Capítulo 35. Solsticio de sangre

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La noche cayó, mas fue revitalizada por el surgimiento de un cielo pintado de escarlata... El solsticio de sangre.

Hoy es veintiuno de diciembre, el día del solsticio de invierno, pero para las brujas era más que solo un cambio de estación, era el símbolo de una unión más profunda, el día en que se celebraban los casamientos y las parejas entrelazaban sus almas a través de lazos sanguíneos. El cielo se tornaba carmesí y la luna pronto se asemejaría a un rubí recién pulido.

Me hallaba en mi habitación, sentada frente al tocador y observando mi reflejo. No podía sacarme de la cabeza lo que hice con Elijah. Utilicé mi Unikaia en él y ahora no me quedaba más que rogar que fuese suficiente protección para evitar que fuera afectado por el deseo de bodas. Si era sincera, me sentía extraviada. Por un lado estaba nerviosa, incluso culposa por haberle hecho esto sin su consentimiento, pero por el otro, me reafirmaba una y otra vez que fue la decisión correcta y que gracias a esto salvaría al humano que tanto amaba. Si mi plan funcionaba, habría ganado. Por primera vez ganaría.

—No sé por qué hago esto por ti —se quejó Vera, regresándome al presente.

Mi amiga se acercó con un peine y comenzó a cepillar los mechones de mi cabello. Podía verla en el reflejo del espejo y lucía bellísima. Su cabello se asemejaba a rizos de oro que caían a los costados de su delgado rostro, siendo decorado con pequeñas perlas que combinaban perfectamente con el maquillaje áureo que hacía resaltar sus finas facciones. Y, por supuesto, su vestido era de un elegante blanco que se cernía a su cintura y cuya cola larga se arrastraba por el suelo, siendo de seda decorada con un encaje hecho a mano y con un patrón de enredaderas.

—Deberías dejar que una bruja más experimentada te arregle, no yo.

Le sonreí, asegurándome de que viese mi expresión en el espejo.

—Confío en ti —aseveré—. Además, ya sabes que ninguna otra bruja me ayudaría ni aunque su vida dependiera de ello.

Vera jaló mi cabello con brusquedad, deshaciendo un nudo.

—Eso debería demostrarte que necesitas cambiar un poco —reprendió, dejando el cepillo levitando a su lado y ahora tomando los mechones blancos de mi cabello para atarlos detrás—. Pronto serás la esposa del brujo con el rango más alto de Witka —comentó, mirándome momentáneamente a los ojos a través del espejo—. Las cosas cambiarán mucho para ti, Isobel.

Mordí el interior de mi boca con discreción.

«También seré la futura primera bruja madre». Pensé.

Aún no había podido decírselo a Vera; no sabía cómo hacerlo y tenía miedo de conocer su reacción. ¿Me apoyaría? ¿Estaría orgullosa? O, tal vez... ¿Me odiaría? No quería conocer la respuesta a estas preguntas, no aún, esperaría a que las aguas se calmaran y entonces le diría la verdad a ella y a Azrael.

—Isobel Ascari... —musité, aferrándome a la tela de mi vestido. La combinación de mi nombre y su apellido era como escuchar una nueva melodía, tan desconocida, pero tan placentera para mis oídos.

—Luces tensa. Me atrevería a decir insatisfecha —señaló Vera, colocando pequeñas flores blancas a lo largo de mi cabello—. Solo espero que no estés considerando cometer otra estupidez.

Negué con la cabeza, siendo inmediatamente detenida por Vera que batallaba por peinarme.

—Nerviosismo pre boda; es un evento único, definitivo e irrepetible —me excusé y me volví ligeramente hacia ella—. No llevo toda mi vida preparándome para esto como tú, bruja talentosa. —Esbocé una sonrisa, haciéndole un cumplido para desviar su atención.

Witka: La Maldición de la Bruja [No editado]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora