Capítulo 30 Tragicomedia en Nordhausen

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Capítulo 30 Tragicomedia en Nordhausen

Albert, el sirviente de Leila, permanecía de pie mirando a su ama con una mezcla de confusión, asombro y remordimiento.  Su pecho desnudo y bien formado, al igual que el resto de su cuerpo, se movía agitado, como quien respira trabajosamente luego de un gran trabajo físico. Sobre su piel de mármol exhibía algunos rastros de sangre seca y oscura. Sus puños cerrados y tensados lucían hinchados y de igual modo estaban manchados con sangre.

Leila yacía en el piso con sus vestiduras rasgadas y su piel llena de moretones. Por sus muslos, unas finas hileras de sangre dejaban trazos de una experiencia sexual no muy grata, pero si muy violenta. La vampiresa palpaba con cuidado su rostro, en especial su labio inferior, que estaba partido. Sin embargo, en su boca se dibujó una sonrisa maligna, como si aquello le causara satisfacción.

En una esquina, Waldira observaba atónita la escena cubriéndose la boca con sus blancas y delicadas manos. —Creo que te has excedido Albert. Doña Leila se ve muy maltrecha—, dijo la sirvienta con voz alterada y temblorosa.

—Discúlpeme ama... Pero usted me pidió...

—Yo sé lo que te pedí Albert... ¡Auch!—, Leila dejaba escapar un quejido lastimero—. Y lo has hecho muy bien... Dime, ¿lo disfrutaste?

—¡No mi señora!— Respingó de inmediato el hombre, mas asustado que sincero.

—¡Ay no seas hipócrita Albert! ¿A qué hombre no le gusta tomar a su hembra a la fuerza como si fuera una bestia del campo? ¡Son todos unos brutos!

—¿Y a usted, doña Leila, le gustó?— Albert le preguntaba a su ama acercándose a ella con ademanes de cariño y terneza.

—¡Claro que no Albert, no seas estúpido! El placer sexual estriba en el ritual mismo de la seducción y la complacencia. ¡Jamás en los golpes y el abuso! Si fuere de esa manera seria mas fácil atraer a los humanos halados por los pelos y nuestra belleza no serviría de nada. Además tu sólo eres mi sirviente. No seas tan creído... ¡Ay, en verdad que me duele mucho! Te has lucido Albert.

—Se acercan los carruajes, mi señora—, advirtió Waldira.

—Si, ya están cerca. Ahora corran lejos y escóndanse en el bosque. En dos semanas los veo en la villa. Mientras, traten de mantenerse lejos del pueblo y no hagan estupideces.

Albert y Waldira solo asintieron  y montando la carroza de Leila, salieron rápido del lugar.

—Bien, es hora de comenzar el acto. Vamos Leila, demuestra cuan buenos son tus dotes de actriz—, Leila se dijo así misma con sinismo mientras casi arrastraba su cuerpo golpeado hasta la orilla del camino romano que llevaba hasta la villa de Nordhausen.

A la distancia se veían acercándose los corceles en tropel brioso por la carretera que cruzaba el boscaje. Leila se paró en medio del camino justo en el momento indicado para ser vista por los jinetes que dieron orden a los caballos a detenerse. Y como parte de una tragicomedia griega, Leila quien lucía como un espectro con su cabello desarreglado, su vestido en harapos y cubierta en moretones y sangre, colocó sus manos cubriendo sus pechos casi dejados al descubierto y se dejó caer fingiendo un desmayo.

Las tres carrozas se detuvieron al instante. Del segundo carro se bajó flanqueado por dos guardias un hombre de no más de cuarenta años de edad elegantemente ataviado y quien se movió sin titubear a ver quien yacía en medio del camino.

—Pobre criatura. ¿Qué alma desalmada le habrá hecho tal atrocidad?-, habló el hombre con una mezcla de pena y ternura—. ¡Ulrich, Randolph! Cárguenla con cuidado hasta mi carroza y recuéstenle. La llevaremos con nosotros al castillo.

—Sí Vogt Berkhard—, respondieron a coro los guardias una vez levantaban en brazos a Leila del suelo.

La Von Dorcha fue recostada en uno de los bancos acojinados de la carroza ante los ojos fija mirada de un niño. El Vogt se montaba en su carro junto al pequeño de rizos dorados y expresivos ojos azules.

—¿Quién es ella padre? ¿Qué le ha pasado? ¿Por qué luce así?—, preguntó el niño.

—No se quien es Dierk, pero le ha ocurrido una desgracia y hay que ayudarla—, contestó el Vogt a su hijo mientras le abrazaba para calmarlo por la súbita impresión.

—Es muy hermosa, padre.

—Sí  que lo es, hijo... Muy hermosa.

Ya en el castillo en la villa de Nordhausen, la habitación dormitorio donde habían llevado a Leila se llenó de sirvientes. Unos laboriosos, obedecían ordenes y bañaban a Leila con un paño húmedo sobre la cama y otros traían vestimenta, toallas, víveres, infusiones; los demás entraban y salían entre murmullos y miradas curiosas y de asombro o tristeza al ver las condiciones de la recién llegada.

Vogt Berkhard entraba a la recámara una vez las doncellas cubrieron el cuerpo desnudo de Leila con una sábana. Una mujer mayor vestida con hábitos blancos terminaba de untar un ungüento pastoso de color caramelo en las heridas de las piernas de la pelinegra quien aún fingía magistralmente estar dormida.

—Dígame, hermana Adelaida, ¿cómo está la muchacha?—, preguntó el hombre en voz baja.

—Está muy débil. La pobre al parecer fue violentada por más de un hombre y de manera bestial. Las manchas purpúreas en sus muslos denotan la brutalidad del ataque. Había sangre en su entrepierna, pero no mucha, así que tal vez no haya daño en su vientre que le ocasione una pérdida masiva de sangre. Se ve una mujer fuerte. Sobrevivirá.

—¿Qué recomienda usted como parte de sus cuidados?

—Descanso. No la despierten. Su cuerpo dirá cuando esté listo para despertar... Pero no se preocupe Vogt Dietrich, yo estaré al pendiente de ella.

—Se lo agradezco mucho hermana. Sé que la cuidará muy bien, tal y como cuidó de mi amada Judith hasta el día de su partida a morar con el Señor.

—Así sea. Su mujer era una santa... Ahora me retiro a preparar un mas ungüento de salvia y miel que ayudará a cicatrizar las cortaduras en la piel de la joven. Con permiso.

—Vaya hermana. Gracias.

La religiosa se retiró del cuarto y tras de ella las sirvientas. Dietrich se quedó de pie junto a la cama observando a Leila.

—No concibo que alguien haya podido cometer tal maldad contra una mujer tan delicada e indefensa... y bella. Quien fue debe recibir toda la ira de nuestro Señor Jesucristo en castigo. Canallas abusadores de mujeres. No tendrán nunca cabida en Nordhausen. Sin embargo tú mi pequeña, estarás bajo mi cuidado y protección—, el hombre hablaba para sí mientras acariciaba los cabellos de azabache de Leila.

Al cuarto volvían varias de las doncellas con un camisón. —Disculpe, Vogt Berkhard. Vamos a vestir a la joven—, una de las muchachas le habló al señor haciendo una reverencia.

—Claro, las dejaré para que cuiden de ella como es debido. Cualquier cambio en su estado, no duden en avisar.

—Sí Lord Dietrich—, contestaron a coro las sirvientas y el hombre se retiró de la habitación dejándolas cuidar a la pobre mujer que él había encontrado en el camino.


***Para el siglo 12 Nordhausen era una ciudad imperial libre en Germania. Era una villa moderna para lo que se consideraba en la Edad Media. Habían varios monacatos y abadías en sus cercanías. Un Vogt era el oficial designado por el rey para gobernar una ciudad imperial libre.

A ver como le va a Leila entre tanto religioso. ¿Se habrá metido en la boca del lobo o habrá un propósito para esto?

LeilaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora