Capítulo 32. Ódiame, pero no te alejes

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—Pero tengo una condición más.

—¿Crees que tienes derecho a hacer peticiones después de esto?

—Isobel...

Suspiré con pesadez.

—Bien, de acuerdo, ¿cuál es tu condición?

—Que jamás uses hechizos en mí —dijo con seriedad.

Levanté una ceja.

—Eso es difícil considerando lo problemático que eres.

Elijah me miró con pesadumbre.

—Por favor, Isobel. Los hechizos se sienten... mal.

—¿Mal?

—No sé como describirlo, pero es horrible —musitó a la vez que yo sentía su incomodidad e incluso algo de temor. Supongo que para un humano la magia de Morierte era demasiado corrosiva. No tenía forma de saberlo.

Solté una exhalación y descrucé los brazos.

—Aceptaré tu condición, pero solo si tú juras con tu vida que me obedecerás sin importar qué —añadí con firmeza—. De otra forma, sí me veré forzada a hechizarte. Un trato justo para ambos, tú me obedeces y yo no uso magia en ti.

Elijah asintió y extendió su mano derecha hacia mí.

—Te lo juro.

Miré su mano durante un par de segundos, considerando por última vez si esta era una buena idea o no. Tenía sus pros y contras, pero el negarme parecía ser la opción que más consecuencias me traería.

Tomé su mano y sentí como su maldición se activaba, enfriando mi palma mientras sus venas negras se extendían hacia las puntas de sus dedos.

—Yo también te lo juro.

Nunca había corrido tan rápido en toda mi vida

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Nunca había corrido tan rápido en toda mi vida. Necesitaba hallar a Elijah y desactivar el efecto de mi Unikaia en él. No podía creer que no me di cuenta de ello; lo desbloqueé aquella vez que nos besamos por primera vez y la noche de mi cumpleaños terminé por hechizarlo. Ni siquiera estaba del todo segura de cómo o qué fue lo que le hice. Solo sabía que mi Unikaia tenía algo que ver con el amor y Elijah fue mi primera víctima.

Todo encajaba. Un Unikaia conectado al amor que fue reprimido por las Levythe y el miedo que las brujas nos infundían desde niñas. No es que no tuviera un Unikaia, es que jamás pude liberarlo. Jamás me dejaron liberarlo.

Sintiendo presión en los pulmones por el esfuerzo y el aire frío que inhalaba, encontré a Elijah en uno de los jardines. Se veía tan enojado como la mañana en que nos peleamos y su mirada seguía distante —como si realmente no estuviese aquí. Gracias a nuestra conexión pude percibir un atisbo de mi magia fluyendo dentro de él. Maldije vulgarmente en mi mente.

Witka: La Maldición de la Bruja [No editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora