Capítulo diecisiete

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Al cabo de dos años de la derrota de Voldemort, Harry ya se encontraba recuperado y en su casa. Había decidido vender la casa de los Black que su padrino le había heredado y con lo recaudado, reconstruir la casa de sus padres en el Valle de Godric. Se dispuso a plantar flores en el patio delantero y colocó un cartel de madera en la entrada que decía "Familia Potter". Había adquirido dos lechuzas para que se hicieran compañía y lo ayudaran con las cartas y encomiendas que recibía y enviaba.

En el piso de arriba, donde era su antigua habitación de bebé, había dejado todas las pertenencias de sus padres y suyas, y algunas otras distinciones que había recibido por el Ministerio por haber salvado al mundo. Aunque esto último había colocado dentro de una caja porque no se sentía merecedor de aquella medalla y no quería recordarse de ella cada vez que entrara.

Una siesta de verano, mientras estaba lavando los platos usados para el almuerzo, alguien toca la puerta.

- Hola, lindo. - le saludó el rubio con una amplia sonrisa.

El corazón de Harry empezó a latir con rapidez y sintió sus extremidades adormecidas. Su cara empezo a enrojecer al ver la mirada pícara del rubio que ahora estaba mucho más atractivo de lo que recordaba. Primero que tenía el cabello hasta los hombros y un poco de barba en su mentón, y segundo que ya no vestía esas túnicas oscuras, esta vez estaba muy parecido a la noche del baile de navidad que se celebró en el cuarto año de Hogwarts. Sus pantalones de vestir oscuros y camisa blanca remangada a medio brazo hacían resaltar su trabajado cuerpo. Instintivamente, Harry miró su vestimenta y se horrorizó al notar que vestía unos joggings desteñidos y su camiseta estaba mojada a la altura del obligo por haber estado fregando platos. De repente, pero se sintió más feo y desalineado de lo normal.

- ¿Q-qué haces aquí? - preguntó incrédulo pasando su mano por el revuelto cabello para aplastarlo un poco.

- Tuve que venir al país a retirar unos documentos. - dijo encogiéndose de hombros- y decidí pasar a saludar. Estás ocupado?

- No, emm, recién acabo de... limpiar la casa y estaba por entrar a ducharme.

Draco le respondió con una sonrisa.

- ¿Qui-quieres pasar?

- Oh, claro que si!

Harry cerró la puerta una vez que el rubio entró y lo dirigió a la sala de estar.

- Yo... si me esperas unos minutos, me ducho rápido.

- ¡De acuerdo!

Harry se fue y al cabo de unos segundos volvió

- Ahí está la televisión, y hay unas películas y, bueno, si quieres servirte... - empezó a decir rascándose la cicatriz.

- Oye, tranquilo. - dijo Malfoy colocando su mano en el hombro del moreno. Harry dejó de respirar. Asintió, giró sobre sus talones y se fue.

Al cabo de unos minutos apareció Harry con un aspecto más decente. Se había puesto un jogging nuevo color gris oscuro, una remera lisa negra y unas zapatillas blancas. Su cabello revuelto estaba de mejor aspecto ahora estaba mojado.

Draco, quien se había sentado en el sillón de la sala, lo examinó de pies a cabeza y Harry sintió que se detuvo unos segundos más de lo debido en su zona pelvica.

Harry se aclaró la garganta.

- ¿Preparo un café? Hice bizcochuelo hace un rato, quizás esté ya frío para comerlo.

Draco se incorporó y se dirigieron a la cocina.

- ¿Cómo has estado? - preguntó el rubio

- Bien, estuve unos meses en San Mungo y después dediqué mi tiempo a reconstruir la casa.

Dulce CompañíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora