Capítulo 9. ¡Obedéceme!

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Esta noche no moriría, y tras el miedo que sentí, decidí que no volvería a estar al borde de sucumbir de una forma tan despiadada como es el frenesí de Nernox. Nunca más. Tal vez desarrollé otra faceta de egoísmo, pero la siguiente vez que viese a un humano a punto de morir, lo pensaría dos veces antes de actuar. Por suerte, una vez que me casara durante el solsticio de invierno, saldría muy pocas veces del aquelarre. Estaba destinada a convertirme una bruja casera hecha y derecha. Primero una esposa y después una madre ejemplar. Una mera fachada, claro está.

Tras haber tomado la decisión de casarme con un brujo, la madre Ágatha ordenó al Werita que trajera a Elijah para explicarle un par de reglas antes de dejarlo andar "libre". Condiciones que al parecer me involucraban a mí y, dado que aún no me habían quitado las cadenas, supuse que si no las aceptaba... moriría. Por supuesto que aceptaría cualquier cosa. No era imbécil.

Lo arrastraron dentro del juzgado y, gracias a que mi magia estaba retornando con lentitud tras haber pasado un par de horas en el vacío, pude percibir su temor. Estar frente a la bizarra Trifecta le ponía los nervios de punta a cualquier bruja y, sin lugar a dudas, humano.

—Tu nombre, humano —exigió Ágatha Bellerose.

Elijah, parado a mi lado, me dedicó una breve mirada de soslayo. Esbocé una discreta sonrisa ladeada, pero al parecer solo logré confundirlo más.

—Elijah Tatcher —respondió, inseguro.

Estaba tan nervioso que sus emociones apestaban a ropa sudada. Arrugué la nariz y le di un discreto codazo.

—Tranquilízate. Apestas a cerdo —musité entre dientes.

—Y estoy sudando como uno —masculló de vuelta.

Me percaté de que su hedor no era a causa de sus emociones y me alejé un par de pasos. Me causaba divertimento ver lo aterrorizado que estaba mientras que yo ya sabía cuál era el veredicto y me hallaba desbordante de júbilo. ¿Qué otra reacción podría tener? Hoy no moriría.

—Elijah Tatcher —repitió Ágatha y asintió hacia Arisa Remonett.

La segunda bruja madre esbozó su sádica sonrisa compuesta de afilados caninos grisáceos y también se puso de pie, apuntando su picudo dedo índice hacia Elijah mientras sus ojos destellaban en color naranja. Conocía esta faceta suya, activó su Unikaia de la verdad pura.

—Tu maldición fue un castigo impuesto por nuestra Moira y consiste en que cualquier ser vivo que toques, ya sea flora, fauna, un humano o bruja... perece —explicó la madre Ágatha con seriedad—. Te impondré una advertencia, Elijah Tatcher, si hieres a una sola de mis brujas o brujos, o se te ocurre desatar el caos en mi aquelarre-

—Te asesináremos —completó Galilea Grandlor, para sorpresa de todos. Su tono podía ser incluso más amenazante que el de la madre Ágatha y Arisa combinados—. Sin dudarlo.

La primera madre se limitó a asentir y después se volvió hacia mí durante un efímero segundo.

—A ambos —añadió, dedicándole una ominosa mirada a Elijah—. Ya que tu propia vida no te importa, tal vez te importe la de otra persona, ¿comprendes?

Elijah tragó saliva y hasta yo pude sentir su miedo. Comenzaba a percibir esa conexión que se supone que compartíamos tras haberlo salvado con mi magia.

—Sí, señora.

—Madre Ágatha —corrigió con dureza y luego me miró a mí—. Isobel —llamó. Sabía que las cosas se calmaron porque se dirigía a mí usando mi primer nombre.

Incliné la cabeza con respeto.

—Sí, madre Ágatha.

—Vigilarás en todo momento al humano para prevenir que no cometa otro asesinato —ordenó—. La maldición no debería afectarte a ti.

Witka: La Maldición de la Bruja [No editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora