Pasaron dos semanas desde el incidente con el par de brujas que intentaron asesinarnos a Elijah y a mí. Catorce días de miradas desbordantes de rencor y de ser el depósito de chismes y odio del aquelarre entero. A ninguna bruja le importaba que yo estuve a punto de morir, no, les importaban las bajas y el hecho de que dichas muertes fuesen ocasionada por un humano y, para su repugnante ventaja, un humano maldito.
A mí me veían como la protegida de Ágatha, su bruja consentida que salvó del frenesí de Nernox por mero y superficial favoritismo. Ahora tenía encima la responsabilidad de no solo encontrar un esposo brujo con el cual contraer matrimonio para el solsticio de invierno, sino también de salvarle la vida a Elijah y —aunque no debería estar entre mis prioridades más importantes— no decepcionar a la madre Ágatha. La veía y de seguro siempre la veré como si fuese mi verdadera madre y yo, como buena hija, quería su aprobación.
En resumen, tenía tres prioridades en mente, todas conectadas entre sí: casarme con un brujo, salvarnos la vida a Elijah y a mí y conseguir la aprobación de la madre Ágatha.
Sonaba sencillo, ¿no? Solo una mentira más que me gustaba decirme para auto engañarme.
—¡Isobel!
Un par de dedos fueron chasqueados a escasos centímetros de mis ojos y retorné mi atención al presente con poco entusiasmo.
—Te estoy escuchando, Vera —aseguré con monotonía.
—No quieras verme la cara de Werita —espetó ella.
—Auch, qué dura.
Vera rodó los ojos.
—Por favor, todos sabemos que los Weritas no son las criaturas más inteligentes.
—Pregúntale a ellos qué opinan.
—Isobel, enfócate —reprendió con tono severo—. Solo tienes siete meses para encontrar un brujo que desee contraer matrimonio contigo.
Me apoyé sobre mis palmas en su acolchonada sábana y levanté la mirada hacia el techo, apreciando las constelaciones que Vera pintó con magia de Morierte hace varios años.
—¿Aún brillan en la oscuridad? —pregunté, señalándolas.
—La magia de Morierte no caduca, Isobel, claro que brillan.
—Así que hay magia que sirve para bien —dijo Elijah, recordándonos su presencia en la habitación—. Qué bizarro.
Vera me permitió traerlo con la condición de que no tocara absolutamente nada, así que estaba parado a un lado de la ventana, con las manos en los bolsillos y escuchando —hasta este momento— en completo silencio nuestra conversación.
—¿Acaso no te dije que no abrieras la boca ni siquiera para respirar? —inquirió Vera con frialdad.
—Eso no estaba entre tus mil condiciones, bruja —soltó la última palabra con un tono despectivo.
Ahora que llevaba semanas en el aquelarre, Elijah ganó cierta confianza, pero a la vez un insoportable temperamento con el cual, con cualquier pequeñez que le dijera, se ofuscaba y reclamaba que todavía no lo había llevado a ver a su abuela como prometí. Tenía la esperanza de que esta tarde por fin pudiese llevarlo y se le pasara esta terrible racha suya.
—Vera —llamé, volcando toda mi atención sobre ella—. Ve directo al punto y dime quiénes son los candidatos que encontraste.
Mi amiga esbozó una amplia sonrisa en sus labios pintados de rosa pálido y sacó un fino papel de pergamino del bolsillo de su vestido celeste, desenrollándolo con delicadeza.
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Witka: La Maldición de la Bruja [No editado]
FantasyLas brujas poseen tres leyes vitales: obedecer o sucumbir, usar el amor con precaución, y no añorar la humanidad; pero una bruja las quebrantó todas. Isobel Blanick es una joven bruja perteneciente al aquelarre de Witka, y nunca ha estado de acuerd...