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Eiji's Pov
El movimiento suave de los automóviles avanzando por la carretera siempre me había relajado hasta el punto de ponerme a dormir. Tenía los músculos agarrotados y me dolía el cuello por llevarlo doblado durante tanto tiempo, pero ni aun así quería abrir los ojos y despertar del todo. Me habría quedado justo donde estaba: en el asiento trasero de un auto cuyo destino desconocía, escuchando la conversación de dos tipos igual de desconocidos de no ser porque escuché hablar a Ash. Eso me hizo reaccionar.
—Mi primo y yo vamos a casa de nuestros abuelos en Idaho — dijo. Fue entonces que me incorporé y me refregué los ojos para espabilar.

Por las ventanas veía pasar cientos de pinos cubiertos de nieve a toda velocidad, al igual algunos letreros que anunciaban nuestra pronta llegada al siguiente estado. Entonces recordé todo de golpe: hace tan solo unas horas habíamos escapado del internado Brighton con nada más que algunos rasguños y los calcetines empapados por andar en la nieve. No nos habíamos detenido ni un segundo más de lo necesario para comprobar que no nos habíamos hecho daño antes de comenzar a correr por el bosque que rodeaba la escuela; tan lejos como nos fue posible.

No nos detuvimos sino hasta que ninguno de los dos pudo respirar con normalidad ni escuchar las sirenas de bomberos. Bebimos un largo trago de agua fría que por poco vomité. Si antes de emprender el viaje había tenido sospechas, todas ellas se confirmaron en ese momento; no estaba preparado para algo así y me habría quedado tirado en medio de la nieve de no ser porque Ash me tiraba de la mano con insistencia cada vez que me detenía o bajaba la velocidad.
—Solo un poco más, ya casi llegamos —decía cada vez que me quedaba sin aliento el chico que en ese preciso instante charlaba con el conductor y su copiloto como si nada.

Debimos haber deambulado cerca de media hora antes de que un automovilista sintiera compasión por nosotros y decidiera arriesgarse a llevar a un par de jóvenes desfallecidos a algún lugar. Las primeras luces del día aún no aclaraban el cielo y la afluencia de personas por esa zona del país era tan poca que no podíamos ponernos quisquillosos, de modo que nos subimos en los asientos traseros de una camioneta con destino a la costa oeste. Estaba tan cansado que seguramente me quedé dormido en el hombro de Ash en cuanto pusieron en marcha el auto, porque solo puedo recordar el ronroneo del motor bajo mi cuerpo y la música Country de la radio arrullándome.

Cando era niño y pensaba en adolescentes rebeldes saltándose las normas me imaginaba a tipos con tatuajes y fumando en las calles de Japón altas horas de la noche. Escapar de un recinto militar en Estados Unidos sobrepasaba todos mis estándares y apenas me parecía creíble que era yo el que estaba haciendo todas esas cosas. Tuve que mirar al chico sentado a mi lado en más de una ocasión para asegurarme de que todo lo que habíamos vivido era real. Ash era abrumadoramente guapo incluso cuando mentía descaradamente, porque nada en su rostro delataba nerviosismo o duda alguna.
—Son muy diferentes para ser primos —comentó el copiloto después de considerarlo un instante. Llevaba ya un buen rato mirándonos por el espejo retrovisor. Creí que sufriría un ataque de pánico en ese mismo instante, pero Ash no se dejó amedrentar; solo se encogió de hombros y respondió con toda la naturalidad del mundo.
—Nuestra familia es muy extensa, hay uno de nosotros en cada país.

El hombre en el asiento delantero soltó un gruñido y encendió un cigarrillo sin abrir la ventanilla. A juzgar por el olor impregnado en los asientos, no debía ser el primero. En eso, la música en la radio dejó de sonar y la voz de una mujer comenzó a dar las noticias de último momento.

"Informamos que después del incendio provocado en el internado militar Brighton en el estado de Colorado, algunos de los internos escaparon y hasta entonces no hemos podido dar con su paradero. Afortunadamente no se han encontrado fallecidos en el área afectada por el fuego y la policía sigue buscando en la zona".
—¡Ja! —se burló el conductor— ya decía yo que tarde o temprano algún delincuente conseguiría escapar de ahí. Esos lugares nunca son tan seguros como los pintan en la televisión.

Academia Brighton (Banana fish)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora