Aislados por la nieve

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Capítulo 10: Aislados por la Nieve

A primeras horas de la mañana siguiente, Clyde seguía formado en el aeropuerto, apiñado entre una gran multitud de gente, lo que había de esperarse en esas fechas que coincidían con las vacaciones de invierno. Razón por la cual no había encontrado asientos disponibles al primer intento, ni en los vuelos de florida a colorado ni en ningún otro.

Preocupado, el hombre aguardaba a que se desocupase algo, lo que sea que le permitiese ponerse en marcha cuánto antes. En su cabeza las incesantes suplicas de ayuda apremiaban cada vez más fuerte.

≪¡CLYDE!, ¡CLYDE!, ¡POR FAVOR, VEN PRONTO!≫.

La siguiente vez lo asaltó una tenaz jaqueca y un hilillo de sangre espumosa brotó de su nariz.

***

A esa misma hora, Lincoln se había levantado y puesto el abrigo mientras las chicas dormían. Después de lo ocurrido la noche anterior acordaron que debían salir del hotel a como de lugar. Mas, como era una familia democrática, lo sometieron a votación, teniendo como resultado cinco votos a favor y uno, el suyo, en contra.

Suspiró pesadamente, terminado de alistarse. Antes de salir, cobijó a Lily, que dormitaba plácidamente en el otro lado de la cama con su pulgar en la boca, y le hizo una gentil caricia en el cachete.

≪Lo que hace uno por la familia≫, pensó.

Después salió al pasillo y llegó a la habitación en la que dormían Lynn y Lucy, con intención de despertar a su hermana mayor. Sin embargo desistió a ultimo momento y se alejó mosqueando la puerta de la recámara con un ademán.

En el porche se calzó las raquetas para la nieve y de ahí arrancó, tambaleándose a grandes zancadas, rumbo al cobertizo. Al llegar quitó la lona del vehículo para la nieve para echarle un vistazo, quedándose pasmado en el acto, aunque no tanto como las otras veces.

Sobre el asiento del vehículo, reposaba el mismo mazo de roque en posición horizontal (ya no recordaba si lo dejó olvidado en la habitación 217 o si lo había devuelto a su lugar), y en el extremo del mango, más próximo a la cabeza, había prendida una nota en un sobre.

Señor Loud:

Si abandona su puesto,
no se le permitirá regresar.

Att: La dirección.

¡Todo mundo a quitarse las máscaras!≫.

De pronto ya no se hallaba dentro del cobertizo, sino en el despacho; pero no en presencia de Tetherby, sino de la señora Sharon Demonet, a la que pudo reconocer fácilmente aun si no la había visto nunca antes en su vida. A su izquierda, de pie en una pose de lo más formal con las manos puestas tras su espalda, se hallaba Flip en su elegante traje de tabernero.

Lo siento, muchacho, pero no hay segundas oportunidades. Ordenes de arriba.

–¿Arriba? –repitió Lincoln confundido. La tonalidad en su entorno era opaca, como si todo eso fuese una escena de una película antigua–. ¿Habla de Tetherby?

Más arriba –aclaró la mujer de vestir formal–. Nada que ver con ese viejo incompetente. Hablamos de grandes, grandes oportunidades para ti, muchacho. Imagina esto: Lincoln Loud, director en jefe. ¿Te gusta como suena?

–... A caray, eso si me interesa.

Pero no sabemos si tienes las aptitudes necesarias para un ascenso de tal categoría. Este trabajo no es para los cobardes que se dejan mangonear por las mujeres.

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