XXXV

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Ya hace un par de días que desperté. El viento va a nuestro favor y lleva siendo así desde que conseguimos el tesoro. Sopla con fuerza, por lo que vamos a toda vela. Al fin algo de buena suerte, es reconfortante. Quiero pensar que es una buena señal y que quiere decir que ya está todo resuelto al fin.

El caso es que hay algo que tengo que decirle a Henry con urgencia y me temo que ya no va a poder esperar más. Sin embargo, no veo la hora ni el momento para contárselo, me inquieta profundamente. Llevo mucho tiempo buscando la forma correcta mas empiezo a creer que no hay ninguna.

Terminando la tarde, llegamos a una isla. Esta es una isla bonita. Hace un día especialmente cálido, muestra de que el verano está a punto de instalarse. Las hojas y las plantas verdes se mecen tranquilamente con la brisa, como si todo estuviera tranquilo. Atracamos en el puerto para repostar y, principalmente, para descansar. Todos se merecen un buen descanso. Sobretodo ahora que todos tienen oro para gastar, o más bien derrochar.

Me encuentro en la cubierta, disfrutando del paisaje y de los rayos de sol, cavilando sobre cuánto me encanta el olor del mar, la mayor parte de la tripulación comienza a salir a cuentagotas, cuando Pablo y Diego se acercan a mí.

–Señorita Anne,– inicia Pablo, para luego aclararse la garganta. Me vuelvo sorprendida, parecen serios e incluso incómodos.– quisiera daros esto.

Me tiende una bolsa de cuero, no muy grande, sin adornos. Extiendo la mano para recibirla y, en cuanto la suelta, el brazo me cede bajo su enorme peso, por poco se me cae.

–¿Qué es esto?

La abro, solo para descubrir que está llena de monedas. Siento un calambre recorrerme el cuerpo, no entiendo qué es esto. Levanto la cabeza de golpe, desconcertada. ¿Qué es lo que me dan?

–Es la parte de Alex.– Esas palabras bastan para arrebatarme todo el calor del cuerpo. Por desgracia, no acaban ahí.– Queremos que vos la tengáis, ya que fuisteis vos quién vengó su muerte.– Hace un gesto solemne con la cabeza, ambos erguidos, sacando pecho, como si fuera un acto que requiere de respeto.

Las manos me tiemblan pero me esfuerzo por ocultarlo apretando el objeto, no puedo creerlo, me siento como si volviera a estar a su lado, mirándolo desangrarse sobre el suelo.

–Lo lamento, mas me es imposible aceptarlo, no lo merezco.– intento desesperadamente devolvérsela como si quemara la piel, pero retroceden sin ni siquiera hacer amago de tomarla.

–Lo hacéis. Vos acabasteis con Barbanegra, lo vengasteis.

Golpeo el saco contra mi falda al dejar caer los brazos, no puedo soportar su peso ni un segundo más.

–Pero no pude salvarlo.– Me muerdo el labio para evitar que un sollozo salga y siento que si sigo me haré sangre, sin embargo, no me importa, esto me duele mucho más.

Diego se acerca y sujeta mi mano y las monedas entre las suyas, cerrando mi puño a su alrededor. Lo hace con cuidado, como le sujetaba la mano a Alex, solo que ahora soy yo la que siente que se va a morir.

–Nadie pudo.– susurra, sintiendo cada sílaba y yo intento que las lágrimas no me venzan y no lleguen a pasar la barrera de mis ojos, aunque me cueste retenerlas, porque sé que si empiezan, no podré parar nunca.– Lo intentasteis, eso es más que suficiente. Podéis deshaceros de esto si es lo que deseáis, pero él hubiera querido que lo tuvierais.

Me suelta y yo aprieto con tantísima fuerza el objeto que ahora me tiembla todo el brazo. Aprieto los dientes, la garganta me arde como si hubiera estado tragando arena. El corazón me palpita tan rápido y fuerte que me desgarrará el pecho.

Nuevo rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora