El tan esperado día había comenzado. Greace oyó a Carla cuchichear con otra sirvienta de que su futuro esposo, y sus hijos, habían llegado la noche anterior al castillo. La princesa estaba más nerviosa de lo que creía que estaría, aunque no le interesa ni un poco el Rey Christopher ll su vida estaba a punto de cambiar y eso le aterraba. Por primera vez estaría lejos de su madre, y solo la vería en fechas significativas como hacía su hermana Anika.
También estaba intrigada por saber cómo era él, ya que tendría que compartir su vida a partir de ese momento. En todos aquellos días de espera, había pensado en mil maneras de escapar, pero si había algo que le interesaba era su gente, su pueblo y su familia, por lo que prefirió dejarlo todo en manos del destino. Por lo menos uno de sus sueños lo podría llegar a cumplir, ''ser la mayor gobernante del mundo'' Tenía la oportunidad de salvar a Wajayland de la miseria y la aprovecharía.
No pudo bajar a desayunar, porque su futuro esposo estaría presente en el comedor. Quería ahorrarse el sufrimiento de verlo antes de la boda, y comprobar que era justo como lo imaginaba; viejo, lleno de arrugas, probablemente con bastón, incluso con 5 verrugas gigantes en la cara y con muy mal humor.
Greace quería estar por última vez en su recámara, y despedirse de sus pertenencias; de sus libros de aventuras, que eran tantos que ni con tres barcos enormes podría tenerlos todos en el que será su nuevo hogar. Su padre le había aconsejado que solo se llevase tres, sus favoritos por supuesto...
Las horas pasaron demasiado rápido para Greace, algunas sirvientas se encargaron de prepararla para la ceremonia. Su madre y Anika entraron a la habitación cuando estaban a punto de terminar de arreglarla.
–Vamos chicas, estamos atrasadas. La boda empieza a las 3 –comentó la reina a las sirvientas que daban los últimos retoques en el peinado.
–Madre, no las apresures. Recuerda que tienen mucho trabajo, hay que poner guapa a Greace –bromeó Anika.
Debido a que todas las sirvientas estaban encima de ella y no podía moverse, Greace miró a su hermana con enojo e hizo un puchero, provocando así la risa de los presentes.
Después de una hora ya estaba lista para la ceremonia, todos en la habitación quedaron embelesados admirándola.
–Estás preciosa Greace, vas a ser la novia más linda del reino y del mundo entero, cariño –comentó la reina secándose una lágrima que caía por su mejilla mientras hablaba.
–¿Cómo del reino y del mundo? Madre, yo también me casé aquí y me dijiste lo mismo –contestó Anika riéndose a carcajadas, y todos en la habitación le siguieron.
Lo cierto era que la belleza de Anika era incomparable, no tenía que ser princesa para que todos en donde quiera que estuviera se girasen a verla, y quedaran hechizados con su aspecto.
Greace era diferente, era la típica chica que pasa desapercibida. Que tuvo suerte de nacer princesa porque siendo sincera, no creía que estando su hermana presente en la misma habitación alguien notaría su presencia.
Aun así, era muy bella y modesta, solo que siempre había estado sumergida en sus libros sin abrirse a nada, ni a nadie. Pues aunque le gustara un chico sentía que era mejor dejar pasar lo que ella llamaba emociones impulsivas que la sacaban de su zona de confort. Pero hoy, nadie eclipsaría su belleza. Parecía una diosa más que una princesa, era Greace de la manera en la que nadie la había visto jamás.
Sonaron las campanas de la iglesia, dentro estaban todo tipo de Reyes y Reinas, duques y duquezas y algún conde que su padre decidió invitar. Todos reunidos para presenciar el gran acontecimiento.
Justo al frente de la capilla estaba el novio, el Rey de Austroa, esperando a que llegara su futura esposa. La mujer que quería que cuidase de sus hijos, que ya crecían sin madre, y la que sería el sello de la unión de ambos reinos. Estas eran las únicas razones por las que le interesaba esta alianza...
¡Y entró la novia!
Greace estaba más que nerviosa, y no tuvo el valor para mirar adelante, no estaba preparada para casarse. Entró acompañada de su padre por aquel camino de flores, durante todo el trayecto el rey solo se dedicó a decirle que esto era lo mejor para todos, y que esperaba que fuera feliz algún día. Antes de terminar la caminata la besó en la frente con cariño y le susurró.
–Perdóname...–una palabra bastaba para que se derrumbara. Greace no pudo contener las lágrimas que salieron a toda velocidad al oír a su padre. No había llorado durante los días anteriores, y sentía rabia de que justo en ese momento no pudiera mantenerse firme. Sin pensarlo dos veces, levantó su cabeza con seguridad, lista para conocer a su futuro esposo...
Christopher ll era todo un galán, calculando a ojo medía casi dos metros. Su cabello color oro resaltaba entre la multitud, cayendo con delicadeza sobre sus hombros. Vestía un traje de cuero negro acompañado de una capa de piel. Pero no impedían que se notara su predominante musculatura. La princesa se sorprendió al encontrarse con el azul de sus ojos, aquellos que sin duda imitaban el color del cielo. Se veía muchísimo más joven de lo que ella se había imaginado y según sus propios pensamientos era el hombre más atractivo que había visto.
Greace estaba sorprendida al ver cuanto se había equivocado. Pero a pesar de su aspecto, aún no le interesaba casarse con él. No lo amaba y no quería amarlo tampoco. Él significaba su infelicidad, y no quería tener la responsabilidad de cuidar a tres niños. El cura comenzó con la ceremonia, y tardó poco tiempo llegar la parte difícil.
–Princesa Greace de Wajayland ¿acepta usted por esposo al Rey Christopher II de Austroa? –en la iglesia no se escuchó ni un susurro, todos esperan ansiosos por su respuesta, al poco tiempo y con los ojos bien cerrados contestó tartamudeando.
–Ss-í.
–Rey Christopher II de Austroa ¿acepta usted por esposa a la Princesa Greace de Wajayland? –el novio hizo una muy larga pausa, que incluso sembró esperanzas en la princesa ¡Va a rechazarme!
–Sí –fue un sí frío y contundente. Greace sintió escalofríos al escuchar su voz, sus nervios se habían disparado de tal manera que solo pensaba en desaparecer de la fas de la tierra y ahorrarse todo este sufrimiento...
–Puede besar a la novia –indicó el cura señalándolos a ambos.
Greace palideció cuando Christopher clavó sus ojos en ella. Rodeó sus brazos en la cintura de la princesa y la besó antes incluso de que ella misma se diera cuenta. Fue un beso tan rápido que le fue imposible recordar cómo se sintieron sus labios sobre los de él.
Salieron tomados de la mano de la iglesia. Greace, estaba atormentada con la muchedumbre de nobles que afuera los esperaban. Todos aplaudían y arrojaban pétalos de rosas sobre los recién casados. Montaron en un carruaje azul con hermosos detalles dorados en el exterior, guiado por dos majestuosos corceles de piel blanca y cabellera rubia que los escoltaban hacia el castillo para la gran celebración.
En el camino ninguno de los dos cruzaron palabras, ya fuera por molestia o por miedo a decir algo que no debían. Greace sintió que la mano de su acompañante era áspera y demasiado grande en comparación a la suya. El rey de Austroa era de aspecto tosco y serio, sin duda una persona con carácter a la que sería difícil tratar.
Llegaron al castillo después de un viaje de menos de diez minutos, que a ambos les pereció una eternidad. El rey de Austroa fue caballeroso al ayudarla a bajar del carruaje, y al guiarla hasta la entrada del castillo, para que fueran recibidos por el resto de invitados.
Durante toda la tarde tuvieron que permanecer uno al lado del otro por tradición. La incomodidad de ambos en la celebración, dio mucho que hablar entre los invitados.
Solo se dirigieron la palabra cuando el rey de Austroa le presentó a sus hijos; la mayor, una niña de seis años de nombre Ashley y unos gemelos de cuatro, Fernando y Antoine, tenían un aspecto parecido al de su padre o por lo menos habían heredado el color de sus ojos.
Casi por obligación bailaron una pieza juntos. Greace no recordaba haber estado más incómoda en toda su vida. Su esposo no era muy buen bailarín, al contrario de ella que tenía mucho arte para este tipo de cosas. Con cada segundo que pasaba, la princesa perdía la cordura, la noche se acercaba y le aterraba lo que pudiera suceder. Era una tortura para ella tener que vivir ese momento.
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Que me ames (Terminada)
Ficção HistóricaGreace es la princesa del reino de Wajayland, tiene 20 años y sueña con tener múltiples aventuras a lo largo de su vida. Su sorpresa llega cuando su padre le informa que debe casarse con el rey de Austroa. Christopher es un hombre de 35 años padre d...