—¿Dónde tienes el árbol de Navidad?
Según depositaba Alfonso en el suelo de su salón la última de las tres cajas que
contenían todos los bienes terrenales de Anahí Puente, le dispararon la preguntita.
Se quedó helado, y no era tan sólo por la temperatura del apartamento, la que
cabía esperar en una casa sin ocupar en mucho tiempo. Pero prefirió no prestar
atención a la pregunta, ni a su propia reacción, y echarse en cambio una bronca por
no haberse acordado de encender la calefacción horas antes. Claro que, horas antes,
él no había sabido que Anahí iba a venir.
Tuvo suerte, y la propia Anahí contestó su pregunta.—Ah, claro. Se me olvidaba. Tú no estás viviendo aquí. ¿Para qué te ibas a
molestar en poner un árbol?
Eso, ¿para qué? Era una cuestión que Alfonso suscribía plenamente. Navidad. Bah.
—Bueno, la verdad es que, aunque estuviera viviendo aquí, dudo mucho que
pusiera un árbol.
En realidad, preferiría no haber sido tan sincero, pero le sorprendió la reacción de
ella, que se echó a reír.
—Ah, por supuesto —dijo, tomándole el pelo—. Eso también se me olvidaba. Tú
eres el doctor Scrooge, ¿no es así?
Se lo preguntaba con una sonrisa, pero, al ver su cara, dejó de sonreír.
—Lo dices completamente en serio, ¿verdad? —le preguntó, evidentemente
perturbada por su expresión—. No habrías puesto ningún adorno, aunque estuvieras
viviendo en esta casa.
—¿Y para qué? Yo no hago nada especial en Navidad. Bueno, es que no la
celebro.
Anahí estaba asintiendo con la cabeza, porque, de repente creía entenderlo todo.
—Perdona, no debía haber dado por supuesto que celebrabas la Navidad, pero es
que tampoco —echó una ojeada a su alrededor— veo que no tienes el candelabro de
los judíos, así que me parece que tampoco celebras Hanukkah.
—Pues no, tampoco.
—¿Y por qué no?
—Porque no soy judío.
—Ah. Pero, entonces...
—Y tampoco celebro la Kwanzaa, como los africanos, ni el Ramadán, como los
musulmanes. Lo digo por si te interesa.
Al parecer, iban a poner unas cuantas cosas en claro.
—¿Eres ateo?
—No. Lo único que sucede es que no celebro la Navidad.
—Pero, ¿por qué no? —insistió ella.
Alfonso empezó a gruñir, y se contuvo al momento, pero la verdad era que no quería
sostener una conversación, así en ese momento, con Anahí, ni con nadie, ni en
ningún otro momento.
—Perdona —le dijo Anahí—, ya sé que juegas a ser el personaje ése de Dickens, el
señor Ebenezer Scrooge, pero, la verdad, no creía que te lo tomaras tan a pecho.
Suponía que, como a muchas personas, te desilusionaba todo el consumismo que
rodea a las fiestas. No me había dado cuenta de que era la fiesta en sí misma lo que
no toleras.Alfonso tomó aire y lo fue expulsando lentamente. Ojalá existiera algún modo de
explicar de forma breve y comprensible lo que la Navidad despertaba en él. Pero, al
fin, impaciente, rezongó:
—No es asunto tuyo, Anahí.
—Vaya —Anahí lo miraba con el ceño fruncido—, mira con lo que sale. Como si
eso le hubiera impedido a él meterse en los asuntos de los demás.
—Tocado —murmuró él.
—Mira, Alfonso, lo único que me parece curioso es que no celebres las fiestas de
ningún modo. Qué sé yo, podía ser un ritual propio, algo tuyo. Es raro, si no se trata
de que tengas objeciones religiosas.
—Bien, pues no todos nos ponemos ñoños y sentimentales porque llegue
diciembre, ¿vale? —explotó, y se arrepintió de inmediato—. Maldita sea, ¿no
podemos hablar de otra cosa?
—Pero...
—Por favor, Anahí.
Con cara de no quedarse convencida, ella asintió.
Alfonso pasó inmediatamente a darle una completa charla sobre los
electrodomésticos y demás tecnología punta del apartamento. Anahí parecía
escucharle con suma atención, asintiendo de vez en cuando, pero sin decir una sola
palabra, y, sin embargo, él sabía que su mente seguía dándole vueltas a la
conversación anterior.
—Oye —añadió, una vez vieron con detalle la cocina—, lo que pasa es que la
Navidad nunca ha supuesto gran cosa en mi vida, ¿lo entiendes?
Ella no mostró ninguna sorpresa porque él pasara de describir el funcionamiento
del triturador de basura orgánica a hacer ese comentario.
—Tu familia no lo celebraba cuando eras pequeño, ¿es eso?
—Ya lo creo que lo celebraban. A su estilo —no puedo remediar la apostilla, así
como tampoco el sarcasmo que teñía cuanto dijo a continuación—. Nuestra casa
parecía la portada de Casa y Jardín. Un abeto de más de tres metros en el salón,
árboles más pequeños en el vestíbulo, el cuarto de estar y el comedor. Pilas de
regalos envueltos en papel metalizado que llegaban al techo. Fiestas, visitas, discos
de villancicos, ponche de Navidad, pastel de Navidad: había de todo. Menuda
inversión hacía mi familia.
—Debía de ser precioso —dijo ella, sonriendo—. A mí me habría encantado pasar
las fiestas en tu casa.
Y él pensó entonces en las guirnaldas de papel recortadas por ella, y el arbolito de
plástico, que con tanto cuidado la había visto meter en una de las cajas. No, no creía
que alguien que ponía tanto cariño para suplir la falta de dinero hubiera sido feliz en
Navidad en su casa.
Alfonso recordaba perfectamente a su madre, quejándose continuamente de todo lo
que había que hacer en Navidad, sobre todo para quedar bien con los demás; de
todas las asociaciones y los particulares que pedían aguinaldos y contribuciones en
esa época del año; de dónde iba a sacar, por Dios, tiempo para una limpieza de cutis,
que necesitaba urgentemente, cuando tenía que organizar un almuerzo para quince
el día de Nochebuena; y «Alfonso, cariño, ese adorno que has hecho en el colegio no
pega con el resto de la decoración, así que lo colgaremos aquí atrás, abajo, donde no
se vea, muy bien, hijo.»
Se acordaba también de los comentarios de su padre, comparando incesantemente
las fiestas organizadas por los Herrera con las de los demás amigos a las que
asistían, protestando por la maldita costumbre de dar regalos a todos sus empleados,
cuando sus empleados cobraban demasiado por el trabajo que hacían, y «Alfonso, cómo
se te ocurre comprarme esta colonia; bien, la has elegido tú y la has pagado con tu
dinero, pero es que los niños no entendéis de estas cosas, hijo.»
—No, no te habría encantado, créeme —le dijo a Anahí—. La Navidad no consiste
en tener los árboles más altos, abrir más regalos que nadie, y ponerse morados un día
tras otro.
Sabía que ella no podía entenderlo si no se lo explicaba mejor, pero le resultaba
imposible hurgar en esos recuerdos. Todo eso había quedado atrás, y no pensaba
malgastar ni un minuto del presente en ello.
—Bueno, un arbolito pequeño... no ocupa mucho lugar.
La miró unos momentos, escrutando la tímida sonrisa de esperanza que se
asomaba a sus labios.
—No te esfuerces, Anahí —contestó, con ternura—. Gracias por tratar de
convencerme, pero... soy una causa perdida. Todo el que me conoce te dirá lo mismo.
Ella entreabrió los labios, y sus mejillas enrojecieron, como si fuera a contestar, a
oponerse, pero no dijo nada. Al parecer, por fin, la había convencido. Debería
congratularse de no tener que seguir dándole explicaciones, pero, en lugar de eso, al
pensar que Anahí ahora sabía qué tipo de persona era, Alfonso sentía que le habían
robado algo. Por un momento, había sostenido en su palma un amuleto maravilloso,
y alguien se lo había arrebatado, o quizá él lo había dejado caer, y se había roto en
mil pedazos.
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regalo de navidad
FanfictionArgumento: No se puede decir que la suerte sonriera a Anahí Puente. Embarazada, sola, no contaba para salir adelante más que con su trabajo de camarera. Y a pesar de todo, no renunciaba a participar en la alegría navideña. Pero lo que no se esperaba...