Capítulo cuarenta

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Al día siguiente, papá decidió que era una muy buena idea hacer una fiesta para celebrar que estaba de vuelta, yo no estuve muy de acuerdo, pero ya estaba todo listo y alrededor de las 6:00 pm, mi casa estaba comenzando a llenarse de amigos de mi padre y algunas personas que no conocía, respiré aliviada al ver que al menos tuvo la delicadeza de invitar a Grace que hace mucho no la miraba, corrí a sus brazos.

— Ay mi bebé creció. —me llenó de besos.

— Sí, estas muy vieja ya. —reí dejando un beso de piquito en sus labios. — Te extrañe mucho.

— Pues no parece, idiota. —me volvió a abrazar y nos sentamos un poco alejadas de todos mientras platicábamos y nos poníamos al tanto de lo que habíamos hecho estos años. Fernanda y ella habían terminado su relación hace un par de años, cosa que no me sorprendió, esa mujer era una completa imbécil, sentí alivio al saber que mi amiga ya no estaba con ella. Pero por otro lado se me revolvía el estómago de pensar que tal vez podría estar detrás de mí... de Mayte.

— ¿Me explicas como es que vas a casarte así? Es que no lo entiendo.

— No lo entiendas, me casare y ya. —suspiré bebiendo una copa de vino.

— Tú estás loca Sofía, pero está bien. —carcajeó.

— Papá también lo dijo... —suspiré volteando a ver hacia la casa de mi vecina, la observé salir acercándose para saludar a mi padre y se sentó junto a un grupo de personas que charlaban animadamente, fruncí el ceño al ver a un hombre muy cerca de ella decirle cosas al oído. Bebí mi copa de un trago, idiota. Con el pasar de las horas, todos los presentes ya comenzaban a sufrir los efectos del alcohol, incluida yo. Observé a Mayte entrar a la casa, me levanté rápidamente yendo detrás de ella y la tomé del brazo.

— Sof, ¿qué te pasa? —volteó a verme, tenía las pupilas dilatadas y su pecho rojo.

— ¿Estás ebria?

— Igual que tú. —me miro fijo.

— ¿Quién es él?

— ¿Qué te importa? no tienes derecho a hacerme estas preguntas.

— Claro que sí, tu eres mía. —afirmé y Mayte sonrió.

— Te equivocas. —me empujó. — Deje de serlo en el momento que decidiste casarte.

— Sí, voy casarme y voy a ser muy feliz. —la observé apretar su mandíbula y volvió a empujarme, esta vez contra la pared.

— No te creo, no estás enamorada de él. —sentí sus manos tomar mi cintura.

— Lo estoy. —aseguré.

— Dime una cosa, Sofía. —juntó su frente con la mía. — ¿Cuando estás cerca de él tiemblas así como lo estás haciendo en este momento? —la observé sintiendo mi respiración entrecortada. — ¿Tu piel se eriza cuando te toca?, ¿tu respiración se acelera?, ¿lo miras con el mismo deseo con el que me estas mirando en este momento?

Mierda, no. No tuve fuerzas para articular ni una sola palabra, cerré los ojos y enseguida sentí como sus labios se fundían con los míos encajando a la perfección, nuestras lenguas se rozaron y una ola de corriente recorrió todo mi cuerpo. Cuando ya estaba cayendo rendida a sus pies, se alejó de mi mordiendo mi labio inferior y sonrió ampliamente.

— Aun me amas. —se relamió los labios.

— No es cierto. —susurré recobrando las fuerzas.

— Me besaste, Sof.

— No señora Mayte, usted me besó. Yo solo correspondí, sería de muy mala educación no haberlo hecho. —intenté mantenerme serena. — Un beso no se le niega a nadie.

— ¿Entonces andas repartiendo besos por el mundo?

— Quizá, hay besos que no significan nada.

— ¿Como el nuestro? —preguntó observándome fijo.

— Así es. —sonreí.

— Vaya. —dijo riendo. — Cuanto has cambiado.

— Ya no soy la misma estúpida que andaba detrás de usted rogándole por un poquito de atención.

— No, ya no eres aquella niña dulce que me hacía reír con sus ocurrencias, aquella que iluminaba mis días con una sonrisa. —suspiró. — Ya no eres la misma Sofía de la que me enamoré como una idiota y a la cual no he dejado de esperar.

Señora MayteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora