Control de Daños

Capítulo 5

¿Cuál es tu cosa favorita en el mundo? Piensa un momento. Piensa en algo que hayas hecho o probado y que realmente lo disfrutaste, quizá recuerdes cómo se sentía, su olor o la forma en que lucía, incluso tienes la suerte de recordar lo que te hizo sentir. ¿Cuántas cosas favoritas en el mundo te proveen una sensación de calma y felicidad al mismo tiempo?

Cuando cumplí la mayoría de edad y me sentí libre de dejar mi hogar para explorar el mundo, sintiendo que era exactamente lo que necesitaba para encontrar mi lugar. No fue así de mágico como uno puede imaginar o ver en las películas que nos venden, el mundo puede ser un lugar aterrador lleno de malas personas. En ese viaje, en una de las paradas que pude hacer, me detuve frente al mar, dejé que el agua fría mojara mi cuerpo, sin importar que pude sentir mi piel congelarse con cada segundo que me quedé allí; me senté en la arena permitiendo que los pocos rayos de sol que lograban filtrarse entre las nubes me calentaran sin mucho éxito, cerré los ojos y disfruté del viento alborotando mi cabello.

En ese momento sentí que todo en mi vida estaría bien, que no importaba lo que ocurriese, lograría cada cosa que me proponga y sería feliz.

Storybrooke no tenía una playa propiamente, al menos no una donde verías a las familias disfrutando de una tarde de sol con los niños nadando en el agua. El lugar era un témpano de hielo. Algunos adolescentes atrevidos solían competir a veces en sus motos acuáticas hasta que eran regañados. Utilizaban los alrededores para celebrar algún tipo de evento, lo cual no era muy habitual, y la hora más concurrida parecía ser al caer la tarde con la llegada de los pescadores; así que me parecía un lugar donde podías tener un tiempo a solas.

Si eres una persona acostumbrada a estar sola, tener a alguien de repente en tu vida que te pregunta cómo estás y que está dispuesta a pasar todo el tiempo contigo, puede resultar abrumador. No era habitual en mí dejar la cama temprano, mucho menos antes del amanecer, pero quería alejarme, mantener la distancia con David y pensar por mi cuenta. Conduje sin rumbo y terminé en el muelle, dejé el auto estacionado y caminé por la orilla de la playa.

Debía realizarme una especie de biopsia, al menos esa era la finalidad de tener que someterme a una operación laparoscópica para extraer la masa alojada en mi ovario izquierdo. No era alguien que disfrutara yendo al médico, llevaba los controles habituales que exigía mi empresa todos los años e iba si tenía un resfriado demasiado fuerte. Recuerdo haber caído de mi bicicleta y necesitar una radiografía hace muchos años, pero bastó con usar un cabestrillo durante algunos días hasta que mi hombro desinflamara. Negar que estaba asustada era inútil, lo estaba. Estaba muy asustada.

El frío empezaba a adormecer mis dedos, no había llevado guantes, y estaba helando, así que decidí que era momento de volver a mi auto, caminé por la playa, subí la vieja escalinata y sacudí mis zapatos deportivos llenos de arena, el lugar estaba oscuro aún, iluminado a ratos por la luz del faro a lo lejos, así que identifiqué claramente la llegada de un auto cerca de dónde yo había dejado estacionado el mío, apagaron las luces y alguien se bajó, a medida que me fui acercando pude distinguir al hombre que parecía estar esperándome. Un escalofrío recorrió mi cuerpo y supuse que era producto de estar mal abrigada.

—Aunque esta es una ciudad segura me preocupa verla paseando por mi puerto a esta hora —dijo Leopold.

—Este puerto no es de su propiedad y mi seguridad no es asunto suyo.

—Verá usted, señorita. Mi familia fundó prácticamente esta ciudad, y como el buen ciudadano que soy odiaría que nuestra tranquilidad se empañara por lo que pueda ocurrirle a una forastera.

Me detuve frente a él, cruzando los brazos sobre mi pecho porque el frío en serio empezaba a hacerme tiritar.

—¿Por qué habría de pasarme algo, Leopold? —mi pregunta sonó con la altanería suficiente, pero sus palabras tenían un tono amenazante que no me gustaba.