Capítulo 7

181 22 23
                                    

El dolor me dominaba al punto de ver manchas de luz y anhelar por una cama, pero mi enojo me mantenía en pie, escuchando cada una de las palabras que David decía al borde de su propia ira, hasta que sus palabras dejaron de tener sentido. Me sentía desfallecer, mi cuerpo dolía, mi piel helaba y hervía al mismo tiempo. Tuve la intención de acercarme a algo que pudiera brindarme apoyo o llegar hasta la habitación, pero no pude dar más de dos pasos. Mi presión debía desplomarse y yo tendría el mismo destino, aunque no lo deseaba sabía que iba a desmayarme.

Sus manos me sostuvieron, podría reconocerlo con los ojos cerrados, y saber que era él quien me sostenía en mis momentos de debilidad solo lograba enojarme, fue eso lo último que sentí y pensé antes de perder el sentido.

Cuando mis ojos volvieron a abrirse él estaba junto a mí, su mano descansaba sobre mi frente sosteniendo algo frío. No había enojo en sus rasgos, incluso parecía preocupado. En ese instante, entre dormida y despierta, con mi mente confusa me permití pensar en él un instante, en la locura que era nuestras vidas por mi culpa. Quizá él era un mal hombre o alguien pagando las consecuencias de su mal juicio, pero yo era una mala persona que estaba sola en el mundo.

—Hey... estás despierta —dijo sonriendo—. Esa no es forma de terminar una discusión.

Cerré los ojos y apreté las manos en puños; el dolor no se había ido. David puso un par de pastillas en mi boca y me ayudó a beber agua.

—Si obedecieras por una vez en tu vida... La terquedad no va a llevarte a ningún lado y no puedes tratar a las personas a tu conveniencia.

—Deja de hablar.

—Tienes razón, debería dejar de hablarte, en especial después de todo lo que has hecho.

Sus manos volvieron a colocar un paño frío en mi frente y sus ojos me miraron con atención.

—Necesito algo más fuerte.

—Debes esperar que las pastillas hagan efecto y quedarte en cama.

—Él me amenazó... el padre de tu novia.

—¿Leopold?

—Hay algo extraño con él.

—Esa no es la manera de resolver las cosas. Supongamos que encontramos algo malo sobre él, ¿qué harás? ¿chantajearlo?

—Ese no es tu asunto.

—No tiene ningún sentido lo que haces. Cuando la gente ve algún tipo de peligro se aleja, tú corres hacia el peligro.

—Ese no es tu asunto —repetí con firmeza.

—Ahora lo es —Dejó mi lado en la cama y salió de la habitación.

La segunda vez que abrí los ojos me encontraba sola en mi habitación, las luces estaban apagadas y el dolor se había ido casi por completo. Caminé descalza por los pasillos vacíos de mi casa, y no encontré a David en ninguna de las habitaciones. Él no estaba en casa, eran poco más de las cuatro de la mañana, demasiado temprano para salir a correr y demasiado tarde para suponer que volvería; él no había dormido en casa.

Volví a la habitación, y en lugar de meterme en la cama tomé una cobija con la cual abrigarme cómodamente sentada en el sofá frente al balcón, quería ver el amanecer mientras pensaba, pero no estaba del todo recuperada, así que volví a quedarme dormida.

David me despertó cuando llegó, ya había amanecido y estaba lloviendo, me entregó una carpeta delgada y al abrirla me di cuenta que era la información que le había pedido a Graham. No había nada que pudiera servirme, tal como me habían asegurado. Su expresión decía lo que seguramente deseaba gritarme, él tenía razón y yo no.

Control de DañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora