Capítulo 6. La razón detrás de mi actuar

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El estudio de la madre Ágatha era una espaciosa habitación circular, con altas columnas de piedra volcánica y un techo que terminaba en forma de cúpula de cristal; todas las paredes estaban constituidas de enormes estantes de madera de roble repletos de libros y una serie de artilugios antiguos e irreconocibles, pero lo más impresionante del estudio de la primer bruja madre, era el mapa de Witka que se proyectaba en una cascada de agua dorada y que levitaba justo en el centro de la estancia.

El Werita me jaló como a un perro encadenado a través de las pesadas puertas de hierro del estudio. La madre Ágatha ya me esperaba ahí, dándome la espalda con sus manos entrelazadas detrás de ella mientras observaba el mapa proyectado.

Aún no podía hablar debido al Unikaia de Ágatha, por lo que me vi forzada a permanecer inmovil y callada hasta que la líder del aquelarre se giró hacia mí y al Werita que me retenía.

—Retírate —ordenó al Werita.

Asintió a manera de respeto y se fue caminando de reversa para nunca darle la espalda a su líder. Los Weritas, desde su creación, han sido criaturas cien por ciento leales a las brujas y, más que nada, a la primera bruja madre del aquelarre.

Una vez salió del estudio, las puertas se azotaron con estrépito y solo quedamos yo y la intensa mirada de la madre Ágatha —la cual resplandecía verde por estar empleando un hechizo sobre mí.

—Habla —ordenó y chasqueó tres dedos.

Sentí como me quitaba un peso avasallador de encima y, antes de poder profesar palabra, tomé una bocanada de aire y la dejé salir de manera trémula. Tragué saliva y levanté una mano hacia mi rostro, apartando uno de los mechones blancos de mi cabello que se desató tras ser jalada con brusquedad por el Werita.

—Madre Ágatha, yo-

—Isobel Blanick —acotó ella con su impávido tono de voz. Jamás, en mis diecisiete años de vida, la escuché expresarse de otra manera—. ¿Por qué salvaste al humano? Conoces las reglas.

Di un paso hacia delante con esfuerzo, siendo retenida por el peso de las cadenas y los grilletes en mis tobillos.

—Él... él iba a suicidarse —respondí, vacilante—. No pude evitarlo. No sé qué fue lo que pasó por mi mente, pero yo...

La primera bruja madre entornó los ojos y se aproximó a mí. No era muy alta, de hecho, creo que apenas y me llevaba dos o tres centímetros de altura con todo y tacones, pero ahora mismo se sentía como una gigante de tres metros y yo una misera pulga de tres milímetros.

—Nosotras no salvamos almas, Isobel; las ofrendamos a nuestra Moira.

Moira, o mejor conocida como la parca o la muerte misma, es nuestra superior y nuestra diosa; a quién venerábamos desde el día en que nacemos y hasta caer en sus eternas garras.

—Eso lo sé y lo sé muy bien —aseguré—. No intentaba atentar contra Moira, solo no quería dejar que un humano muriera. Yo pensé que estaba siendo cazado por brujas, pero cuando vi que en realidad planeaba suicidarse-

—Tu acto "heroico", fue en vano. —Volvió a interrumpir—. Y no solo fue en vano, sino que también sumamente inmaduro.

Sentí aquellas palabras como una estocada al corazón. Ágatha siempre fue como una madre para mí; alguien de quien buscaba aprobación y cariño, no decepción y reprimendas.

Me volvió a dar la espalda mientras negaba con la cabeza y yo permanecía en penoso silencio, observando mis botas impregnadas con las cenizas de los animales y plantas muertas del bosque.

—Debes matarlo —sentenció con un tono más sombrío—. O nosotras no solo mataremos al humano, sino que también a ti por desobedecer órdenes.

Abrí los ojos con creciente pánico y me apresuré hacia la madre Ágatha, arrastrando las cadenas detrás de mí con estrépito.

Witka: La Maldición de la Bruja [No editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora