Capítulo 28 Sorpresas y Profecías

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Capítulo 28 Sorpresas y profecías

Las puertas de la abadía de Brandemburgo se abrían de par en par dando entrada a la guardia eclesiástica que escoltaba a los inquisidores. Bernardo Gui era un joven obispo impetuoso y su reputación de ser un hombre de fe, inclemente ante los herejes le habían ganado gran reputación dentro del alto clero. Había sido premiado con el obispado de Tolosa, pero era asignado a investigar, atrapar, enjuiciar y destruir todo aquello, humano o no, que atentara contra los intereses de la Sacrosanta Iglesia Católica Apostólica y Romana.

El clérigo entraba altivo, su capa color púrpura ondeaba elegante en su marcha orgullosa y en su mano cargaba un saco de cuero negro. Junto a el monseñor Rudrich, otro recién nombrado sacerdote destacado a las regiones sajonas del imperio germano.

Al fondo del salón se encontraban tres miembros de la iglesia, cual de ellos de más alta jerarquía, sentados en una mesa rectangular. Parecían estar discutiendo asuntos de gran importancia pero al ver a los recién llegados, se pusieron de pie de inmediato. La primera en ponerse de pie lo fue una monja ataviada con un hábito azul cielo elegante y finamente elaborado que daba a indicar que no era una religiosa cualquiera.

—Profetisa Hildegarda—, se dirigió Gui a la superiora, haciendo una reverencia.

—Abadesa, Gui. Los dones del espíritu no son un título de nobleza—, corrigió estoica la monja—. Bendecidos sean los inquisidores. Pueden ponerse de pie Obispo Gui, monseñor Rudrich, ¿Han traído la prueba?

—Si abadesa. En este saco está la cabeza de la Von Dorcha—, respondió Gui levantando en alto el saco cual trofeo.

—Póngalo encima de la mesa—, ordenó la religiosa—. Y el resto del cuerpo, ¿lo desmembraron e incineraron?

—Si—, contestó el inquisidor español mientras caminaba hacia la enorme mesa de madera de ébano al final del salón—. Cuando entramos al castillo en Regensburgo, los locales ya la tenían aprendida. Los guardias y los campesinos la desmembraron y quemaron ante nuestros ojos. Aquí está la prueba final: la cabeza de la endemoniada mujer.

—¿Los locales ya la tenían aprendida? Me parece interesante. A ver, saque la cabeza del saco. Lo quiero comprobar con mis propios ojos.

Bernardo Gui procedió a hacer lo que pedía la gran profetisa Hildegarda Von Bingen. Esta aguardaba impaciente, sus ojos fijos en el saco, mientras era vaciado y la cabeza de la mujer era sacada y colocada sobre la mesa. Unos hilos de sangre negruzca y hedionda chorrearon sobre la superficie de madera oscura. Los oscuros cabellos cenizos desaliñados cubrían parte de aquel rostro pálido y enjuto. De la boca entreabierta de la fenecida vampiresa se asomaba un par de largos y puntiagudos colmillos. Sus ojos abiertos eran dos zafiros brillantes y vacíos que adquirían matices grises como los ojos de los fallecidos.

El rostro de la monja palideció primero y luego adquirió un tono rojizo. Sus gestos cambiaron de asombro a coraje y en un tono iracundo se dirigió a Gui, —¡Esta no es Leila Von Dorcha, condesa de Argengau!

—¿Pero, cómo? ¡No puede ser abadesa! Le aseguro que esta es la cabeza de Leila—, contestó un confundido Gui.

—Lamento informarle obispo, que esta cabeza no es la de la condesa.

—¡Imposible! Seguimos todas las pistas y los aldeanos nos llevaron hasta ella y frente a nosotros fue entregada por una de sus doncellas. La vampiresa fue decapitada por mi verdugo.

—La soberbia no es una virtud inquisidor; nubla los sentidos. Es una vampyr si, pero no es la Von Dorcha. Ustedes fueron engañados para creer que esta era la maldita criatura.

—Pero, abadesa. Debe haber un error—, intervino un incrédulo Rudrich.

—Claro que hay un error... Un error garrafal que cometieron ustedes por dejarse llevar por lo que se les fue dicho sin investigar más allá... A ver, ¿interrogaron a la vampyr? ¿La torturaron hasta hacerla confesar sus crímenes contra Dios y contra la iglesia?

—Bueno, no, pero...

—Pero nada inquisidor—, interrumpió la abadesa—. Su merced no procedió como es debido y aunque le felicito por acabar con uno de estos demonios, no trajo la cabeza de la condesa. Esta, le aseguro no es Leila Von Dorcha. Recuerde que mi monacato principal está al norte de la región de Suavia. Los locales cuentan de sus ojos negros como la noche y los trovadores cantan a su belleza y a un par de brillantes ónices, hipnóticos y seductores que embelesan a los mortales, los seducen y luego de que fornica con ellos les drena la vida... Los ojos de esta son azules como el cielo.

Gui y Rudrich miraron la cabeza decapitada de la vampyr y en efecto pudieron ver lo azules de sus irises. Enmudecieron, al no poder hallar excusa para su terrible error, error que provocó que Leila siguiera con vida, en algún lugar de Germania.

—¡Esto es terrible abadesa! La profecía que le ha sido revelada se puede cumplir.

—Eso me temo Abad Godofredo—, la religiosa habló con desaire, se volteó hacia la enorme cruz de mármol a sus espaldas y cerró sus ojos—. Vendrá un día nublado de otoño en el que un demonio vestido de mujer seducirá a una virgen. Un rey y su heredero prestado cruzarán destinos y correrá la sangre en la ribera del Rin. Y el que una vez llevó en alto el blasón de la cruz de Cristo, desposará a la virgen y tras esta unión, la iglesia caerá en Germania y no habrá heredad—, la abadesa abrió sus ojos verdes llorosos y se volteó a mirar a los inquisidores. —Leila llegará hasta nosotros, pero yo ya no estaré en este mundo para verla. Ustedes sí. Habrá una guerra infernal en el imperio, tal y como nuestro Dios lo ha dicho en sueños a esta humilde servidora. Ese será el momento en el que Leila aparecerá nuevamente. Por otro lado, hay cientos de ellos uniendo fuerzas al sur y allí es que ustedes deben ir ahora...  Su existencia no debe salir a la luz. Y aquí ya nada se puede hacer, solo esperar el tiempo que el Señor ha dispuesto para ello... Pueden retirarse monseñor Rudrich, Inquisidor Gui. Bendecidos sean. Vayan con Dios.

Los clérigos se retiraron cabizbajos mientras la abadesa contemplaba con tristeza la cabeza de la vampyr sobre la mesa.

***Capítulo corto pero importante en la historia. La profetisa Hildegarda Von Bongen fue una abadesa muy influyente en la Alemania católica del siglo 12. Fue profeta, escritora y médico (aunque la iglesia prohibía la medicina para ese entonces) respetada. Fundo varios conventos y monacatos por toda Germania. El monje Godofredo de Disibodenberg le sirvió como amanuense y documentó muchos de sus hechos y profecías.

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