Le creía, a ella le creía, sabía que Greace no era así, pero era muy tarde para arreglar lo que hizo y eso jamás se lo perdonaría. Hace menos de una semana todo parecía perfecto entre ellos y justamente ahora, su vida estaba siendo saboteada por Erika, y todo eso lo notó horas antes de darse cuenta de que había perdido a Greace para siempre.
Sus dudas son su peor enemigo, ya no era que sintiera o no algo por Erika, era que no supo cómo decirle a Greace lo que sentía, que ni él mismo estaba seguro, hasta hace unos minutos que se imaginó cómo sería su vida sin ella. Sin la chica que había elegido meses atrás y que necesita tanto tenerla cerca.
Esa última noche en Austroa, Greace trató de no pensar en Chris, pero no pudo evitar que los recuerdos de los últimos meses se apoderaran de ella, los gemelos, Ashley y sus travesuras la hicieron esbozar una sonrisa. Iba a extrañar a esos pequeños sin duda. Dormir se le hizo imposible, en pocas horas estaría en un barco con destino a Wajayland y en una semana llegaría allí. Comenzaría su nueva vida y trataría de seguir con sus planes.
Justo cuando los primeros rayos de sol se asomaban en el cielo, dos guardias acudieron a las mazmorras para escoltar a Greace al carruaje que la llevaría hasta el puerto. Sin esposas, sin cadenas, sin nada que la señalara como una criminal, esas habían sido las órdenes del Rey. Greace no accedió a cambiarse de atuendo y mucho menos a tomar un baño antes de salir del palacio.
Mientras descendía por las incontables escaleras escuchó la voz de Antoine gritar.
–Greace, no te vayas... – un sollozo se escapó de los labios del pequeño y Greace se volteó para ver a los tres niños en uno de los balcones llorando.
Por más que quiso no pudo ocultar su tristeza al dejarlos. Agitó su mano en señal de despedida y esta vez fue Fernando quien se decidió a hablar con la voz quebrada.
–Prometiste terminar el libro...
¿De cuantas maneras se puede romper un corazón? Era lo qué pasaba por la cabeza de Greace en ese momento viendo a los niños sufrir su partida.
No todos los recuerdos de este palacio eran malos, la mayor parte del tiempo la pasaba de maravilla con los pequeños. Quizá no fuera su madre, pero hubo un momento en el que quiso intentar llenar ese hueco. La vida les regaló algo mejor a ellos, su verdadera madre y debían estar contentos por eso.
No pudo hablar y no quería que ellos la vieran llorar, así que prefirió seguir su camino sin mirar atrás.
Aún sentía los sollozos de los tres niños en su cabeza cuando su mirada se encontró con la de Chris que estaba acomodándose para acompañarla por el camino.
Ella se detuvo, lo miró alarmada y con rabia.
–¿No pensarás venir conmigo?
–Te acompañaré hasta Wajayland, no quiero que nadie piense que has cometido un delito, no mereces esa humillación. – Chris trataba de hacer algo bien.
–Puedes ahorrarte el viaje, no quiero que me acompañes.
–No pienso dejarte hacerlo sola– Él esperaba que ella se subiera al carruaje, pero eso nunca sucedió. Greace seguía parada en el mismo lugar de antes.
–No vengas. –Parecía más orden que una petición.
–Greace...
–¿Para qué quieres venir?– preguntó ella molesta.
–Quiero decirle a tu padre lo mal que lo he hecho y rogar el perdón de ambos. – contestó sin dejar de mirarla a los ojos.
–Te perdono, no le tienes que pedir nada a mi padre, ahora puedes quedarte. –La sequedad con qué pronunció cada palabra, delataba la gran mentira que significa ese perdón.
–No, no lo haces.
–No me corresponde a mí hacerte creer nada, no pienso subirme a un barco contigo. –su paciencia estaba empezando a agotarse.
–Lo siento. –Chris estaba a punto de romperse.
–¿Cómo está tu corazón después de romperme el mío?
–Greace... yo no quise hacerlo.
–Quiero irme sola, déjame pensar que de verdad lo sientes y no me hagas sufrir más.– Esta vez no le pudo sostener la mirada, por más que quisiera ser fuerte, Greace se sentía destrozada.
–Está bien, pero promete que por lo menos le escribirás a los niños, ellos te quieren mucho.
–Siempre estarán en mi corazón.
Sin más que decir, Chris se apartó del carruaje para cederle el paso a Greace que se acomodó sin mirarlo siquiera y así hizo, hasta que salió del palacio.
Greace había dejado una parte de ella en Austroa. Ya no era la misma chica de 20 años que volvía a Wajayland, era más que eso, estaba lista para hacer lo que antes no se había atrevido.
Regresó a casa con más fuerza que nunca, su dolor por Chris se había convertido en una espacie de empuje para sacar a la mujer luchadora que llevaba dentro.
El recibimiento de su pueblo fue acogedor, todo le parecía diferente desde la última vez que estuvo. La gente se mostraba más feliz y a su parecer el índice de pobreza había descendido. Por lo poco que pudo escuchar de los propios pobladores la ayuda que habían recibido de Austroa había servido para satisfacer las necesidades de todos y emprender un nuevo camino en las negociaciones con otros reinos.
Greace se sentía satisfecha sabiendo que había hecho un bien para su gente, y se prometió a sí misma no permitir que volvieran a caer en la pobreza.
Sus padres la acogieron con cariño, ella les había escrito una carta desde el barco contándoles lo sucedido. El Rey Conrand que se sentía culpable por haberla hecho pasar por esa situación, no dejaba de repetir una y mil veces que le acababa de declarar la guerra a Austroa y que lucharía por la dignidad de su hija.
A Greace no le sorprendió su reacción, pero no compartió las formas de su padre, ya tenía un plan y faltaban pocas semanas para que se pusiera en marcha.
La Princesa de Wajayland luego de cenar con sus padres, corrió a su habitación para escribirle una carta a la única persona que la podía ayudar en estos momentos y ese era el Rey Adam de Logvine.
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Que me ames (Terminada)
Historical FictionGreace es la princesa del reino de Wajayland, tiene 20 años y sueña con tener múltiples aventuras a lo largo de su vida. Su sorpresa llega cuando su padre le informa que debe casarse con el rey de Austroa. Christopher es un hombre de 35 años padre d...