IX

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Camino de un lado al otro esquivando personas cuando, en un descuido, choco contra una mujer de espaldas anchas. Empiezo a disculparme y cuando se da la vuelta la reconozco al instante como la frutera a la que compré antes. Me saluda con una sonrisa que yo le devuelvo, parece que ella también se acuerda de mí.

–Me alegro de volver a verte. ¿Estás disfrutando de la fiesta?– Parece una mujer de lo más amable y simpática, pese a que no nos conocemos se muestra conmigo cercana y agradable, algo a lo que no estoy acostumbrada.

–Nunca había estado en una fiesta como esta, así que la estoy disfrutando todo lo posible antes de partir.

–Me alegra oír eso. ¿Te gustaron los mangos?

–Ha sido lo más delicioso que he comido en todo mi vida.– Las palabras salen solas de mi boca, por lo que deben de ser verdad. No sé si pensara que estoy exagerando para alagarla, pero no da muestras de ello. Ensancha su sonrisa, en una muestra de orgullo.

–Lo dicho: son de la mejor calidad.

–No lo dudo.

–Y, ¿qué haces aquí sola?– Parece que se detiene a reparar en mí, observándome de arriba a abajo.– Supongo que ya te has cansado de bailar, ¿no es así?

–Lo cierto es que apenas he bailado una canción.– Gira la cabeza, en un gesto de confusión, pero sin titubear con la sonrisa.– Hace ya bastante rato que ningún muchacho me pide bailar.

Ella se rie con ganas, estruendosamente. Echando la cabeza hacia atrás, la risa de una persona a la que le da igual si alguien la mira.

–Querida, llevas una chaqueta de hombre.– Me señala con un dedo. Yo miro hacia abajo, observando la prenda, sin entender a dónde quiere ir a parar.– Eso es algo muy disuasorio para los muchachos. Pero, además, esa lleva una marca pirata en la solapa.– Me fijo entonces en un pequeño dibujo, en el que no me había fijado antes, que porta la chaqueta a la altura del pecho: una estrella como la de los mapas cruzada por una espada.– Cualquier hombre que aprecie su vida no se acercará a ti. Y supongo que esa era la intención de quien te la haya dado.

Sus palabras calan muy hondo en mi interior, me desequilibran como si de un golpe en el estómago se trataran. Mantengo la sonrisa como puedo, intentando que no se note la furia que me embarga, y con un asentimiento de cabeza farfullo una excusa y una despedida y me aparto de su lado. Me quito la chaqueta con fuerza y la doblo en mi brazo. Camino con rapidez pero ni siquiera sé a dónde me dirijo.

Me siento como marcada, como si no fuera más que ganado, la propiedad de alguien, como si me hubieran puesto una correa al cuello. Pero si estoy aquí es para demostrarle a todo el mundo que yo no soy de nadie, no le pertenezco a nadie más que a mí misma y cualquiera que piense lo contrario se las verá conmigo, puedo apañármelas sola perfectamente, al fin y al cabo siempre lo he hecho.

No sé cuánto tiempo llevo andando, sólo que me duele la mandíbula de apretar los dientes, cuando lo veo, sentado despreocupadamente, rodeado por varias mujeres que no tendrán más que un par de años más que yo, todas riendo coquetamente por algo que acaba de decir.

Noto que la cara me arde, ya no tengo ni una pizca de frío, los ojos me echan chispas. Ni siquiera ha notado mi presencia, o quizá piensa que soy una chica más que viene a coquetear con él (nada más lejos de la realidad), ni siquiera me ha dedicado una ojeada cuando le tiró con fuerza la chaqueta contra el regazo. Todas las chicas sueltas fuertes aspiraciones o grititos, algunas se llevan las manos a la boca, otras me observan con atención.

No creo que le haya hecho daño, aunque eso me encantaría, pero se yergue, sosteniendo la prenda, abriendo los ojos como platos, sorprendido, y pasándolos de su regazo a mi cara. No le doy tiempo a digerir la sorpresa.

Nuevo rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora