Capítulo dieciocho

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No dormí nada en lo que quedaba de noche, y en la escuela me pasé todo el día intentando concentrarme en las clases, pero fue en vano. Las palabras de Fernanda no dejaban de retumbar en mi cabeza, cuando al fin se escuchó el timbre, tomé todas mis pertenencias y salí en busca de la morena. Tenía muchas palabras atoradas en mi garganta buscando salir, la observé caminar en dirección a su auto y corrí un poco para alcanzarla.

— Hey, Fernanda. —dije llegando junto a ella.

— Sofía. —volteó a verme. — ¿Qué se te ofrece?

— Que dejes en paz a mi mujer. —solté mirándola fijo. Fernanda sonrió.

— ¿A tu mujer? —me observó.

— Sí, a Mayte. —la escuché reír y sentí la sangre subir a mi cabeza.

— Sofía, cariño. —abrió la puerta del auto tirando su cartera y los papeles que traía en las manos para luego voltear a verme. — En primer lugar, Mayte y yo somos amigas desde hace mucho tiempo. Desde antes que tu nacieras, diría yo, en segundo lugar, no tienes derecho a hablarme así...

— ¿Grace sabe que fuiste anoche a su casa? —la miré fijo y levanté la barbilla.

— No te metas en donde no te llaman, cariño.

— Me meto porque se trata de mi mejor amiga y de la mujer que amo. —solté con arrogancia.

— ¿La mujer que amas? Tú no sabes lo que es amar y menos a Mayte, no hables de amor cuando solo eres una mocosa encaprichada. —su expresión era serena y su voz fría. Sentí ganas de golpearla.

— Y tu muy madura, ¿no? Te piensas que por tener la edad que tienes sabes mucho, y estas equivocada. Deja en paz a Mayte.

— No le estoy haciendo nada, más que hacerle entender que está cometiendo un error al meterse contigo. —sonrió.

— El error eres tú, idiota. —escupí las palabras y caminé a mi auto. Subí encendiendo el motor rápidamente para salir de ahí a toda velocidad.

La mujer había logrado sacarme de mis casillas. Sentía mi corazón a punto de salirse por mi boca, tomé una bocanada de aire y apreté el volante intentando calmarme. Aceleré un poco más, entré en la privada y estacioné mi auto. Observé a May sentada en su jardín, levantó su mirada justo cuando yo salía del auto. La vi de reojo y caminé en dirección a mi hogar.

— Sof, espera. —escuché su voz a mis espaldas y aceleré el paso. — Sofía estoy hablándote. —Mierda, esto iba en serio.

Me detuve y giré en mis talones encontrándome de frente con ella.

— Dígame, señora. —me crucé de brazos.

— ¿Qué diablos te pasa? Tu y yo vamos a hablar ahora mismo. —tomó uno de mis brazos y haló de él arrastrándome hasta su casa. Me dejé llevar, aunque seguía molesta y algo dolida, esa mujer era mi debilidad.

Me soltó de su agarre cuando por fin estuvimos dentro de la casa, respiró profundo y me observó. Hasta molesta se miraba hermosa, tenía el pecho rojo y su respiración estaba agitada.

— ¿De qué quiere hablar? —pregunté.

— De nosotras. —¿realmente había un "nosotras"?, asentí suavemente.

— La escucho. —me crucé de brazos.

— Fernanda me llamó para contarme lo que hiciste. —comentó con la voz suave, no se escuchaba molesta, al contrario, estaba muy calmada. — ¿Por qué lo hiciste?

— Porque arruinó nuestra noche, porque es una idiota egocentrica que piensa que aún puede tenerte a sus pies. —dije levantando un poco la voz. — Y no es más que una estúpida frustrada que no acepta que su tiempo ya paso, que siempre va a vivir en las sombras porque nadie supo de la relación que hubo entre ustedes.

Mayte levantó las cejas sorprendida, observando fijamente el estado en el que me encontraba. Y pude observar como una pequeña sonrisa escapaba de sus labios.

— Sof, tranquila. —colocó su mano en mi mejilla.

— No puedo tranquilizarme, ¿no te das cuenta que me estoy muriendo de celos con solo pensar que todo lo que dijo sea verdad? —mi voz se quebró, maldita sea, ahora no. Respire hondo.

May se acercó tomándome de la cintura para acércame a su cuerpo, me metí entre sus brazos como un animalito desprotegido y cerré los ojos. Su mano acariciaba suavemente mi pelo.

— Mi niña grande y hermosa, no tienes por qué estar así. —susurró. —Por ella no siento más que un cariño nostálgico, por lo que fue.

— Y por mí, ¿qué sientes? —me alejé un poco para observar sus ojos.

— ¿Por ti? —sonrió. — Por ti siento algo que jamás pensé sentir, es extraño. Siempre dije que no iba a volver a andar con una mujer, después de todo lo que hubo con ella. Pero apareciste tú. —tocó la punta de mi nariz con su dedo índice. — Haciéndome sentir viva nuevamente, como hace mucho no lo hacía.

Señora MayteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora