Capítulo 1. Para esto no salgo de la cama

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Observo la luz roja del semáforo sin siquiera pestañear, mientras los limpiaparabrisas se mueven de un lado hacia otro, ahuyentando la lluvia que amenaza a la luna de mi maltrecho coche.

En las milésimas de segundo que tarda la luz en tornarse a su esperanzador color verde, he pensado unas diez veces en dar la vuelta y volver a mi habitación.

No, Ellie, no. Me digo a mí misma, mientras aprieto el desgastado volante entre mis dedos, hasta que mis nudillos se vuelven blancos.

El curso empezó oficialmente hace dos semanas, pero no he sido capaz de llegar tan lejos hasta hoy. El resto de días ni si quiera he podido montarme en el coche, simplemente me quedaba en la cama de la residencia, mirando al techo, a la vez que alguna que otra lágrima rebelde caía por mis mejillas.

Un coche pita y miro el semáforo. Ya debe llevar un rato en verde. Sin darle más vueltas, piso el acelerador y entro en el parking de la universidad.

Doy varias vueltas pero no encuentro ningún hueco libre. ¡Joder! Si hay algo que odio de mí misma es mi falta de puntualidad...así que, como castigo a las millones de vueltas mentales que he dado hasta poder llegar aquí, he de aparcar en la zona más lejana a la entrada de la Facultad, dando un pateo bajo la lluvia para empaparme, ya que llevar paraguas tampoco es lo mío.

Como si los dioses hubieran escuchado mis quejas, un flamante sitio vacío aparece ante mis ojos, ¡y justo delante de la puerta!
¿Esto está pasándome a mí, de verdad? Sonrío por primera vez en días y le doy gas al coche, al tiempo que pongo el intermitente para dejar claras mis intenciones.

Paro el coche una vez que estoy junto al precioso hueco que me da los buenos días— sí, tengo un coche de marchas— y me dispongo a aparcar, hasta que el ruido ensordecedor del escape de una moto hace que frene de golpe. Me giro rápidamente y veo cómo un imbécil—porque no tiene otro nombre— en una flamante moto negra me roba el sitio descaradamente.

El tío, mientras yo lo miro atónita, pone la pata a la moto y se baja sin quitarse el casco.

—¡Gilipollas!— grito desde dentro del coche golpeando el volante. Mierda, tenía la ventanilla subida y no me ha escuchado. Dejándome llevar por mis alteradas emociones, bajo la ventanilla del copiloto, que está al lado de su moto, y doy un pitido largo con el coche. Él se gira, aún sin bajarse de la moto y me mira— o eso creo, porque lleva un casco negro mate con una rallara que lo atraviesa desde la nuca hasta la barbilla, y además tiene la visera negra, por lo que no puedo saber si me observa o no.

—¡Eh, gilipollas! ¿Es que no has visto que iba a aparcar yo?— le grito, haciéndome sentir orgullosa de mí misma.
Él hace caso omiso a mis improperios, casi pareciendo que no me ha escuchado. Se baja de la moto con total tranquilidad y se acerca hacia la ventanilla que aún tengo bajada. Se agacha y encara los brazos en el marco de la ventana, sin quitarse el casco, quedándose quieto, echándome un repaso, creo. ¿Vendrá a disculparse?

Entonces, desliza un brazo hacia el interior del coche. ¿Qué demonios hace?. Deja la palma de mano abierta, como si quisiera darme la mano, y cuando levanto la mía para hacer lo propio, levanta el dedo corazón lentamente.

Abro la boca una y otra vez, como un pez globo y él se aleja del coche lentamente, dándome la espalda y sacándose el casco de su estúpida cabeza de una vez, pero sigo sin poder verle la cara, sólo alcanzo a distinguir su ondulado pelo oscuro, ondulado y revuelto.

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