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Alfonso se quedó muy sorprendido. Suponía que lo que hacía era más bien espantar
a las mujeres.
-Estás majareta -informó a su amigo.
-Puede ser, pero lo que digo es cierto -insistió Nicolas-. A las mujeres las fascina
ese aire atormentado y silencioso que te gastas.
-¿Que me gasto?
-Ya sé que no lo haces a propósito: ¡eso es lo malo! -exclamó el otro-. A las
chicas aún las fascina más la sinceridad que el aire atormentado y silencioso.
Alfonso meneaba la cabeza, tristemente.
-Bueno, que te espero el viernes. Cóctel a las ocho, cena a las nueve.
-¿No irás a prepararla tú? -Alfonso no se molestó en disimular su preocupación.
-¿Yo? Qué dices, claro que no. Tú sí que estás majareta. Lo preparará una señora,
que es una joya, y que se llama Lupita. Ya te la presentaré.
-¿Es preciso?
-Ya verás como te gusta. Ah, ven con corbata.
-Cada vez me lo pones más fácil. ¿Hay más requisitos?
Nicolas sonrió con gran satisfacción, alarmando mucho por consiguiente a su amigo.
-Pues sí, y te va a encantar.
-¿Qué más hay que hacer?
Nicolas dio media vuelta y empezó a alejarse, y Alfonso pronto entendió por qué. Muy
deprisa, por encima del hombro, le dio la información, sin dejarle espacio para
objetar.
-Traer una chica. Todos en pareja. Así lo ha planeado Lupita, y no se le puede
llevar la contraria. Es una artista muy sensible.
Y desapareció, dejando a Alfonso enfadado, y seguro de que el viernes por la tarde
serían tres por lo menos los que se enfadaran: Lupita, el anfitrión, y él. Porque no
pensaba pedirle a ninguna mujer que lo acompañara.
-¿Que quieres que vaya dónde?
Anahí, en pie tras el mostrador de la cafetería, miraba de hito en hito a Nicolas
Huber, al que acababa de hacerle esa pregunta.
Nicolas, sentado en un taburete, justo frente a ella, esperaba a que su propuesta fuera
asimilada.
Pero Anahí tenía ya claro que, si en alguna parte podía llegar a sentirse más
incómoda todavía de lo que se había sentido toda la semana que llevaba viviendo en
el apartamento de Alfonso, a fin de cuentas, sola, sería en una fiesta en el apartamento
de Nicolas Huber.
Pero, ¿qué les había dado a los médicos del hospital de Seton? ¿Por qué, de
repente, les resultaba imprescindible su compañía? ¿Les habrían echado algo en el
agua?
-Gracias -contestó, lo más amigablemente que pudo-, pero no creo que me sea
posible. El viernes por la noche trabajo.
-Oh, no te preocupes -contestó el cirujano rubio-, le he preguntado a Celina si
podía venir ella, y ha dicho que sí. Dice que es lo menos que puede hacer por ti,
después de revelarnos a Alfonso y a mí tu oscuro pasado.
Anahí dudaba entre sonreír y enfadarse.
-Celina es muy amable, pero yo no me puedo permitir perder el dinerito que se
saca un viernes por la noche, así que... gracias, pero no.
Esperaba que Nicolas insistiera, pero la sorprendió mucho lo que dijo, y, sobre todo,
cómo lo dijo.
-Anda, ven, que lo pasaremos bien -estaba medio enfurruñado.
-Me gustaría ir, pero no puedo. Además, no tengo nada que ponerme.
-¡Qué excusa más mala!
-Es verdad.
El médico estuvo contemplándola un buen rato en silencio, y luego se puso a
mover la cabeza, despacio, como si se hubiera llevado una gran desilusión.
-Que necesito el dinero, que no tengo qué ponerme... pobrecita Anahí, es un
caso.
-¿Cómo dices? -estaba boquiabierta.
-Lo que oyes. Es el caso más triste de autocompasión que he visto en mi vida.
Anahí no conseguía cerrar la boca.
-Pero, ¿qué dices?
-Vaya ejemplo que le vas a dar a tu hijo, quejándote de todo. ¿Es que no tienes
amor propio?
Ya no le era físicamente posible abrir más la boca.
-¿Qué estás diciendo?
Nicolas dio un suspiro y cambió de tercio.
-Bueno, pues nada, si quieres presentarte como una víctima, y no te importa que
tu niñita, o tu niñito, aprendan eso de ti, en fin... no es asunto mío. La ensalada de
pollo, ¿qué lleva?
Se enfrascó en el menú, dejando de dirigirse a ella y Anahí, que hacía un minuto
deseaba que no la presionara más, se sentía ahora agraviada por su desinterés. No
conseguía sacudirse la sensación de que la desairada era ella, y no el médico.
Mientras aguardaba, lápiz en ristre, a que Nicolas se decidiera, seguía repasando lo
que él le había dicho: ¿que ella iba de víctima? ¿Que lo suyo era un triste caso de
autocompasión? ¿Que se quejaba? ¿Quién, ella? ¿Anahí Puente? De eso, nada.

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