Capítulo 28

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—¿Veis? —susurró—. Es un nombre que yo ya usaba en Hogwarts, aunque sólo entre mis amigos más íntimos, claro. ¿Crees que iba a usar siempre mi sucio nombre muggle? ¿Yo, que soy descendiente del mismísimo Salazar Slytherin, por parte de madre? ¿Conservar yo el nombre de un vulgar muggle que me abandonó antes de que yo naciera, sólo porque se enteró de que su mujer era bruja? No, Harry. Me di un nuevo nombre, un nombre que sabía que un día temerían pronunciar todos los magos, ¡cuando yo llegara a ser el hechicero más grande del mundo!

—No lo eres —dijo. Su voz aparentemente calmada estaba llena de odio.

—¿No soy qué? —preguntó Ryddle bruscamente.

—No eres el hechicero más grande del mundo —dijo Harry, con la respiración agitada—. Lamento decepcionarte pero el mejor mago del mundo es Albus
Dumbledore. Todos lo dicen. Ni siquiera cuando eras fuerte te atreviste a apoderarte de Hogwarts. Dumbledore te descubrió cuando estabas en el colegio y todavía le tienes miedo, te escondas donde te escondas.

De la cara de Ryddle había desaparecido la sonrisa, y había ocupado su lugar una mirada de desprecio absoluto.

—¡A Dumbledore lo han echado del castillo gracias a mi simple recuerdo! —dijo Ryddle, irritado.

—¡Eso no se le quita de que Albus Dumbledore sigue siendo el mejor hechicero del mundo! —dijo Lyra—. ¡Jamás estarás a su nivel de inteligencia!

—No está tan lejos como crees —replicó Harry.

Ryddle abrió la boca, pero no dijo nada.

Llegaba música de algún lugar. Ryddle se volvió para comprobar que en la cámara no había nadie más. Pero aquella música sonaba cada vez más y más fuerte. Era inquietante, estremecedora, sobrenatural. A Lyra le puso los pelos de punta y le pareció que el corazón iba a salírsele del pecho. Luego, cuando la música alcanzó tal fuerza que la sentía vibrar en su interior, surgieron llamas de la columna más cercana a ellos.

Apareció de repente un pájaro carmesí del tamaño de un cisne, que entonaba hacia el techo abovedado su rara música. Tenía una cola dorada y brillante, tan larga como la de un pavo real, y brillantes garras doradas, con las que sujetaba un fardo de harapos.

El pájaro se encaminó derecho a Lyra, dejó caer el fardo a sus pies y se le posó en el hombro. Cuando plegó las grandes alas, vio que tenía un pico dorado afilado y los ojos redondos y brillantes.

El pájaro dejó de cantar y acercó su cuerpo cálido a la mejilla de Lyra, sin dejar de mirar fijamente a Ryddle.

—Es un fénix —dijo Ryddle, devolviéndole una mirada perspicaz.

GREEN EYES | D.M Donde viven las historias. Descúbrelo ahora