Capítulo 3

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¿Cuándo fue la primera vez que pensaste en tener un hijo? La simple pregunta genera un conflicto en mí; creo que al igual que algunas mujeres, a medida que crecemos hay cosas que simplemente fluyen, pensar en conocer a alguien y tener una familia es como se supone funcionan las cosas, pero un día te enojas porque todo lo que anhelas en tu vida es divertirte y pasarla bien, y tienes a alguien diciéndote que debes ser más centrada, evitar cometer errores; luego el error es enfocarte demasiado en la carrera profesional que estas construyendo con demasiado esfuerzo, y simplemente olvidas aquello que en un principio era tan natural.

¿Quería tener hijos? ¿Quería el hijo que yo creía estar esperando? Me sentí culpable al pensar que mi negativa era la razón de los resultados que el médico se empeñaba en explicarme; recién me estaba haciendo a la idea del cambio que se estaba generando en mi vida por haber estado con David, toda la extraña situación me hizo incluso cuestionarme mi instinto materno.

¿Era yo la del problema? Quizá había algo malo en mí. Me quedé sentada, sumergida en mis pensamientos, el resto del tiempo que tuve que esperar en la clínica. Para mí todo era muy sencillo: simplemente las pruebas que me había hecho eran producto de un error, estaba casi segura que la mayoría de ellas llevan impreso en la caja que no son un cien por ciento seguras.

David no me dijo nada, no me reclamó, no me acusó de haberlo engañado. Pensé que se debía a que él estuvo presente cuando me hice las pruebas, de lo contrario seguramente estaría gritándome por haber confabulado alguna especie de plan macabro en su contra, al igual que en las novelas con una mala trama, donde la villana fingía un embarazo para separar a los protagonistas. Ellos estaban muy lejos de ser unos buenos protagonistas, ella era insufrible, y si la gente supiera lo que David hizo sabrían que no es una buena persona.

Él parecía inquieto, casi al punto de volverme loca, aunque no emitió palabra alguna se la pasó recorriendo el lugar, caminando de un lado a otro, perdiendo dinero en la máquina expendedora, y las pocas veces que se sentó a mi lado su pierna se movía de un modo constante, lo cual era un verdadero fastidio.

Cumplí con realizarme las pruebas de sangre que el médico ordenó, estaba allí y no perdía nada con un chequeo de rutina, tampoco era como si los exámenes iban a dar un resultado preocupante. Volví a pagar todo en efectivo y terminamos saliendo de la clínica casi al medio día. Moría de hambre.

—Me gustaría ir a este restaurante, tiene una excelente calificación —dije leyendo los comentarios en mi teléfono.

David se estacionó a un lado de la acera y apagó el motor.

—¿Qué haces? —pregunté un poco fastidiada. Él había comido algunas porquerías en la clínica, y yo no.

—Quizá debamos buscar una segunda opinión.

—¿Sobre un restaurante?

—Sobre un médico. Siempre es mejor hacer todo con tiempo.

—No digas tonterías, estoy muriendo de hambre.

—¿Lo dices en serio? El médico acaba de decirnos que esto es serio.

—En realidad dijo todo lo contrario, que no debemos preocuparnos.

—Eso es lo que dicen los médicos cuando debemos preocuparnos. ¿Quieres que llame a alguien? Un amigo, un familiar, alguien que desees que te acompañe en estos momentos.

—No me estoy muriendo.

—Regina. No quiero preocuparte, pero debemos hacer las cosas bien.

—Dejemos las tonterías a un lado, vamos a comer y luego vamos al hotel por nuestras cosas para volver a casa. No tengo tiempo para esto —dije perdiendo la paciencia con él.

Control de DañosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora