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—Bueno, vamos a ver... —así empezó Anahí, como hora y media después, su recapitulación de lo que le habían estado contando los dos médicos mientras tomaban café y tarta con ella.
Bueno, ella en realidad tomaba leche calentita y tarta— ... a ver si me aclaro —era muy agradable tomar el postre con ellos, una vez concluido su turno de trabajo, pero, la verdad, no entendía cómo la habían persuadido para sentarse con ellos, ni sabría decir en qué momento empezaron todos a tutearse.

Era prácticamente imposible decirle que no a Nicolas; ella, desde luego, no había podido resistirse. Bueno, tampoco eso era del todo cierto.
El que a Anahí le resultaba irresistible era Alfonso. Como en todo lo demás, donde Nicolas derrochaba encanto y afabilidad, Alfonso era callado y retraído.
No es que fuera hosco o agresivo, sino que era mucho más introvertido y reflexivo que su amigo, y, además, daba la sensación de que el asunto a él le parecía mucho más grave que a Nicolas.

Nicolas se lo estaba pasando en grande, y su compañía era muy agradable, pero era la honda trascendencia que la situación parecía tener para Alfonso lo que había captado el interés de Anahí.

Por fin le habían dado explicaciones, pero como, una vez oídas, ella seguía sin salir de su confusión, probó a recapitular lo que le habían dicho.
—Habéis apostado en el hospital a favor y en contra de que esta misma noche os enteraríais de un gesto de bondad de una persona para con otra, ¿no?
—Eso es —confirmó Nicolas.
—Bien —siguió ella, apuntándole con el dedo índice—: tú eras el que estaba a favor, y tú —apuntando hacia Alfonso— decías que eso no era posible. ¿Voy bien?
—Vas muy bien —respondió Nicolas.
Anahí sacudió la cabeza, mirando aún a Alfonso, y dijo:
—Chico, vaya opinión que tienes del género humano.
—Sí, eso me han dicho —contestó él en voz baja, mirando los posos del café.
Trataba de poner cara de ferocidad, pero no le salía nada convincente.
Anahí procuró no sonreírse, para no frustrarlo, pero la verdad era que la maravillaba que alguien que tan obviamente era buena persona dedicara tanto esfuerzo a aparentar lo contrario. Pero no podía dedicarse a estudiar ese enigma, cuando tenía otro mucho más apremiante.
—Así que, al verme invitar al señor McCoy —continuó—, pensasteis que ése era un gesto de bondad, y que con él se dirimía la cuestión.
—Lo has entendido perfectamente —le dijo Nicolas.
—O sea, que Alfonso ha perdido y tiene que pagar la apuesta, y, para pagar, tendrá que hacer él un acto de bondad.
—Eso mismito —Nicolas estaba entusiasmado.
Anahí volvía a mirar alternativamente a uno y otro, como si fuera un partido de tenis.
—Pues no lo capto.
—¿Cómo que no lo captas? —preguntó Nicolas—. Si acabas de describir la situación perfectamente.
—¿Pero yo qué pinto en ello? De acuerdo, te he hecho ganar la apuesta —se encogió de hombros—, pero, ¿qué tiene el resto que ver conmigo?
—Mujer, lo menos que podemos hacer es darte una recompensa por tu buena obra.
—Ah, bueno, pero no hace ninguna falta —le aseguró Anahí—. Yo no lo hice por ninguna recompensa.
—¡Ya lo sé! —exclamó Nicolas—. Eso es lo que lo hace tan estupendo.
—Pero es que...
—Lo hiciste porque eres una persona auténticamente buena, porque pensaste que era lo que se debía hacer. Por eso precisamente es por lo que mereces una recompensa.
—Pero...
—Y el amigo Alfonso es quien te la va a dar.
—Pero...
—Tú espera a oír qué va a hacer Alfonso por ti —la atropello Nicolas verbalmente una vez más —Hemos estado hablando de ello durante la comida, y te aseguro que es algo estupendo. Ya verás.

Y, con eso, se quedó mirando expectante a Alfonso, que estaba sentado al lado de Anahí. Como su silla estaba pegada al radiador y a la ventana, por mucho que lo intentara, no conseguía apartarse demasiado de él.
Alfonso dio un suspiro que declaraba lo mucho que le costaba hablar, y después, en voz muy baja, muy lentamente, como si le supusiera un esfuerzo gigantesco, dijo:
—Como, al parecer, te van a echar de tu casa, me gustaría que te quedaras en mi apartamento.

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