Capítulo 19. El festival de los doce aquelarres

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El festival anual de los doce aquelarres llegó a Witka.

Alrededor del mundo existían doce aquelarres —contando a Witka—, y cada año, poco antes del verano, se llevaba a cabo un festival en donde se juntaban brujas y brujos de distintos aquelarres, aprovechando las reuniones que los líderes llevaban a cabo como excusa para procrastinar y celebrar.

Este año Witka era el anfitrión y la casa mayor estaba abarrotada de brujas y brujos de los otros once aquelarres. Los amplios jardines y el bosque fueron utilizados para instalar una serie de puestos y otras actividades recreativas. Tal y como una feria humana, excepto que aquí había cierto toque "mágico".

—¿Por qué diablos liberan los orbes de luz? —cuestionó Vera con indignación, recitando Laima en voz baja para invocar una espora de luz celeste en la punta de su dedo índice—. ¿Qué somos?, ¿vándalos?, ¿salvajes?

Dejé escapar una carcajada y negué con la cabeza mientras comía un dedo de bruja, el cual era un rollo de pan incrustado en una varilla de madera, espolvoreado con canela y relleno de crema de bugambilia —una técnica culinaria que las brujas desarrollaron hace cientos de años.

—¿Qué eres tú?, ¿una tía amargada? —inquirí y apagué la luz en su dedo con un soplido.

Vera frunció el entrecejo.

—¡¿Por qué diablos hiciste eso?! —espetó.

—Te ayudo a relajarte.

Vera soltó un bufido y levantó el dedo de en medio frente a mi rostro, invocando luz en la punta de este.

—Cuidado, no te vaya a ver nadie, señorita rectitud —me mofé.

—Esta... —comenzó, acercándose hacia una de las esferas de cristal que levitaba en el pasillo— es mi versión relajada —aseguró y encendió la luz dentro de la esfera, creando un perfecto orbe que después se multiplicó en diez más y se adentraron a la hilera de esferas de cristal en el pasillo.

Pronto quedamos sumidas en una fría luz celeste que incluso opacaba los encendidos irises de Vera.

—Te lo concedo. —La señalé con mi dedo de bruja—. Tienes buen gusto.

Vera esbozó una sonrisa de satisfacción y acercó su rostro hacia mi postre, robando una mordida que dejó sus labios impregnados con una fina capa de azúcar y canela.

—Y tú tienes un gusto aceptable en alimentos —concedió, lamiendo sus labios—. A excepción de la comida humana que tanto te gusta traer y que solo apesta nuestras habitaciones.

Volví a reír. Muchas veces me pregunté qué habría sido de mí y Vera si jamás nos hubiésemos conocido cómo lo hicimos. Al inicio no nos soportábamos; Vera me odiaba por cuestionar las costumbres y enseñanzas de las brujas y yo la odiaba a ella por estirada y por su fingida imagen de perfección que solo yo parecía notar.

La primera vez que hablamos en serio fue cuando teníamos diez años. Una bruja quebrantó una Levythe y nos vimos forzadas a atender a su ejecución ante el frenesí de Nernox. Ambas estábamos aterradas, podíamos sentir nuestro terror y, en búsqueda del mínimo consuelo, me aferré a la mano de Vera y ella, entre lágrimas, se aferró a la mía también. Nos dimos una oportunidad después de eso y descubrimos que nuestras diferencias nos hacían compatibles. Vera era directa y obediente, y yo era más manipuladora y rebelde. Pero si había algo en lo que ambas éramos iguales, era que odiábamos los injustos castigos que eran impuestos sobre las brujas.

Salimos del pasillo hacia uno de los jardínes del aquelarre, viendo como lo que antes solía ser un espacio abierto y repleto de árboles de bugambilias, ahora estaba lleno de puestos de vendimia. Puestos de comida típica de los aquelarres, juegos en donde demostrabas tu capacidad y control mágico, y también algunos vendedores que querían estafar diciendo que sus productos poseían propiedades especiales. Yo solía creer que esas falacias solo las compraban los humanos, pero la fila con al menos quince brujos me calló la boca.

Witka: La Maldición de la Bruja [No editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora