¡Todo Mundo, a Quitarse las Máscaras!

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Capítulo 14: ¡Todo Mundo, a Quitarse las Máscaras!

Al cabo de unos tres minutos, la puerta del ascensor se abrió en la penumbra de la tercera planta. La caja se había detenido antes de llegar a la puerta, por lo que Lincoln tuvo que izarse hasta el nivel del pasillo, retorciéndose penosamente entre quejidos y blasfemias.

Tras él arrastraba consigo el astillado mazo de roque. Fuera, en los aleros, el viento aullaba con fuerza. Sus ojos giraban salvajemente en sus órbitas. Tenía el pelo alborotado y el rostro sucio de sangre y confeti. Poco a poco, las luces en todas las estancias del hotel, en cada planta, se encendieron por si solas.

Allí arriba, en alguna parte, estaba su hermana. Sin nadie que la controlara sería capaz de cualquier cosa, de manchar con sus manos pegajosas el carísimo empapelado, de estropear los muebles, de romper las ventanas. Era una chiquilla igual de problemática que todas sus hermanas, a la que había que castigar... Muy severamente.

¿Lily?... Ven aquí un momento. Te has portado muy mal y quiero que aceptes tu castigo como niña buena...

¡Crash!

En el camino destrozó un espejo que adornaba una de las paredes del pasillo.

Cuanto más pronto empiece, más pronto acabará...

¡Crash!

Con otro fuerte martillazo dejó magullado a un pobre radiador que tuvo el infortunio de cruzarse en su camino.

Papá nunca supo educarlas adecuadamente; pero no importa, que para eso estoy yo...

¡Crash!

***

En la planta baja, madre e hija dejaron de lado el cadáver de Clyde McBride y tomaron caminos separados. Leni fue hasta la cocina, a abrir la despensa y auxiliar a Lynn que se aquejaba de dolor.

Rita, en cambio, subió por las escaleras a toda prisa para ir en ayuda de sus hijas restantes. Para esto se armó con las tijeras de costura, pues sus instintos maternales le dictaban que debía enfrentarse contra lo que sea que se hubiese apoderado de Lincoln, llegando hasta las ultimas consecuencias de ser necesario.

Al llegar a la segunda planta, la puerta de una de las habitaciones al final del corredor más próximo se abrió con un débil chirrido, con lo que pudo presenciar en tiempo real una escena tan inquietante como pornográfica.

Dentro había una mujer enfundada en una fina bata de seda, a quien vio recostada encima de la cama, con la cara de un hombre en botarga de perro hundida en medio de sus piernas abiertas. Su perruno disfraz tenía abierta la parte posterior, dejando así expuesto su trasero desnudo al aire.

Rita ahogó un gemido y se echó para atrás, ante lo cual el hombre perro se apartó de la mujer para que esta se pudiera levantar de la cama y encaminarse a salir por aquella puerta.

La mujer, cuya bata empezó a desprenderse a pedazos, avanzó hacia ella y extendió sus manos, mostrando unos dedos amarillentos, adornados de anillos, verdosos por el orín.

Entra... –susurró, sonriendo con sus labios necrosados–. Ven y únete a la fiesta...

De repente, Rita se vio asediada por unos gritos que retumbaron en su cabeza, a los que siguió un violento disparo.

¡No, por favor, no!... ¡Estoy sangrando, lo noto!≫.

¿En serio? ¿Y notas esto?≫.

¡BANG!

Rita dio media vuelta, con intención de tomar la escalera que conducía a la siguiente planta. La situación no mejoró. Por ahí mismo vio bajando, a pasos entrecortados, a un hombre de traje negro con la cabeza horriblemente agujereada.

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