Capítulo 1

520 30 4
                                    

La protagonista de las historias que suelen vender, como regla básica se asemeja más al tipo de persona que a pesar de las cosas malas que haga siempre trae detrás una excusa disfrazada de buena intención; según esa descripción yo no sería la protagonista de mi propia historia. No siempre tengo las mejores intenciones detrás de las cosas que hago, simplemente el deseo de tomar decisiones buenas o malas, siempre y cuando no sea otro el que las tome por mí.

Era uno de esos días grises en que normalmente quedarse en casa entre cobijas con un chocolate caliente era la mejor opción; la sensación de satisfacción que solía producirme la lluvia en esta ocasión solo me estresaba. Me dolían las manos de apretar el volante, manejando de forma cuidadosa mientras me alejaba lo más que me fuera posible para encontrar una farmacia, repitiendo todo el tiempo en mi mente que mi atraso era simplemente producto de mi estrés.

Es nuestro instinto de supervivencia el que incluso nos engaña mentalmente para evitar autodestruirnos. Yo, una persona centrada que se había esforzado por tomar las mejores decisiones posibles, que sin importar las veces que mis planes se destruyeran volvía a organizar todo para tener la vida que tanto anhelaba. ¿Qué iba a hacer si la prueba daba positivo?

Puse toda mi concentración en mantener la calma, en seguir conduciendo fuera de la ciudad hasta lograr encontrar una estación de gasolina con una tienda o farmacia. Me estacioné lo mejor que pude y salí torpemente de mi auto. Al entrar en el lugar un timbre anunció mi ingreso, haciéndome sentir demasiado expuesta, aunque el lugar pareciera vacío.

—Me da por favor una botella de agua y...

—Puede tomar las cosas que desee comprar directo de las perchas ─dijo la chica mal encarada, interrumpiéndome y volviendo a concentrarse en su celular.

Hice lo que me dijo, caminé rápidamente entre las perchas, compré dos botellas grandes de agua, unas galletas en las que ni siquiera me fijé, y con el corazón acelerado me detuve frente a lo que parecía ser una sección improvisada de cosas femeninas: toallas, rasuradoras, mascarillas para el acné, tónico facial y pruebas de embarazo.

Tomé la más cara, aunque no me gustase tenía implantado en mi cabeza que los mejores productos a veces solían ser los más caros, otra parte de mi cabeza, la sensata, la que es cien por ciento yo, y que se negaba aceptar esas afirmaciones como ciertas, me hizo tomar otros dos tipos de pruebas diferentes.

Puse todo sobre el mostrador, incluyendo unos caramelos mentolados.

—¿Factura con datos?

—No. Y en efectivo.

Pasó los productos por el sensor, y mientras lo hacía me dio una mirada extraña, sonrió haciéndome sentir incómoda, abrió la caja registradora para guardar el dinero que yo le di y darme el cambio.

—No es para avergonzarse, y si no lo quieres abortas y ya.

—Métete en tus asuntos.

Cogí las cosas, que me entregó en una funda con una mueca, y salí de allí.

Podía entrar en uno de esos sucios baños y salir de la duda en tres minutos, pero por muy desesperada que estuviera no iba a sentarme en un retrete asqueroso en una gasolinera de mala muerte en donde podía toparme con algún pervertido capaz de venderme al mejor postor; volví a tragarme los nervios y conduje lo mejor que pude de regreso a casa, a mi casa de ensueño, que había construido después de demoler una casa vieja en un terreno fabuloso y que compré en una subasta después que el banco la embargó a una familia que no pudo seguir pagando su hipoteca. Como dije, no soy la protagonista ideal.

La lluvia me limitó a avanzar de forma lenta y precavida para no terminar patinando en la carretera y estrellarme contra un árbol. Me sentía física y mentalmente agotada cuando al fin logré cruzar el letrero de Bienvenida a Storybrooke, unos minutos más y podría saber si tenía razones para preocuparme.

Control de DañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora