Capítulo 10. Recuerda la mortalidad

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Anoche fue tan irreal, que se asemejó más a un sueño vívido, y sabía lo que decía, he sufrido de sueños que parecían tan realistas, que me costaba hacer distinción entre la realidad y la fantasía. Pero esto no fue un sueño, y lo sabía por el grito ahogado que resonó en mis oídos.

Separé los párpados de súbito y me senté en la cama, alarmada. Levanté la mano derecha y recité:

—¡Kerita! —Mi palma fue recubierta por luz magenta y usé el hechizo para correr las cortinas que cubrían las ventanas y permitir que entrara luz natural a mi habitación.

Desvanecí el hechizo en cuanto fui deslumbrada por la luz solar y me volví hacia dónde se suponía que debía estar Elijah.

—¡¿Qué demonios te sucede?! —Exigí una explicación.

Pero Elijah no se encontraba en el suelo en donde lo dejé para que durmiera, sino en el otro extremo de la recámara, parado detrás de una silla en donde siempre aventaba abrigos y otras prendas; nunca la usaba para sentarme y mucho menos para ocultarme detrás de esta.

Exhalé, medio combinado con un bostezo.

—¿Ahora qué te pasa? —cuestioné, recargando la mejilla sobre la palma de mi mano. Elijah tenía el entrecejo fruncido y observaba el suelo en busca de algo. Podía percibir su ansiedad irradiar por cada poro de su cuerpo y comenzaba a fastidiarme porque apestaba a humedad.

—Hay algo ahí —señaló su sábana en el suelo.

Enarqué una ceja.

—¿Qué podría haber ahí? —inquirí y solté un bufido—. Tal vez es uno de esos espíritus que mencionaste ayer. No les gustó lo que hiciste y ya vienen a castigarte.

Elijah me miró con recelo.

—Nunca dejarás eso pasar, ¿no es así?

Me carcajeé, negando con la cabeza.

—¿Por qué habría de?

Elijah rodó los ojos.

—Mira, búrlate cuanto te plazca, pero juro que hay algo ahí, debajo de la sábana —insistió—. Estoy casi seguro de que es un animal, o-

—¡Oh! —acoté con una exclamación y reí, jubilosa—. ¡Ya sé que es! —Aparté mis colchas y me levanté de la cama—. Bueno, más bien quién es.

—¿Quién? —inquirió él—. Por favor no me digas que tienes un animal aquí.

Me arrodillé junto a las sábanas en el suelo.

—Por supuesto, se torna muy solitario por aquí después de tantos años —contesté como si fuese obvio y levanté la sábana con cuidado, escuchando un familiar siseo que fue como música para mis oídos—. ¡Ah! Así que aquí estabas, traviesa.

Entre las colchas que le presté a Elijah, se deslizaba mi serpiente; mediana, de cabeza plana y con su cuerpo recubierto de escamas azules y moradas tornasol, resaltando el llamativo dorado de sus escleras.

Sonreí al verla y la cargué entre mis manos. La serpiente de inmediato se enrolló alrededor de mi muñeca, deslizándose por mi antebrazo hasta llegar a mi codo. Podía percibir su comodidad al estar conmigo —incluso un atisbo de alegría. Y sí, la magia empática de las brujas también funcionaba en animales.

—Eva, mi preciosa, ¿dónde estabas? —Acaricié su cabeza con mi dedo índice, sintiendo la suavidad de sus escamas—. Mudando de piel por lo que veo.

—¿Me estás jodiendo? —espetó Elijah, recordándome su presencia en mi habitación— . ¡¿Por qué no me dijiste que tenías esa cosa viviendo aquí?!

Witka: La Maldición de la Bruja [No editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora