Capítulo 13. Los espantosos candidatos

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Tal vez era algo cobarde, no, sin lugar a dudas sí poseía un poco de cobardía dentro de mí, pero siempre pensé algo, y era que el miedo no era necesariamente un enemigo, sino que podía ser un valioso aliado si sabías escucharlo. Este era mi caso, mi excusa si quieren llamarlo así, un seguro para prevenir que Elijah y yo nos metiéramos en más problemas de los que ya teníamos en nuestro plato.

Ayer fui a ver a Kal, el nieto del amargado de Karak, pidiéndole que dejara que Elijah se quedara con él. Me costó convencerlo y le di mil argumentos que él barría fuera del camino; era comprensible, no quería meterse en problemas. Pero, como todo ser, tenía un talón de Aquiles, y el de Kal era claro. Lo descubrí el día en que lo conocí, ¿y el nombre de dicha mortal debilidad? Vera Blanchet.

Kal siempre estuvo loca y perdidamente enamorado de Vera; cada vez que nos encontrábamos en los pasillos o nos visitábamos, me preguntaba por ella, pero a pesar de nuestros múltiples años de amistad, nunca se atrevía a acercarse a hablarle, así que hice un trato con él. A cambio de que dejara que Elijah se quedara en su habitación, yo lo presentaría con Vera. Al principio se negó rotundamente, pero logré convencerlo al decirle que estos meses serían sus últimos días para hablar con ella. Y era cierto, puesto que en diciembre Vera, otras varias brujas y yo, contraeremos matrimonio y abandonaremos la casa mayor.

Kal sabía que nada sucedería entre él y Vera, estaba prohibido que brujas y Weritas se enamoren por una trágica historia del pasado, pero a pesar de ello, Kal decía que seguiría amándola y que le bastaba con saber que ella estaría bien, que estaría sana y que estaría feliz. Admiraba esto de él, teniendo tan claros sus límites y siendo capaz de no ser egoísta aunque era doloroso saber que nunca podría estar con la bruja que amaba y que dicha chica además se casaría este año y ya no volvería a verla.

El sol apenas comenzaba a salir y el frío era calante en Witka. Nos levantamos temprano porque hoy iría a visitar a los dos posibles candidatos para mi futuro esposo. Creo que nadie se levantaba pensando en buscar un marido y comprometerse; nadie excepto yo.

Elijah iba caminando a mi costado izquierdo, bostezando cada dos por tres mientras que Vera, a mi lado derecho, le dedicaba miradas de recelo.

—¿A dónde dijiste que vamos? —cuestionó Elijah—. Pensé que irías sola a visitar a tus pretendientes.

—Y así será —afirmé—. Te dejaré bajo el cuidado de alguien mientras no estoy.

—¿En serio? ¿Me dejarás con una niñera? —inquirió, viendo a Vera con desagrado— . Pensé que tenía suficiente con la bruja de tu amiga.

—Cierra la boca, pedazo de carne cruda —espetó Vera—. Yo jamás haré de tu niñera. Solo los acompaño porque Isobel me lo pidió.

—Te llevaré con un viejo amigo Werita —expliqué—. Hablé con él ayer y dijo que estaba dispuesto a vigilarte y... —Bajé un poco la voz—. Y a dejar que te quedes con él.

Miré a Elijah con el rabillo del ojo, esperando encontrar alguna reacción en su rostro, pero lo único que hizo fue mirar de un lado al otro antes de bostezar de nuevo y contestar con simpleza:

—De acuerdo.

Tampoco percibí ninguna emoción anormal en él. De verdad no le importaba que yo lo hubiese echado de mi habitación de un día para el otro sin siquiera consultárselo.

—¿No te molesta? —pregunté entonces.

—¿Por qué habría de? —indagó Vera, adelantándosele.

La ignoré y mantuve mi atención sobre él. Siendo sincera, no tenía respuesta a la pregunta de Vera.

Elijah se encogió de hombros e hizo de sus manos un par de puños dentro de sus bolsillos.

Witka: La Maldición de la Bruja [No editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora