Capítulo treinta y tres

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En un par de días era el cumpleaños de mi amada, por lo que salí a buscar un regalo para ella, quería que fuese algo especial y significativo. Caminé por todo el centro comercial buscando en cada una de las tiendas y nada de lo que veía se asemejaba a lo que ella merecía. Luego de mucho rato de búsqueda, me detuve a mirar una vitrina y sonreí al ver justo lo que buscaba.

Salí de ahí feliz por lo que había elegido, caminé a mi auto y manejé pensando. Minutos más tarde llegué a su hogar, dejé el regalo en el auto y me dispuse a entrar. Al abrir la puerta noté una voz masculina proveniente de la cocina, y al entrar ahí observé a papá y Mayte preparar la cena, aunque realmente era él quien la hacía, ella solo bebía una taza de té mientras lo observaba.

— ¿Hola? —dije incrédula.

— Sof, llegaste. —sonrió y se levantó abrazándome. Papá nos observaba así que la tomé por la cintura y dejé un beso en sus labios.

— ¿Me extrañaste? —junté nuestras frentes.

— Mm, quizá. —me guiñó el ojo. — ¿Ya viste quién vino a visitarnos? —me hizo señas con los ojos para que saludara a mi padre.

— Ajá. —me dio un zape. — ¡May! —negué suave con la cabeza.

— Hola pequeña. —dijo por fin el hombre que nos observaba.

— ¿Qué haces aquí? —me crucé de brazos, no hablaba con él desde el día que le confesé que estaba con Mayte.

— Vine a disculparme por lo que sucedió aquella vez. —se acercó a mí. — Entendí que no puedo meterme en tus decisiones, y tampoco puedo molestarme si eres feliz. Sé que con Mayte estás bien, y lo acepto. Eres mi hija Sofía, no quiero que estemos distanciados. —respiré profundo y me acerqué abrazándolo fuerte. Sentí como si me quitaran un peso de encima con las palabras de mi padre. — Te amo, pequeña.

— También yo, papá. —susurré. Sentí a Mayte unirse al abrazo y sonreí, hasta parecíamos una familia feliz. Papá dejó un beso en mi frente y se alejó sonriendo.

— Cuídala, May.

— Con mi vida, suegro. —papá carraspeó y no pude evitar reír.

— Aun no me acostumbro, perdón. —sonrió de lado y volteó apagando el horno.

— May me informó que solo cena leche de almendras, le dije que está loca. —rió.

— Créeme, también se lo he dicho. —carcajee.

— ¡Sólo me cuido! —se defendió y la abracé por detrás mientras papá nos observaba.

— Así que preparé lasagna.

— ¡Ay, amo! —di saltitos de alegría, papá hacia la mejor lasagna del mundo.

— Yo tomaré mi lechita. —hizo pucheros.

— No amor, no seas así. —le hice cosquillas. — Solo por hoy, mañana vuelves a tu aburrida cena. —me alejé sacando los platos para ayudar a poner la mesa. La cena transcurrió mejor de lo que hubiese imaginado jamás, estar con el hombre que me dio la vida y la mujer que me enseñó a vivirla me hacía sentir muy bien, por un momento creí que no pasaría y ahí estábamos los tres disfrutando de una rica lasagna hecha por papá.

— Pequeña. —dijo y bebió un sorbo de vino. — Te recuerdo que, en un mes debes viajar a Londres. —sentí mi corazón paralizarse y observé a Mayte, tenía días evitando aquella conversación con ella y ahora papá la había sacado a flote.

— Luego lo discutimos, ¿sí? —supliqué. — Déjame disfrutar esta cena.

— ¿Luego? Sof, es hora de hablar el tema. —Mayte me observo seriamente.

— Bien, no iré a Londres. —solté y ambos me observaron.

— ¿Estás loca, Sofía?

— No, no estoy loca papá. Ya está decidido, no iré. —suspiré. May me miraba en silencio. — Aquí también hay buenas universidades y... no voy a dejar mi vida, a Mayte. —le intenté tomar la mano y ella la apartó.

— Y yo no voy a dejar que arruines tu futuro por mí, Sof. —dijo suave y se levantó saliendo de ahí.

Mierda, no.

— ¿Ves lo que hiciste? —me pasé las manos por el rostro intentando no llorar.

— Lo siento, no quise. —suspiró. — May puede visitarte amor, solo es cuestión que se pongan de acuerdo.

— No papá, no. Si me voy, se va a acabar y yo la amo. —cubrí mi rostro dejando que mis lágrimas cayeran, me sentía muy frustrada y sin saber qué hacer.

Señora MayteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora