Mrs. B

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Toda mi vida he trabajado como actriz y sé perfectamente lo que significa sonreír ante una cámara, pero jamás he sido hipócrita ante preguntas que considero inapropiadas.

El espectador no se imagina que detrás de todos esos focos, luces, cámaras, alfombras rojas y glamour, existe humanidad… Y los entendía porque de cierta forma, yo tampoco creía que este tipo de cosas podrían llegar a pasarme a mí, pero pasó. Me sentía atrapada dentro de una película de ciencia ficción. No era la protagonista sino un personaje secundario de su aterradora visión del amor.



Desde hace un año que la humanidad se enfrentaba a la mayor prueba de supervivencia... Un virus que acechaba a las personas como un depredador a su presa. Fuimos obligados a permanecer encerrados y en caso de necesitar salir, debíamos usar una mascarilla para protegernos.

El virus era impredecible y no se podía saber a primera vista quién podría o no, tenerlo.

La mayoría de las personas creían que aquello era un invento del gobierno para mantenernos encerrados e incluso yo llegué a creerlo, pero la cantidad de muertes que había, no eran normales y me negaba a creer que se trataba de genocidio.

Los primeros 6 meses estuve sin trabajar al igual que mis colegas y solo recibía entrevistas telefónicas o por videollamada. Nunca había tenido tanto contacto con la tecnología, pero, ahora con lo que estaba pasando, era el único medio de comunicación sin riesgo de infección.

Conforme fue pasando el tiempo me fui acostumbrando a la nueva normalidad y me hice a la idea de que quizás, así es como tendríamos qué vivir de ahora en adelante.

A principios de agosto, fui informada de que uno de los eventos más importantes de mi carrera, no sería cancelado como se tenía pensado y que mi presencia era absolutamente necesaria para que aquello funcionara.

En aquel evento, prácticamente fui la imagen vivida de la fe; fe de que podríamos salir adelante sin perder nuestra cultura, nuestro amor por el arte y el cine.

Debo decir que llegué a dudar que aquello se lograría de verdad, pues la naturaleza humana es caótica y tarde o temprano se destruirían unos a otros. Sin embargo tenía fe, porque siempre intento ser positiva, pero no soy ciega a la realidad. Era un trabajo complicado sobre todo para el gobierno quien debía ser cuidadoso, ya que por la falta de trabajo y por ende de recursos, se vería afectada la cordura de muchas personas que no son tan privilegiados.

Durante mi viaje reafirmé mi gusto por las nuevas normas de salubridad. No era fanática del contacto físico con otras personas, no como muestra de educación y sobre todo con desconocidos, así que agradecí no tener que sonreír en demasía o saludar de beso a aquellos hombres que más que admirarme me sexualizaban, tal como a cualquier otra compañera de la industria; era imposible huir de aquello.

Al finalizar aquel evento, todo volvió a ser como antes; volvimos al encierro y a las videoconferencias. Ya me había acostumbrado a esta nueva vida, a tener a mi familia y a mi trabajo en el mismo lugar.
Sí, me olvide de la ropa elegante, los zapatos de tacón y el exceso de maquillaje. Me sentía feliz con mi ropa holgada y mis pies descalzos danzando por doquier.

Una vez a la semana me levantaba temprano (antes de que amaneciera), tomaba las llaves del auto y me iba al supermercado más cercano. Este método antes me funcionaba para no ser abordada por ningún periodista o algún fanático, pero ahora era mucho mejor, ya que por el uso necesario de la mascarilla era casi imposible ser reconocida. Estaba cómoda siendo una más; una persona común y corriente… Más no debí acostumbrarme tan rápido a aquello.

Comenzaba un nuevo año y debido al encierro y a mi vida rutinaria, pero satisfactoria, no lo había sentido. Hace mucho que necesitaba un descanso y cómo no agradecer el tiempo que estuve en casa y que disfruté viendo a mis hijos crecer, sobre todo a la más pequeña; mi adoración, mi rayo de luz... Sin embargo, claro que extrañaba mi trabajo.

Creí que todo volvería a la normalidad una vez que entráramos al 2021, pero no fue así. Las muertes seguían aumentando y por ello era casi imposible regresar al trabajo. Sobre todo un trabajo como el mío; lleno de gente y locaciones cerradas.

—Mamá—Me sorprendió mi hijo mayor.

—¿Qué pasa, cariño?—le pregunté con total atención.

—La próxima semana comienzan las clases y me preguntaba… Si tú… me dejarías conducir el auto de papá—Preguntó temeroso.

—¿Le has comentado a tu padre, sobre eso?—Por alguna extraña razón, tenía la certeza de que mi esposo ya había aprobado aquello.

—Sí y me ha pedido que hablara contigo—Sonrió.

—Así que no me había equivocado—Pensé—En ese caso…—Bufé rendida—. Solo espero que seas responsable—Me acerqué a él y deposité un tierno beso en su cabeza.

—¡Mamá!—Se alejó de prisa.—Ya no soy un niño, ¿okay?—Me miró avergonzado y con molestia.

—Para mí siempre vas a ser mi niño—Le sonreí. Él reviró los ojos, exasperado y salió de la habitación.

Comprendía su forma de ser, mi hijo ya era mayor de edad y mis demostraciones de cariño lo avergonzaban. John quería sentirse un adulto, independiente y eso me divertía y entristecía a partes iguales; no estaba lista para verlo alejarse de mí... no tan pronto.

Volví a mi estudio pues, a pesar de no estar trabajando, no podía dejar de leer tanto mis libros, como mis antiguos libretos.

Las semanas siguieron transcurriendo hasta que por fin recibí una llamada de mi representante.

—¿Hylda, qué tal?

—Buenas tardes, señora Upton, le tengo buenas noticias. Guillermo ha pedido hablar con usted, al parecer por fin obtuvo el permiso para comenzar las grabaciones de su nueva película y espera poder contar con usted.

—¡Excelentes noticias! Por favor dile que todo sigue en pie y que estoy ansiosa por trabajar con él.

—Perfecto. Le confirmaré entonces para que envíe el guión.

—Te lo agradecería, querida. Por favor mantenme informada—Me despedí de ella.

No podía contener la emoción por volver a trabajar. Suspiré y me dejé caer sobre la alfombra totalmente extasiada.

—¡Mami! ¿Te comiste mis galletas?—Me sorprendió mi pequeña hija quien, luego de verme en el suelo me miró inquisitiva.

—No, cariño. Jamás tocaría tus galletas—Le sonreí, tiernamente.

—Entonces, ¿por qué estás tan feliz? Yo solo me pongo feliz cuando como galletas—Frunció ligeramente el ceño.

—Bueno, mi niña, mami está feliz porque me llamaron y han dicho que pronto volveré a trabajar—respondí y me enderecé para quedar a su altura.

—Pero mami, no quiero que vuelvas a trabajar—Hizo un puchero—. Me gusta que estés aquí conmigo. ¿Quién jugará conmigo ahora?—Preguntó entre lágrimas.

—Mi pequeña princesa, no llores. Sabes que por ahora, no me puedes acompañar al trabajo, pero ya he estado mucho tiempo en casa y si no hago lo que me gusta terminaré poniéndome triste—Imité su puchero anterior.

—No mami, no quiero que te pongas triste—Tomó mi cara y besó mis ojos.

Sonreí ante su gesto tan tierno.
—Qué te parece si mejor vamos al jardín a atrapar mariposas, ¿si?—Asistió con alegría y me tomó de la mano.

Ambas salimos hacia el jardín y comenzamos a jugar a las escondidas, pues ella había decidido que atrapar mariposas no era tan divertido.

—Te voy a encontrar, pequeña princesa—Advertí en voz alta. Escuché pequeños y sigilosos pasos detrás de un arbusto y con cuidado me acerqué hasta él—. ¡Aquí estás!—Salté con rapidez, intentando sorprenderla.

—Bu… buenas tardes—Me saludó una pequeña extraña.

—Lo siento. Creí que tú…

—¿Qué era su hija?—Preguntó con una sonrisa tímida y un brillo especial se asomaba por sus ojos avellanados.

—Usas el uniforme del colegio de mis hijos. ¿Eres la compañera de Robert?—Quise saber. Ella negó divertida, ante mi observación y mi pregunta.

—En realidad yo…—Titubeó.

—Ella es mi novia, mamá—Habló a mi espalda John, (mi hijo mayor)

—¿Tu... novia?—Volteé a mirarlo con asombro.

—No quería presentártela así, pero bueno...—Se posicionó junto a ella—. Te presento a Cadie, mi novia—La abrazó por la cintura.

—Es un placer, señora—Me sonrió la chica y me extendió su mano con amabilidad.

Se veía tan joven que llegué a pensar que tenía como mucho, 15 años (como mi hijo menor). Su voz tan dulce, su baja estatura y rostro tierno… no parecía ser mayor de edad.

—Un gusto conocerte, Cadie—Correspondí a su saludo y a su tímida sonrisa.

Quién diría que después me arrepentiría de aquel encuentro tan inesperado.

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𝑻𝒂𝒏 𝒄𝒆𝒓𝒄𝒂... (TERMINADA PRIMERA PARTE)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora