
—¡Qué horror inquisidor! ¡Gracias al cielo que usted estaba aquí!—, exclamó Leila hipócritamente.
—Afortunadamente, mi accidente con el cuchillo de mesa sirvió para descubrir que había un demonio maldito viviendo entre ustedes. ¿Quién lo diría, verdad? Estas sanguijuelas sin alma se han propagado como las cucarachas asquerosas que son. Yo he estado tras el rastro de una de ellas. Una alimaña escurridiza que ha hecho de las suyas desde Suavia hasta Bamberg. Y no descansaré hasta dar con ella y acabar con su maldita existencia.
Leila solo asintió con disimulo sabiéndose aludida. Como si la cosa no fuera con ella se dirigió al que ahora era su prometido, —Mi amor, es mejor que llevemos al niño a su cuarto. Se ve que está muy afectado con todo esto.
—Tienes razón mi adorada. Llevemos al Dierk a su alcoba para que se tranquilice—, le respondió el Vogt a Leila para luego dirigirse al inquisidor—. Inquisidor Gui, tiene todos mis recursos a su disposición para deshacerse del cuerpo del monstruo ese y si necesita algo por favor déjemelo saber. Quedan ustedes en su casa. Me retiro y estaré con su merced más tarde.
Lord Berkhard se retiró junto con su hijo y Leila quien había hecho un papel magistral disimulando su esencia demoníaca. La pobre Waldira <<Tan estúpida>>, pensaba la pelinegra, no se pudo contener y por poco la descubren a ella. Afortunadamente, Gui se conformó con haber acabado con la miserable existencia de la insignificante sirvienta y no siguió insistiendo en la cacería de vampiros. Algo era seguro, él creyó haberla encontrado, así que era mejor seguir actuando con astucia y cautela para evitar correr la misma suerte que Waldira.
El inquisidor daba instrucciones a los sirvientes de echar en un saco todo lo que hubiese tocado la sangre de la fenecida vampiresa para tirarlo a destruir en la pira que los legionarios preparaban en el patio anterior al castillo del Vogt.
Mientras pensaba en interrogar a los demás sirvientes y verificar que ninguno hubiese sido atacado o mordido mientras dormía, de su mente no podía sacarse el rostro de la joven Alina. Su parecido con la maldita condesa de Suavia era increíble. Más al ver que no reaccionó ante la sangre o la muerte de otro vampiro dio por concluido que no era ella.
—¿Dónde estarás oculta Leila Von Dorcha? Algún día te encontraré y acabaré contigo—, murmuraba frustrado el inquisidor mientras caminaba para reunirse con los legionarios para terminar con el chivo expiatorio que había resultado Waldira.
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Leila
VampireLeila es una joven impetuosa, de espíritu libre. A sus diecinueve años conoce a un joven que será su desgracia. La hermosa pelinegra jamás imaginó lo que aquel extranjero tan apuesto y seductor escondía tras su deslumbrante apariencia...