VI

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Otro día más, el cielo está despejado y con el sol brillando a lo alto, sin embargo no es un día especialmente caluroso, más bien todo lo contrario, y el mar tampoco está tranquilo como uno pudiera pensar. Todo sucede como normalmente, es decir, discutiendo, porque ya he decidido que es imposible dialogar con este hombre sobre cualquier cosa relacionada con la náutica, no sé si empezar a tomármelo como algo personal. Llevamos ya un rato discutiendo. El resto de la tripulación ni nos mira, ya deben de estar acostumbrados. No me extraña, creo que cuando descubrieron que salía con vida de estas riñas dejaron de darle importancia.

–Es mejor seguir alejándose de las islas.– le digo, con un tono fuerte e irritado, cansada de repetir lo mismo una y otra vez.

–No entiendes nada. Dentro de poco tendremos que parar, para reparar la quilla sin ir más lejos.– prácticamente me grita.– Vamos a seguir la dirección de las islas.

–¿Las mismas cuya costa le hizo ese bonito agujero a vuestra querida nave?– le rebato en tono burlón, pero con la misma actitud.

–¿Qué propones? Seguir semanas hasta que volvamos a avistar tierra, ¿estás loca?

Me harto, estamos entrando en un bucle sin salida. Suelto un suspiro muy exagerado y me alejo, porque me están entrando ganas de zarandearle hasta que entre en razón y, ahora que me siento bastante a gusto con mi vida, esa sería una buena contribución a comprar papeletas para perderla.

–¡¿A dónde crees que vas?!– Me alcanza cuando ya he bajado del timón, me agarra por la muñeca y me obliga a girar para mirarlo. Con un tirón me libero de su agarre y retrocedo un paso, enfurecida, chocándome de espaldas contra el pasamanos.– No vuelvas a irte cuando te estoy hablando.

–¡¿Por qué?! Si no me hacéis caso, ni siquiera me escucháis, no sirve de nada.

Veo una chispa de ira brillar en sus ojos, abre la boca para decir algo pero no llego a escucharlo, porque antes de que pronuncie palabra, el barco se zarandea violentamente, pierdo el equilibrio y caigo por la borda.

Todo sucede muy rápido, veo cómo Henry estira la mano para sujetarme, pero no alcanzo ni a rozar sus dedos. Lo siguiente que sé es que se asoma por la borda mientras yo caigo hasta que llego al agua con un fuerte chasquido. Está helada, me envuelve como un abrazo de hielo. Me encuentro dentro del mar, pataleo y braceo cómo puedo para sacar la cabeza del agua.

–¡Hombre al agua!– Escucho que alguien grita muy por encima de mi cabeza.

Apenas he logrado tomar una bocanada cuando una ola pasa sobre mi cabeza, volviendo a hundirme violentamente. La sal me escuece en los ojos, aunque lucho por mantenerlos abiertos, tengo que ver dónde está la superficie. El agua logra meterse por mi nariz. Intento por todos los medios conseguir aire y subir a la superficie pero es muy difícil mantenerse a flote, nunca había sentido semejante sensación de estar flotando de una forma tan terrible.

–¡Capitán!– Es lo siguiente que escucho. Luego otro gran chapoteo.

No entiendo qué ha pasado hasta que alguien me sujeta por la cintura y me sube a la superficie, sin dudarlo me sostengo con fuerza a sus hombros, pasando mis brazos alrededor de su cuello. Toso, sacando el agua de mis pulmones. Cogiendo aire con ganas.

–¡¿No sabes nadar!?– Reconozco la voz de Henry instantáneamente. Es una afirmación más que una pregunta. Suena como enfadado pero me retira los mechones empapados que me cubren los ojos con delicadeza.

–Creo que ha quedado más que claro.

–¡Vives en una maldita isla!

¿Qué? ¿De dónde ha sacado eso? Caigo entonces en la cuenta de que nos conocimos en una.

Nuevo rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora