Academia Brighton (Banana fish)

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Ash's Pov
Ninguno de los dos se dio cuenta de cómo había pasado el tiempo; solo supimos que una semana transcurrió en cosa de un minuto y un mes, casi tan rápido como un parpadeo. Recibimos el año nuevo juntos y así pasamos el resto de los días. Muy pronto, Eiji y yo nos acostumbramos a nuestros nuevos aspectos, aunque de vez en cuando tenía que recordarle que se pusiera las lentillas o se retocara las pecas del rostro.

Habíamos conseguido una bicicleta, identificaciones falsas y trabajos de medio tiempo que nos ayudaban a pagar las cuentas y a comprar las cosas que necesitábamos. Eiji trabajaba en una florería a las afueras del pueblo más cercano y yo trabajaba como mesero en uno de os restaurantes de la zona. No era el empleo más glamoroso, pero tenía dos grandes razones que me motivaban a seguir adelante y hacían que todo valiera la pena. La primera era que la propina no estaba nada mal y podía llevarme a casa parte de la comida que había sobrado de ese día, cosa que nos ayudaba mucho con la economía del hogar. La segunda era que él era lo primero que veía cada vez que volvía a casa.

Eiji siempre me esperaba con una sonrisa y un beso que guardaba todo el día solo para mí. Siempre tenía preparada la cena y siempre estaba usando uno de los antiguos suéteres de Blanca; todos le quedaban grandes y nunca pude convencerlo de que fuéramos a comprar uno nuevo de su tamaño.
—Estos están bien —decía cada vez que hablábamos del tema y luego volvía a bromear y reír como siempre. Decía que le gustaban, pero también sabía que odiaba que gastáramos dinero en él.

Después de la cena, me encargaba de lavar los platos mientras él iba al salón a terminar de armar el puzzle que habíamos empezado y que parecía imposible. Sabía que esperaba por mí, con la misma certeza con la que él sabía que yo moría de ganas por ir con él cuanto antes.
—Ya casi estoy —le decía para tranquilizar su espera y la mía.

Leíamos libros, escribíamos poesía, bebíamos chocolate caliente y hablábamos sobre lo extraños que eran nuestros compañeros de trabajo. Hacíamos el amor; lo hacíamos una y mil veces, por todos los rincones de la casa. A veces como si se nos fuera la vida en ello, a veces tan despacio que nos daban ganas de llorar.

Los fines de semana tomábamos café por la mañana acostados en la cama mientras Eiji leía mi horóscopo en el diario como si mi vida dependiera de eso. Le acariciaba el cabello, íbamos al mercado, cocinábamos y discutíamos por ver quién ocuparía el baño primero. Estábamos enamorados y el mundo se había reducido a las paredes de aquella casa que llamábamos hogar. Al menos así lo era para mí.

La primera vez que noté una fisura en el paraíso que habíamos creado fue cuando descubrí a Eiji mirando por la ventana en plena noche y con una taza de té en las manos que de seguro ni siquiera había probado. Suspiraba profundamente y su aliento chocaba contra el vidrio.
—¿No eres feliz aquí? —pregunt''e sin estar seguro de querer oír la respuesta.

Sobresaltado, Eiji se giró para verme.
—Soy muy feliz, mucho más de lo que he sido alguna vez.

Lo conocía lo suficiente como para saber que a pesar de que estaba diciendo la verdad, no estaba siendo totalmente honesto. Me senté junto a él con la intención; mas cuando me tomó el rostro con las manos y me miró a los ojos, me di cuenta de que quien necesitaba consuelo era yo.
—Soy feliz, pero no puedo dejar de pensar en mis padres y en lo preocupados que deben estar por mí.

Bajé la vista y tomé sus manos, las besé. Aquella casa no habría sido un paraíso si uno de los dos se hubiera sentido mal. A pesar de que supe que ese momento llegaría desde que encontramos ese lugar alejado del mundo, aún no estaba listo para terminar con la tregua en la guerra constante que había sido mi vida.
—En las noticias ya casi no hablan de los alumnos que se fugaron de Brighton —le dije— podemos ir hasta la estación de buses y tomar uno que nos lleve hasta la casa de tu madre.