19. Sasha, parte 2.

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Al despertar, casi antes de que el sol ocupara su lugar en el cielo. Samantha, Adriana, Serena, Hilda y Abisúa salieron al pueblo. Cada una tomada del brazo de la otra caminando exactamente a la par.

-Buenos días.- Saludo un campesino.

-Buenos días caballero.- Contestaron las cinco perfectamente juntas.

Llegaron a su destino, la tienda del carpintero donde solicitaron sus servicios para hacer su cabaña en el bosque. Y antes de cualquier negativa le dieron una buena cantidad de oro prometiendo la otra mitad después del trabajo.

-De acuerdo señoritas, pero mis hombres y yo no trabajaremos después de que el sol se ponga. El bosque no es un buen lugar para estar y menos para vivir, hay entidades malignas ahí dentro.- Advirtió el hombre.

-No tenemos miedo. No solemos creer en esas cosas.- Dijeron de nuevo todas juntas, ese rasgo en ellas, esa unión tan certera ponía los nervios de punta al pueblo.

El carpintero y sus trabajadores hicieron en poco tiempo una cabaña acogedora y confortable para las quintillizas y como advirtieron, antes del anochecer, salieron de ahí.

Las chicas se instalaron sin percances, no había señales de aquel bosque tuviera un lado oculto en su interior, simplemente era solo eso: un bosque. O al menos lo que sus ojos podían advertir.

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Adriana, la cuarta en nacer, despertó antes que todas sus hermanas. Sin hacer ningún ruido se vistió y salió por la puerta para recorrer el pueblo libremente, siendo ella. La mayor cualidad de Adriana era su curiosidad e inocencia, estas no tenían limites y ello le permitía descubrir todo acerca de su mundo, sin embargo a veces necesitaba de sus hermanas antes de actuar.

Pues la conducta de Adriana y sus características infantiles a veces la metían en problemas, pero era también rebelde y espontánea así que cuando había oportunidad, se las arreglaba por su cuenta.

El pueblo la miraba con desdén cada que pasaba, no gustaban de los forasteros y menos de aquellos que eran tan peculiares, como por ejemplo unas quintillizas encapuchadas que parecían estar unidas por la cadera.

Pero a nuestra Adriana aquello no le importaba, se iban a quedar ahí para siempre y al fin y al cabo el pueblo tenía que llegar a acostumbrarse. Entre sus caminares chuecos y constantes tropiezos con sus propios pies Adriana chocó de frente con un jóven.

Éste era bastante apuesto, con porte, recto y fuerte. La miró con sus ojos azules como el cielo y acomodo sus rizos castaños mientras en su enmarcado rostro se dibujaba una sonrisa.

-Disculpeme señorita, no la vi.- Dijo el joven tomando la mano de Adriana. -Mi nombre es Evan, un placer conocerle.-

-A...Adriana...- Dijo la chica cautivada por aquel muchacho.

-Bueno Adriana, si me permite preguntar ¿Qué hace usted por aquí sin sus hermanas? Las vi ayer y parecían ser demasiado unidas.-

-Lo somos, pero valla... podemos estar solas de vez en cuando.-

-Entiendo y bueno Adriana. Fue un placer, me gustaría volver a vernos.  Si a ti te parece.-

-Por supuesto, Evan. Me encantaría.- Ambos se despidieron y continuaron sus respectivos caminos.

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Adriana fue hacia su hogar en el bosque, ya había tenido aquella "mini-aventura", como ella las llamaba, que tanto deseaba. Al regresar, sus hermanas la esperaban cada una con el corazón en un puño, preocupadas por su hermana.

Cuando cruzó la puerta todas se acercaron a ella e Hilda, fue la primera en abrazarle y decirle lo mucho que todas se habían preocupado. Hilda era noble de un corazón puro y materno.

-Nos tenias bastante angustiadas.- Dijo Serena.

-¿A dónde has ido Adri?- Preguntó Samantha, quien siempre se maravillaba al escuchar las historias que los demás tenían para contarle, también era muy infantil y curiosa pero no era tan audaz ni aventurera, prefería conocer el mundo a través de los libros.

-Tranquilas, solo fui a dar un pequeño recorrido por el pueblo.- Contestó Adriana intentando tranquilizar a sus hermanas.

Abisúa, la más sensata y madura de las cinco hermanas siempre reprochaba esta parte de Adriana, pues se había prometido siempre protegerlas y no era de su agrado que ella se arriesgase así. Y cabe mencionar que era la única que sabía de los acosos que su madre había sufrido por la práctica de supuesta brujería.

-Adriana donde te estés metiendo en líos, juro que...- La vos de Serena interrumpió a Abisúa. Serena era la defensora de todas, siempre que una reprochaba a la otra, no importaba quién fuese, Serena, siempre defendía las causas justas.

-Tranquila  Abisúa, solo a ido a dar un paseo. Tiene su derecho a estar sola.- Dijo Serena para descontento de su hermana.

-Bien, pero si lo hace otra vez... ¡Al menos avisame!- Gritó dando la charla por terminada.

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Evan, por otra parte ingresó en un edificio de piedra, con puertas negras y sin ninguna ventana visible. En la puerta principal hondeaba orgullosamente la bandare blanca con el símbolo de los cazadores de brujas (un ojo encerrado en una jaula).

Dentro muchos hombres estaban sentados a una gran mesa, de entre ellos los sacerdotes del pueblo. Cuando Evan entró todos callaron.

-Caballeros, hoy he tenido el placer de toparme con una de las nuevas residentes. Su nombre es Adriana, creo que es a quién llevamos tiempo buscando.-

Todos intercambiaron miradas y surraban pequeñas cuestiones.

-Pero... ya hemos dado con la bruja que escapo. Ya saben, aquella mujer muerta en la cabaña cerca de Redhood.- Dijo uno de los hombres sentados a la mesa.

-Así es compañero Etian, pero... me temo que su reinado de terror no ha concluido, aún nos quedan sus quintillizas.- En la mesa, Evan, colocó un pape sobre el que estaban perfectamente dibujadas las cinco hermanas, a las que pronto comenzarían a dar cacería.

Little DollDonde viven las historias. Descúbrelo ahora