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Levamos más de 10 días navegando, nada especial, hasta que, de pronto, el cielo se cubre de nubes grises, prometiendo una tormenta primaveral. Me hace sentir un poco intranquila, me crea una sensación extraña en el estómago. Nunca antes había montado en barco cuando la mar está marejada (de hecho, nunca había montado en barco hasta que fui a aquella isla) y hasta ahora había resultado todo muy calmado. Sin embargo, a nadie más parece inquietarle, cualquiera diría que no han levantado la cabeza y no se han dado cuenta del cielo empañado. Pero tienen que haberlo hecho, hay mucha menos luz, solo iluminan la cubierta los escasos rayos que consiguen traspasar las densas y oscuras nubes.

Decido no pensar en ello, al fin y al cabo, no hay nada que yo pueda hacer.

Me acerco al timón, subiendo los escalones de madera que crujen bajo mis pies. Henry apoya las manos sobre el timón, estoico e impasible, como si nada jamás lo perturbara. Tampoco esperaba que a él le afectaran las nubes.

El viento acelera un poco y produce una sensación cortante y fría en la piel. Como si arrastrara pequeñas cuchillas.

Extiendo el mapa a su lado, sobre la madera a la que está adosado el timón. Confío en que no empiece a llover en este preciso momento, no estoy segura de cómo le sentaría el agua, en especial a la tinta. Trazo la ruta que estamos siguiendo con el dedo. Un trueno resuena en el cielo, me sobresalta, el sonido me recorre toda la columna de abajo a arriba, pero me esfuerzo en ocultarlo. Lo único que me faltaba era que pensara que me dan miedo las tormentas como a una niña pequeña, por si no me costara ya conseguir un mínimo de respeto. Otro trueno retumba, aún incluso más fuerte que el anterior.

–Creo que deberíamos desviar el rumbo.– digo, levantando la cabeza en su dirección. Se acerca un poco, mirándome incrédulo.– La tormenta no parece querer amainar, si nos desviamos algo más hacia el sur será mucho más seguro, evitaremos la peor parte que parece estar allí.– Señalo hacia el cielo, donde las nubes se arremolinan, cada vez más negras.

–No. Eso requeriría dar un rodeo demasiado grande. Por esta ruta vamos bien.– lo dice muy severamente, sin ninguna duda, sin siquiera planteárselo. Me esfuerzo por apretar la mandíbula para controlar el enfado que empiezo a notar en el pecho, creciendo. ¿Tanto le costaría escucharme de cuando en cuando? ¿No se da cuenta de que si digo las cosas lo hago por algo?– Es mejor ir cerca de aquellas islas, así no nos perderemos.– Señala al horizonte donde se ve un pequeño archipiélago.

Respiro profundamente, debo tomarme las cosas con más calma. Hablando se entiende la gente, aunque tenga que hablar con un pirata... Bueno, si me enfado todo será peor, ya he comprobado que no da ningún resultado positivo. Y aunque me quedaría muy a gusto, los malos modos no van a solucionar nada. Pero es verdaderamente difícil controlarme. Vuelvo a hinchar el pecho, llenando los pulmones con el aire marino que tiene un olor agradable, al que todavía no he llegado a acostumbrarme, pero que por algún motivo que desconozco me tranquiliza.

–El problema es que esas son islas volcánicas,– explico con la escasa calma que he logrado reunir.– las aguas que las rodean son poco profundas y están llenas de rocas, es peligroso si no se conoce la zona y aún más teniendo en cuenta que la mar empieza a picarse, la tormenta está a punto de estallar.

Como para confirmar mis palabras, un rayo surca el cielo, iluminándolo todo por un breve segundo de amarillo.

–Llevo toda mi vida en el mar, créeme, sé manejar una pequeña tormenta.– Cualquiera diría que le ha sentado mal lo que he dicho. ¿Cómo puede ser tan egocéntrico como para tomarse una advertencia como un insulto a sus capacidades?

–No dudo de vuestras habilidades.– Sí que lo hago.– Ni de que seáis perfectamente capaz de evitar una tormenta.– Claro que sí, no es capaz ni de distinguir un rayo aunque pase por su cabeza.– Pero lo más prudente sería alejarnos un poco más de la costa.– No sé si solo es cabezota o también tiene tendencias suicidas.

Nuevo rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora