XVI

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–Esto se está llenando de agua.

Por la mirada de Henry comprendo que sabe a qué me refiero. Necesitamos salir de aquí cuanto antes, no tenemos mucho tiempo.

–¡Volvamos sobre nuestros pasos!

Corremos a la puerta que da al pasillo, tarde. Se cierra con un estruendo. La golpea con un puño, frustrado.

El agua me llega casi a las rodillas, cada vez es mas difícil moverse. El gorgoteo no me deja pensar con claridad.

–¡Vamos por la otra salida!– grito, haciéndome oír por encima de todo el ruido. Cada vez me cuesta más dar simples pasos.

Intentamos acelerar lo máximo posible, esta compuerta parece deteriorada, va con lentitud.

Nos lanzamos a las escaleras y pasamos por los pelos, agachándonos. Se cierra con un golpe y el agua deja de pasar.

–Por aquí... parece que hay otra estancia...– Casi no puedo hablar, estoy sofocada.

La puerta que da al exterior está cerrada pero a la mitad de la escalera la pared se abre a la derecha.

Entramos. Se expande bastante. Hay algunas enredaderas por las paredes y algún que otro pequeño árbol. El ambiente es un poco húmedo. Al menos aquí no hay agua.

Empiezo a recuperar el aliento y según me va invadiendo la calma, me aparece otra emoción. Me vuelvo hacia Henry.

–¡¿Se puede saber qué demonios habéis tocado?!– grito, ahora sí estoy gritando.

–¡No he tocado nada!

Me llevo las manos a la cara. Calma. Calma.

–Da igual.

–Os juro que no he tocado nada.– Lo miro través de los dedos, parece sincero.– Ni siquiera sin querer. He tenido cuidado.

–Puede que... La isla solo se puede ver un día cada 28, puede que el templo se cierre por la noche, ya ha anochecido.

–Tal vez.

–Y tenemos que encontrar la llave de la puerta, la que da al tesoro de verdad, además de las piezas que le faltan. Tal vez ponga algo sobre ello en el mapa...– El mapa... ¡Mi mapa!

Mierda, espero que no se haya mojado. Rebusco a toda velocidad entre mis cosas. Lo saco y lo reviso. Suelto una bocanada de aire. Está seco. Menos mal. Hubiera sido lo último que me faltaba.

–Ya nos preocuparemos por eso. Ahora tenemos cosas más importantes que hacer si queremos sobrevivir esta noche. Como hacer un fuego, por ejemplo.

En cuanto lo dice soy consciente de que estoy empapada y que, si ya de por sí no hacía calor aquí dentro, la temperatura no deja de bajar.

–Tenéis razón, vamos a recoger madera para prender una fogata.

Asiente con la cabeza y pasamos el rato siguiente recogiendo ramas secas y palitos para depositarlos en un montón (tarea algo complicada en esta oscuridad) que Henry se encarga de colocar correctamente mientras que yo busco dos piedras adecuadas y unas cuantas hojas.

Pongo las hojas sobre la leña y entrechoco las piedras. Las chispas tardan lo suyo en prenderlas pero una vez que lo hacen, las meto entre los palos y enseguida empieza a extenderse la llama. Ha sido difícil hacer todo esto con los dedos congelados, casi sin sentirlos. Y sé que la débil llamita que casi no ha empezado a tomar forma no produce apenas calor, pero es tan agradable y empiezo a tener tanto frío que parece que estoy sentada delante de una gran chimenea. Como si las manos me ardieran, pero de dentro hacia fuera.

Nuevo rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora