Greace se perdió en sus propios pensamientos; no sabía que hacer, si llorar, golpear a alguien o algo. Sabía que nada de eso serviría. La realidad era que no tenía escapatoria y debía seguir con los planes de boda.
Después de más de 8 horas encerrada en su habitación sin comer, dormir, hablar e incluso moverse. Greace miraba al techo buscando alguna solución para no arruinar su vida sin tener que desobedecer a su padre, ya que, aunque él no lo hubiera dicho, ella sabía que podía acabar en las mazmorras y eso sería aun peor que casarse. Lo que ella más valoraba en la vida era su libertad, aunque nunca la había tenido como deseaba...
Tocaron a su puerta, y antes de que pudiera responder su hermana y su madre ya estaban dentro de su recamara.
–¿Qué quieren? estoy ocupada preparándome para mi boda –preguntó irónica Greace.
–En serio ¿Qué haces? ¿Mirándote en el espejo? –contestó Anika con un poco de humor, pues sabe que estar todo el día frente al espejo es muy característico de ella y no de su hermana.
–Muy simpática, pero estaba despidiéndome de la persona que soy hoy para darle la bienvenida a la persona que seré dentro de unos días –respondió Greace sin percatarse del tono triste en que lo dijo.
–Que te cases no significa que vayas a cambiar de la noche a la mañana Greace, simplemente va a ser algo diferente, pero no es malo –trató de consolarla su madre nuevamente.
(Pareciera que es lo único que sabe hacer) pensó Greace con rabia. Que su madre viera esta situación de manera positiva era una locura.
–¿Cómo dices eso? Cuando él es un desconocido, no me conoce de nada, ni yo a él. Saben que no me gusta hablar con extraños.
–Yo no conocía a tu padre cuando me casé con él –respondió su madre.
–Y yo no conocía a Albert cuando nos casamos y nos enamoramos en cuanto nos vimos, fue el destino –le siguió Anika sonando melancólica, recordando lo que para ella fue algo más que especial.
–Sí, pero ni mi padre, ni Albert tenían 3 hijos. Tengo que criar a tres niños que no son míos. Además que nadie sabe por qué su mujer lo abandonó, pudo ser algo grave, quizás es un asesino...—argumentó Greace tratando de que lo considerasen y convencieran a su padre de detener la boda.
La reina Lucía ya había pensado todo eso, pero ella sabía como habían surgido las cosas. No podían echarse para atrás con la alianza, así que trató de calmar a su hija –Si ella se fue y dejó a sus hijos es porque es una mala madre, no pienses en esas cosas.
Greace estaba cargada de curiosidad y preguntó sin pensar.
–¿Cómo es él?
–Tu padre es quien lo ha visto, nosotros no tenemos idea. Lo siento –se disculpó su madre y Greace supo que se refería a toda la situación.
–Yo también –contestó con tristeza.
–¡Vamos a cenar, ya tengo hambre! –propuso Anika ansiosa.
–No, hoy no tengo ganas de bajar, me voy a dormir, nos vemos mañana –Greace se acomodó en su cama.
–Bueno, le diré a tu padre que no te sientes bien –se despidió su madre.
Horas después Greace se levantó de la cama de un tirón. La luna estaba en lo más alto del cielo, sabía que era media noche y salió al balcón con una soga de sábanas improvisada. Debajo tenía el jardín del castillo, así que cayó en el pasto húmedo por la frialdad de la noche. Corrió hacia la puerta principal, pasando por el lado de dos guardias que se encontraban totalmente dormidos en su puesto de trabajo. Ella rió, y pensó en lo que les diría su padre si los viera.
ESTÁS LEYENDO
Que me ames (Terminada)
Historical FictionGreace es la princesa del reino de Wajayland, tiene 20 años y sueña con tener múltiples aventuras a lo largo de su vida. Su sorpresa llega cuando su padre le informa que debe casarse con el rey de Austroa. Christopher es un hombre de 35 años padre d...