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Esta es una isla bonita y es una pena no poder disfrutar un poco más de ella, bueno, al menos de su paisaje, porque su gente es en su mayoría indeseables que huyen de la ley. Un lugar perfecto para llevar a cabo mi plan.

Es un día cálido, la primavera ha llegado para quedarse y todo lo percibe. Las flores empiezan a florecer, la hierba y los árboles tienen un verde más intenso y el mar, tranquilo, chispea bajo los brillantes y cálidos rayos de sol.

El tacón de mis zapatos hace ruido sobre las tablas húmedas del puerto con cada paso que doy. Inspiro una gran bocanada de aire marino y salado. Unos hombres cargan sacos y cajas a un navío. Me acerco tranquilamente, con la mirada fija en el suelo, siguiendo los clavos de las tablas. Ni se percatan de mi presencia. De hecho, nadie parece ni verme hasta que subo la rampa y me encuentro en medio de la proa. No puedo creerlo. Menudos piratas de pacotilla. Todo el mundo parece muy ajetreado, pero ¿tanto para no notar que alguien desconocido se ha colado a bordo a plena luz del día? ¿Y estos son los piratas más temidos de los mares?

–Eh, tú.

Bien, parece que al fin alguien me ve. Ya comenzaba a pensar que me había vuelto invisible. Levanto la cabeza, solo un poco, hacia la persona de la que había provenido el grito. Un hombre joven, ropa negra, botas de cuero y chaqueta larga, se acerca caminando con superioridad, con la mano en la empuñadura dorada de su espada ceñida al cinturón. Pelo negro algo revuelto, barba de apenas un par de días y unos ojos tan azules como el propio mar a nuestro alrededor. Apuesto, sin duda, como cuentan los rumores. Nunca antes lo había visto pero no es difícil averiguar quién es. Su reputación le precede. Ni mas ni menos que el capitán Henry Williams, buscado y temido a partes iguales en todo el Caribe. Justo quien yo esperaba. Es bueno ver que no todos están dormidos en esta nave. Vuelvo a agachar la cabeza para no mirarlo a los ojos.

–Lo siento, encanto,– dice cuando llega hasta mí, su tono suave, mucho más que antes, con un toque de superioridad. Varios de sus hombres se giran para ver lo que sucede. Yo me ciño la pamela tirando del ala hacia delante para que casi no pueda ni verme la cara.– pero estamos a punto de zarpar. Ahora no es un buen momento.

No comprendo a qué se refiere en un primer momento. Siento ganas de soltar una carcajada por su comentario creído, pero me contengo perfectamente porque la ira que me produce es superior a la gracia.

–Me temo que no he venido por asuntos de placer, capitán. Mi nombre es Anne Rivera y he venido para negociar.– Mi voz es firme, sin rastro de vacilación.

Veo el desconcierto pasar como un fantasma por su rostro, solo un instante. Se ríe, él y el resto.

–Mira, encanto...

Le corto, no me gusta su falta de respeto. Ni su tono. Ni su sonrisa.

–Señorita Rivera para vos.– digo seria, forzándome a no levantar la vista y encararlo.

–Como queráis, señorita Rivera.– remarca la palabra a modo de burla, como si me diera la razón por el mero hecho de que soy tonta y quiere seguirme la corriente.– Pero el caso es que yo no hago negocios con mujeres.

–Ni siquiera habéis escuchado lo que tengo para ofreceros.– replico con el mejor tono que tengo, cosa que me cuesta ahora mismo.

–Tenéis razón, pero dudo que tengáis algo que pueda interesarme.

Una sonrisa se escapa de mis labios. Qué equivocado está. Meto la mano en mi zurrón y mis dedos se topan con el pergamino enrollado que está allí, lo saco.

–Interesante, porque he oído que vais detrás del tesoro de las sirenas.– su expresión se torna algo más seria, pero solo por un segundo, en seguida vuelve a su cara divertida, quitándole importancia.

Nuevo rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora