Demasiado Cansado

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Capítulo 5: Demasiado Cansado

Muchos días antes, cuando recién el meteorólogo había anunciado las nevadas, aunque era difícil creerlo, aun si en el cielo se avistaban nubes acumulándose, Lincoln salió una mañana al jardín ornamental con unas tijeras de podar accionadas por pilas. Pensó que el trabajo no le llevaría mucho tiempo, ya que el frío de las noches seguramente habría detenido el crecimiento de esas plantas de setos con forma de animales.

El conejo tenía las orejas un poco peludas y las patas delanteras del perro estaban algo deformes, pero la vaca, los leones y el unicornio estaban perfectamente. Con un sólo retoque bastaría... y entonces, si, que viniera la nieve.

–Buenos días, señor conejo –saludó Lincoln al primer arbusto, en lo que oprimía el botón que ponía en funcionamiento las tijeras y la maquina empezaba a zumbar–. ¿Cómo está la familia? Supongo que numerosa y escandalosa como siempre, ¿verdad?... Oh, ¿veinticinco niñas y un solo niño? Eso si que suena como una verdadera casa de locos, ¿eh?...

Hizo una pausa y se preguntó por qué rayos había salido con eso así nada más.

–Bueno... –continuó–. ¿Qué puedo hacer por ti el día de hoy?... ¿Una recortadita en la coronilla y pulirte un poco las orejas? Como usted mande. Sólo siéntate, relájate y deja que tu buen amigo Lincoln se encargue de todo. Oye, ¿te contaron alguna vez el chiste del ladrón que robó un calendario? Consiguió doce meses... Ja ja ja ja ja ja ja... ¿Entiendes?

Su propia voz le sonó tan estúpida y forzada que se interrumpió y se limitó a seguir trabajando con rapidez. Recortó las orejas del conejo, retocó su cara y le pasó las tijeras por la barriga. En el césped se formó un montón de hojas y ramas, conforme la herramienta ronroneaba con la inquietante resonancia metálica de los aparatos accionados por pilas. El sol brillaba, pero no daba calor. Ya no parecía difícil creer que vendría la nieve.

Una vez hubo terminado, Lincoln se dirigió a la zona infantil y desde allí echó un vistazo al arbusto con forma de conejo. Estaba bien. Ahora sólo tocaba emparejar las patas del perro. Pero cuando iba a empezar de nuevo, un raro impulso lo hizo apagar las tijeras un rato y regresarse a la zona infantil.

–Trabajo, trabajo, trabajo... –refunfuñó camino a la casita replica del Overlook–. Descansaré un rato.

Las ventanas de la casita chirriaron ligeramente cuando Lincoln las empujó y se agachó para asomarse a mirar adentro.

–Fi, fa, fo, fun... –oró con voz de cuento de hadas–. Despídanse de sus camas y sus teléfonos, que aquí viene el gigante a comérselas a todas mientras duermen...

Pero tampoco eso era gracioso. La casita, a lo sumo, alcanzaba la altura de Lily, y su interior no era la gran cosa. Las paredes estaban pintadas de blanco, pero casi todo estaba vacío.

Después fue hasta los columpios, dejó las tijeras de podar a un lado y, tras echar un vistazo para asegurarse de que ninguna de las chicas estuviese deambulando por ahí, se paró arriba de uno de ellos y comenzó a mecerse mientras cantaba:

Lo haremos, podremos, siempre y cuando estemos juntos. Lo haremos, podremos, no nos vencerán. Siempre un plan, en unión, un equipo de amigos. Te apoyaré y tú lo harás también. Estaremos bien...

¡Crac!

En ese momento oyó un ruido atrás de él y se volvió rápidamente, frunciendo el entrecejo, avergonzado, preguntándose si alguien lo habría visto tontear en el territorio de los niños. Recorrió con la mirada los toboganes, los balancines, y un poco más allá a los animales de seto cuyas hojas apenas se movían con el viento. Los leones se agrupaban en torno al camino, como para protegerlo; el conejo se inclinaba fingiendo comer hierba y la vaca parecía estar pastando; el perro seguía echado y el unicornio mantenía la cabeza erguida luciendo su largo y flamante cuerno. Todo estaba como hacía un momento.

El resplan-LoudDonde viven las historias. Descúbrelo ahora