Capítulo treinta y siete

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Las primeras semanas realmente fueron terribles, no dejaba de llorar, de pensar en Mayte y en la forma tan cruel en la que jugo conmigo, pero los meses pasaron y me fui acostumbrando a su ausencia, el único recuerdo que tenía eran las fotos en mi celular que le saqué mientras dormía o estaba distraída que no me atrevía a borrar, y solo una donde estábamos juntas; yo estaba sentada en sus piernas mientras ella me abrazaba por la cintura y su rostro descansaba en mi pecho, esa la sacó Joss cuando estuvimos en el rancho.

Desde que me fui ya no sonreía como antes, no me sentía completa y quizá nunca volviera a estarlo. Intenté llevar una vida normal, hice muchos amigos, tuve algunas relaciones fugaces, pero ninguna lograba sacarla de mis pensamientos. Dicen que un clavo saca a otro, pero Mayte no era un simple clavo, ella estaba tatuada en mi alma. Los años se fueron volando, y en un abrir y cerrar de ojos, ya había pasado mucho tiempo desde aquel día.

Mi vida había cambiado tanto, que ni yo misma me acordaba de como era antes. Estudié, me gradué y ahora tenía un puesto importante en una empresa. Papá y Olivia me visitaban cada año, se casaron poco después que me fui y ahora eran padres de un niño de 5 años, mi pequeño hermano al que amaba con toda mi alma.

— Sofi, necesito que firmes estos papeles. —dijo mi asistente entrando a la oficina. — ¿Estás bien? —suspiré.

— Estoy bien. —hice una mueca e Irene se acercó, aparte de ser mi asistente, era la única persona que me conocía tal cual soy y con quien tenía la confianza suficiente para abrir mi corazón.

— No seas idiota, ¿qué pasa? —se sentó frente a mí. — Deberías estar feliz por tu viaje y no con esa cara de tragedia. —reí.

— Tengo miedo de volver. —hice una mueca.

— No, no, no. —movió la cabeza. — Tienes miedo de volver a ver a tu amor de juventud y darte cuenta que en todos estos años no has dejado de amarla.

— Ay, cállate. —le tiré una bolita de papel. —No sé de qué hablas, además, te recuerdo. —levanté mi mano izquierda mostrándole el anillo que se encontraba en mi dedo anular.

— No lo amas Sofi. —rodé los ojos. — Ni siquiera te gusta, no sé qué es lo que haces con él... ¿experimentando tal vez?

— Shh... —respire profundo. — Lo quiero mucho y... y esto no se discute. Iré a México para informarle a mi padre sobre mi compromiso con Marcus y en dos semanas volveré. —tomé los papeles firmandolos.

— Bien, como quieras. —se levantó tomando los papeles. —Igual puedes quedarte más tiempo, no has tenido vacaciones desde que entraste a trabajar.

— No las necesito. —me levanté tomando mis cosas. — Te llamo cuando llegue, ¿vale? Y por favor mantenme al tanto de todo. —me acerqué dejándole un fuerte abrazo y salí de la oficina.

Llegué a mi departamento para terminar de acomodar mis maletas, sentía el estómago revuelto de los nervios. Estaba segura que volvería a verla y eso me causaba ansiedad, papá una vez me comentó que todavía vivía en el mismo lugar, y aunque él ya no vivía en nuestra antigua casa, algunas veces iba de visita y la miraba ahí. Cuando terminé de acomodar todo, sentí a alguien llegar y era él, mi prometido.

Salí de la habitación y lo observé acercarse a mí sonriendo, Marcus era el sueño cualquier mujer heterosexual, lamentablemente yo no lo era, pero aun así intentaba dar todo de mi para hacerlo sentir bien.

— Cariño. —abrió sus brazos y me rodeó por la cintura. — ¿Todo listo?

— Sí, creo que sí. —dije suave.

— Te voy a extrañar. —besó mis labios.

— También yo, pero solo serán dos semanas. —acaricié su mejilla.

— El tiempo suficiente para extrañarte como si fuese una eternidad. —me tomó la mano dejando un beso en mis nudillos. Sonreí. — Vamos, que se hace tarde. —se alejó para buscar las maletas y salimos. De camino al aeropuerto no hacía más que pensar y revivir todos los recuerdos que tenía de aquel lugar en el cual estaría en algunas horas.

Señora MayteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora