Capítulo quince

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Llegamos al restaurante y nos condujeron a una mesa un poco apartada, Mayte enseguida ordenó agua de Jamaica para ambas y reí. Su gusto por aquella bebida ya era obsesión.

— Esta noche el vino será solo una copa para acompañar la cena, así que no se emocione señorita. —la observé fijo.

— No se preocupe señora Mayte, hoy no tengo intención de embriagarme con otra cosa que no sea usted. —dije sin apartar la mirada de sus ojos. Su pecho se volvió rojo.

— Sof... —rió nerviosa.

— Hablo muy en serio. —coloqué mi mano sobre la de ella.

— Bonita...

— No digas nada, por favor. —interrumpí. — Tú me invitaste a tu vida sin darte cuenta que yo te entregué la mía hace mucho. —acomode un mechón de cabello detrás de su oreja. No sé cómo saqué el valor para decirle aquello, pero ya no había marcha atrás. — Solo regálame esta noche para demostrarte que a mi edad también se puede amar.

Mayte asintió suavemente regalándome una sonrisa nerviosa.

— ¿Qué más puedo hacer?

— Besarme. —solté. Abrió los ojos como platos. — Bueno, no tienes que hacerlo aquí. Pero si cuando estemos solas. —sonreí y ella se mordió el labio.

Durante toda nuestra estadía en el restaurante, no perdí ni un momento para decirle cuánto me gustaba. Tenía que dejarlo claro, debía hacerla entender que lo que siento es real. Las horas pasaron demasiado rápido, me sentía tan a gusto con ella que el tiempo que estábamos juntas ya no era suficiente, cada vez necesitaba más. Me estaba volviendo adicta a ella.

Voltee mirándola mientras iba concentrada en la carretera con las manos en el volante, su cabello se movía suavemente gracias al aire que entraba por la ventana. Era la mujer más hermosa que había visto, tan llena de vida, de experiencia y yo que apenas comenzaba a vivir la tenía conmigo y para mí. Suspiré.

— ¿Qué pasa? —su voz suave me hizo salir de mis pensamientos.

— Pasa que, me siento muy afortunada de tenerte en mi vida. —volteó a verme rápidamente y sonrió acercando su mano a la mía, entrelacé nuestros dedos mientras dejaba suaves caricias en su mano. Ojalá el tiempo se pudiera detener para que este momento que estábamos viviendo no terminara tan rápido, pero como no se puede, me encargue de guardar cada detalle en mi memoria y así poder revivirlo siempre que quisiera. Cuando por fin llegamos, me dirigí con ella a su casa, la observé aventar los tacones a un lado e hice lo mismo. Caminé hasta tirarme al sillón y volteé a verla. Sonrió acercándose para dejar un beso en mi frente.

— Voy por un poco de vino, ¿pones una película?

— Claro. —sonreí y me dispuse a poner "La bella y la bestia", era una de las favoritas de May, y ahora también la mía. En los últimos meses la habíamos visto unas 20 veces quizá, ¿y qué si volvíamos a verla?

Tomé la cobija que estaba a un lado y acomode los cojines. Mayte volvió con las copas y se sentó semi acostada junto a mí, me acomode entre sus brazos y tome una de las copas. Bebí mientras la observaba concentrada mirando la película, parecía una niña y me encantaba. Me acerqué dejando un beso en su mejilla y acomode mi rostro en su pecho dejando que el olor a vainilla que desprendía su piel entrara por mis fosas nasales mientras escuchaba su corazón palpitar. 

"Piensa en algo que siempre hayas querido. Visualízalo en tu mente y siéntelo en tu corazón". Suspiré al escuchar aquello y volteé a verla, esas palabras retumbaron dentro de mí.

— ¿Sabes lo que siento en mi corazón? —solté.

— ¿De qué hablas? —me miró confundida.

— De lo que acaban de decir en la película. —me senté y ella también lo hizo. Asintió suavemente.

— ¿Qué sientes?

— Te siento a ti. —susurré y me acerqué tomando su rostro entre mis manos. Nos observamos fijamente, estábamos tan cerca que respirábamos el aire de la otra, sonreí un poco y rocé la punta de mi nariz con la suya.

— Sof... —susurró cerrando sus ojos.

Me acerqué un poco más tomando su labio inferior entre los míos, succione y sentí las manos de Mayte posarse en mi cintura. Me abracé a su cuello profundizando aquel beso y dejé que nuestras lenguas danzaran a su propio ritmo. Estaba perdida en sus labios y en el movimiento de sus manos por mi espalda, la apreté queriendo que nuestros cuerpos se fundieran volviéndose uno. Nos separamos solo un poco para tomar aire y observé sus pupilas dilatadas. Sonreí acomodándome a horcajadas encima de ella, acaricié su cabello y me acerqué comenzando a besar su cuello. Un gemido escapó de la garganta de Mayte, seguido de un suspiro que me confirmaron que aquello le gustaba y no pensaba detenerme.

Señora MayteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora