El plan

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Caminaron por el pueblo con precaución, más de una vez pasó la idea por sus cabezas de que los esperaba una trampa. Escoltados hasta el castillo por los caballeros de Claw, Greace tuvo la sensación de que algo malo pasaría.

Al llegar a la puerta principal los caballeros se detuvieron. Las enormes puertas de madera se abrieron y apareció tras de ellas la figura de un hombre fuerte de unos 40 años, con cierta dificultad para caminar que se dirigía hacia ellos.

Todos los representantes de los reinos se prepararon para saludarlo, aunque fuera una situación incómoda.

–¿A qué se debe el placer de verlos a todos reunidos en mi reino? – Algo en su voz le hizo parecer nervioso, detalle que todos notaron, además de la herida que sobresalía en su pierna izquierda.

Castro era un hombre alto, con la piel quemada por el sol, lo que lo hacía parecer más mayor de lo realmente era. Sus ojos eran igual de azules que los de Chris, pero estos reflejaban una maldad escalofriante.

–Venimos en son de paz. –El Rey Conrad fue el primero en acercarse a saludar.

–Me alegra oír eso. –respondió cortante –Primo, me sorprende verte. – El Rey de Claw no dejaba de mirar a Adam con curiosidad.

–A mí también en ese estado ¿qué te ha pasado? – Adam se acercó y ambos se hicieron una reverencia.

–Me tendieron una emboscada la semana pasada, logré escapar. –Contestó esbozando una sonrisa falsa.

Greace se acercó para dejarse ver y se ubicó justo al lado de su cuñado Albert y su primo Jorge III.

–Ah, pero si voy a tener el placer de conocer a otra víctima de mi hermano.–Se emocionó Castro alzando las manos al aire y mirando a Greace con descaro.

–No hemos venido hablar de mis problemas con Austroa, pero si nos permite quisiéramos hablar con usted. –Todos notaron la descortesía por parte del Rey de Claw al no invitarlos a entrar e incluso después de lo dicho por Greace, seguía sin intensiones de que accedieran al castillo.

–Me sentiría mejor si conversáramos lejos de mis tierras. – Ahora todos estaban incluso más sorprendidos.

–Fueron varios días de viaje, salir de Claw nos dejaría sin energías para plantearle nuestra propuesta.–Contestó el rey Jorge III con enfado.

Por alguna razón, El Rey de Claw se sintió amenazado por las palabras dichas y preguntó molesto

–¿Cómo lo supieron ? –Todos los presentes se quedaron asombrados mirándose unos a otros. –¿Cómo se enteraron? – Gritó Castro y esta vez agarró una espada perteneciente al guardia que se encontraba a su lado.

Todos los reyes reaccionaron con la misma rapidez y Greace se protegió tras su primo y su cuñado.

–¿De qué hablas ? –Le exigió Adam para que se explicara. No entendía el comportamiento de su primo.

–No se hagan los desentendidos, alguien les advirtió que mi ejército no estaría y que estoy herido, habéis venido todos para destronarme. –Castro apretó su espada con fuerza y estaba dispuesto a defenderse a cómo diera lugar.

–¿Dónde está tu ejército? –Preguntó Greace sin que la pudiera ver.

–Austroa debe estar ardiendo ahora mismo. –Greace dio un paso al frente con la confesión y preguntó sin rodeos.

–¿Quién te permitiría entrar? – Aunque ya sabía la respuesta necesitaba estar segura de que sus sospechas eran ciertas.

–Erika les abriría las puertas del palacio, si tuvo suerte, logró asesinar a Christopher anoche. – Greace casi se desmaya con sus palabras, su corazón se detuvo unos instantes, pero un gritó de guerra la devolvió a la realidad.

No tenía sentido que llegasen a una negociación con el Rey de Claw si Austroa estaba siendo atacada. Las circunstancias los habían llevado hasta allí y contando con los hombres que los acompañan tenían todas las posibilidades de acabar con Claw.

El primero en darse cuanta de eso fue el mismo Castro que empuñaba su espada contra su primo Adam.

Antes de que pudieran pestañear todos comenzaron a atacar. Greace logró escabullirse y trató de subirse a un caballo, pero fue atrapada por uno de los hombre de Claw que la agarró por el pelo. Tratando de encontrar la manera de defenderse rasgó con sus uñas la mano que la sujetaba, pero esta acción pareció imposible hasta que sintió que su agresor cayó al suelo. Gracias a su padre que logró derribarlo a tiempo para que no le hicieran daño.

Sus hombres los rodeaban para protegerlos y pudieron ver como Adam seguía luchando contra Castro. No eran muchos los caballeros que quedaban del bando contrario, pero esta guerra terminaría cuando su Rey muriera y esa tarea estaba siendo muy difícil a pesar de las heridas que este presentaba.

Por lo que pareció una hora solo se escuchaba el golpeo de las espadas, unas contra otras o contra algunos cuerpos. Menos de cinco hombres de Claw quedaban con vida y entre ellos Castro.

Adam estaba agotado y no podría esquivar por mucho más tiempo la espada de su primo. Los demás trataban de ayudarlo pero era imposible meterse entre ambos contrincantes. Greace estaba sobre uno de los caballos, mirando a menos de 50 metros los movimientos de su enemigo. Una idea recorrió su cabeza y antes de ponerse a pensar si funcionaría, animó al caballo para que corriera hacia los reyes. Un simple despiste era lo que necesitaba Castro para perder esta lucha y era junto lo que ella le iba a regalar.

Agarrándose con fuerza, le hizo señas al caballo para que fuera más rápido y justo antes de llegar al lado de los dos Reyes, haló hacia atrás la cuerda para indicarle al animal que se detuviera. Obligándolo a levantarse en dos patas y relinchar de una manera alarmante que logró robarse la atención de todos. Ese segundo de confusión para ambos espadachines fue el necesario para que el Rey Conrad que captó las intensiones de su hija desde que la vio acercase, se colocará detrás del Rey de Claw y clavara su espada en el cuerpo de este haciéndolo caer de rodillas delante de todos.

Ya muerto su Rey, Claw y los demás reinos pertenecientes a Castro fueron repartidos entre los reyes presentes.

Que me ames (Terminada) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora