Odiaba el silencio y, para mi maldita fortuna, estaba sumida en este mientras vivía lo que de seguro serían mis últimos instantes en este condenado plano de vida.
Me hallaba en una fría, muda y sucia celda junto al humano causante de mi desgracia y cuyo nombre aún me resultaba desconocido. Él era un completo extraño para mí y viceversa. Lo que fue una serie de encuentros casuales en un cementerio, se convirtieron en nuestra tumba. Qué ironía, ¿no?
Lo peor, más allá de estar encerrada detrás de barrotes de hierro, era estar encarcelada en dicha celda y dentro del vacío. Para las brujas, el vacío se sentía como se sentiría un humano desnudo y perdido a mitad del desierto; vulnerable, desprotegido y debilitado.
Nacemos con nuestra magia de Morierte, crecemos y convivimos con ella durante cada segundo de nuestra existencia hasta nuestra muerte y, cuando te la arrebatan de golpe, es como sentirte desnudo. Sientes impotencia y como poco a poco tu existencia se vuelve carente de sentido. Por algo se llamaba el vacío, y era por ello, por el vacío y la crisis existencial que tarde o temprano te conducía a un apagón mental.
Y ese vacío, acompañado del silencio sepulcral en la celda, me estaba matando lenta y agónicamente. Incluso podía sentir un dolor de cabeza punzante y la ansiedad comiéndome los nervios, llevándome a rascarme los antebrazos con demasiada rudeza.
Necesitaba enfocar mi atención en algo más o la ansiedad iba a devorarme viva, así que opté por levantar el rostro y enfocarme en el humano que estaba sentado en una esquina de la celda y cuya mirada parecía perdida, como si ni siquiera estuviese en el presente. Si tuviese mi magia, de seguro podría sentir su miedo, su perturbadora indiferencia o lo que sea que estuviese sintiendo en esos momentos.
Solté una exhalación, parando de rascarme y, por culpa, evitando ver mi piel irritada.
—Lamento haberte arrastrado en todo esto —musité, abrazando mis piernas a pesar de los grilletes en mis muñecas y recargando mi frente sobre mis rodillas—. No debí interferir.
Él permaneció en silencio, apoyando la cabeza contra el muro de piedra a sus espaldas y con esa mirada extraviada aún pintando sus ojos. En la celda no había nada más que nosotros dos, barrotes de hierro reforzado y cuatro muros de piedra sumidos en la vasta oscuridad que apenas era iluminada por un rayo de luz que se filtraba a través de una rendija. Como cualquier calabozo o prisión.
—Pensé que nunca te vería fuera del cementerio —dijo, rompiendo el silencio del que pensé que jamás saldríamos—. Comenzaba a pensar que vivías ahí o eras una especie de espectro
—¿Espectro? —Bufé y levanté la mirada, recargando la barbilla sobre mis rodillas y vislumbrando mi falda impregnada de tierra y cenizas con la poca luz de la celda— . Tal vez solo me gustaba ir a pasar el rato con un humano que encontraba un morboso placer en dibujar en cementerios, cuyo nombre, por cierto, desconozco.
El humano conectó sus ojos con los míos y debo admitir que era preocupante la calma en estos. No estaba aterrado a pesar de todo lo que vio e hizo. Supongo que el suicidio era un punto tan bajo, que todo lo que podía pasar después era casi inocuo, incluyendo desarrollar una maldición asesina y pulverizar a un Werita con esta, tal vez no era un humano, pero seguía siendo una vida.
—Elijah —dijo entonces.
Entorné los ojos, escrutándolo a pesar de la oscuridad.
—Elijah —repetí, sintiendo la forma en que mi lengua se pegaba al paladar para pronunciar el nombre. Nunca antes lo había escuchado.
—Tatcher —agregó.
—¿Es un segundo nombre o un apellido? —cuestioné.
—Apellido.
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Witka: La Maldición de la Bruja [No editado]
FantasyLas brujas poseen tres leyes vitales: obedecer o sucumbir, usar el amor con precaución, y no añorar la humanidad; pero una bruja las quebrantó todas. Isobel Blanick es una joven bruja perteneciente al aquelarre de Witka, y nunca ha estado de acuerd...