Capítulo 32 Amuletos y sangre sobre la mesa

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Capítulo 32 Amuletos y sangre sobre la mesa

Leila se encontraba sentada bajo un enorme árbol intentando morder una manzana, mientras el pequeño Dierk mojaba sus pies descalzos en las orillas del riachuelo.

En esos momentos Waldira se acercaba para hablarle en un murmullo prácticamente ininteligible.

—Señora Leila.

—Alina, Waldira. El mocoso así me ha nombrado. Recuerda que olvidé mi nombre—, Leila interrumpía a la sirvienta para corregirle, señalándole al niño que correteaba una liebre.

—Disculpe, señora Alina, es que hay algo muy importante que tiene que saber—, la sirvienta aún hablaba quedo, pero denotaba tensión en su tono.

—¡Ay Waldira, qué pasa! Traes una cara de horror que hasta me inquietas.

—Tenemos visita... Los inquisidores están en el castillo. El Vogt procura su presencia.

—¡No puede ser Waldira! ¿Estás segura?¿Hay alguno conocido?— el rostro de la condesa palidecía aún más de lo usual.

—Bernardo Gui—, Waldira contestaba.

—¡Maldita sea! ¿Qué querrán esos imbéciles?

—No se mi señora, pero es mejor que venga.

—Sí, creo que sí. A ver qué se me ocurre—, La pelinegra le contestó a su sirvienta y de inmediato se puso de pie. Endulzando su voz, llamaba al hijo del Vogt, —Dierk, amor, nos tenemos que ir! Hay visita en la casa de tu padre.

—Allá voy Alina—, contestaba muy obediente el chiquillo y corría presuroso y sonriente hacia Leila.

Una vez en el castillo, entraba Leila de la mano de Dierk. Detrás les seguía una cabizbaja Waldira quien intentaba ocultar sus nervios y su aversión por los crucifijos y las sotanas. Haber sido una ramera antes de ser convertida por Leila, nunca le valió una banca en la iglesia, así que los religiosos nunca le resultaron agradables, mucho menos ahora que era un demonio.

En la sala principal, en efecto, estaban Bernardo Gui con otros dos clérigos y la hermana Adelaida. Leila sonreía lo más que podía y esperaba que su vestido azul cielo y sus trenzas adornadas con flores le hicieran irreconocible ante el inquisidor.

—Oh, aquí está la mujer de quién les hablaba. ¿No es hermosa, excelencia?— Lord Berkhard extendía su mano invitando a Leila a acercarse mientras se dirigía a Gui.

Leila se aproximaba con cautela de la mano del joven Dierk. En su rostro se dibujaba una mezcla de timidez e inocencia que bien camuflaba el recelo al acercarse tanto a quien la buscaba para acabar con ella por más de una década. Y solo esperaba que los años y su fingida candidez le ayudarán a salir incólume de esta.

—Si que lo es—, comentaba el inquisidor una vez tuvo a Leila cerca—, Y no sé porque tu rostro me es tan familiar—. El hombre estudiaba a la pelinegra con insistencia. —A ver, ¿cómo te llamas pequeña?

—Alina—, ripostó de inmediato Dierk.

—Hijo, no te están preguntando a tí—, Lord Berkhard reprendió al niño por su intromisión—. Le ruego le excuse Obispo Gui, es que mi hijo le tiene mucho cariño a la muchacha. El mismo le ha escogido el nombre y le ha llamado Alina.

—¿Cómo que escogido el nombre? No entiendo—, habló un confundido Gui.

—Usted verá, su eminencia, es que esta pobre muchacha fue hallada tirada en el bosque muy mal herida y desgraciada. Al parecer recibió un golpe tan fuerte en la cabeza que ha olvidado toda su vida anterior a llegar aquí. Como no tenía nombre, el joven Dierk, le ha llamado Alina—, explicó la madre Adelaida.

LeilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora