XXXIX

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Asiente con la cabeza, comprendiendo la gravedad del asunto. Da media vuelta y en cuestión de un minuto, ha preparado su zurrón y sale con él colgado del hombro.

No perdemos ni un instante más. Agarro a Henry de la mano y salimos corriendo como vinimos.

La mujer de la entrada nos dirige una curiosa mirada, al vernos salir con otro hombre más. Ni me imagino lo que estará pasando por su mente, pero ni siquiera hace amago de dirigirnos la palabra.

La calle está despejada. Así que no nos detenemos por nada.

–Por aquí.– grito, señalando hacia una calle que gira a la derecha, hacia la costa. Se vislumbra el mar desde aquí, las olas creciendo desde lejos hasta llegar a romper a la costa. Y todo iluminado por el sol, brillando bajo la luz. Nunca me había parecido tan hermoso, solo ansío llegar a él. Me vuelvo para mirar a Henry y, soltándole la mano, le digo:– Adelántate y prepáralo todo para zarpar.

Asiente con la cabeza y acelera el ritmo para adelantarse a nosotros.

Ya se ve desde aquí nuestro barco. No queda nada.
Entonces, alguien agarra la correa de mi bolsa por detrás. Y por poco me caigo. No consigo que mis pies paren y la fuerza que me retiene no flaquea, tirándome del pecho. La fuerza de la correa me saca el aire de los pulmones. Así que boqueo mientras miro a quién me retiene. Y si no lo viera con mis propios ojos juraría que estoy viendo un fantasma. Es Fernando, mi supuesto prometido. Me agarra firmemente de la muñeca. Intento revolverme con todas mis fuerzas.

–¿A dónde crees que vas?

–¡Suéltame!– grito, cuando consigo recuperar el aliento suficiente para ello, cansada y sin demasiado volumen.

–¡Anne!– me llama Henry, que con el grito se ha dado la vuelta y vuelve lo más rápido que puede. Al igual que mi tío.

Sigo intentando liberar mi muñeca pero me aprieta tan fuerte que sus dedos comienzan a marcarse en mi piel y tengo que controlarme para no revolverme.

–Tú vas a convertirte en mi esposa.– me dice, con los dientes apretados. Sumando su otra mano.

–Jamás.– le aseguro, echándome hacia atrás. Y cuando tira de mí, le asesto con la fuerza de la inercia un puñetazo justo en su nariz. La cabeza se le va hacia atrás sin que pueda remediarlo, bruscamente. Y se lleva ambas manos a la cara, ya cubierta de sangre que se desliza de su nariz. Termina por doblarse sobre sus rodillas hasta caer de rodillas con las manos en la cara.

En cuanto soy libre, salgo disparada como una bala.
A los pocos pasos, choco con Henry, que mira por detrás de mi hombro impresionado. Y que luego me dirige una mirada que calificaría entre otras cosas como aprobadora.

–¡¿Dónde creéis que vais?!– vocifera mi padre, dirigiéndose a toda prisa hacia nosotros.

No pensamos en esperarlo. Escapamos volando hacia la nave.

–¡Levad anclas!– ordena Henry desde lejos.

Para cuando estamos subiendo la pasarela, el navío ya se está alejando de esta costa infernal a toda velocidad. Recogemos la pasarela. Mi padre cae de rodillas en el muelle, lanzando un juramento al aire.
Me despido de él con la mano. Confío en que esta ha sido la última vez que nos veamos.

–¿Estás bien?– inquiere Henry levantando con cuidado mi brazo.

Lo miro fijamente, por un instante, admirándolo. Luego, me invade una risa. Y lo agarro por el pecho de la camisa y lo atraigo hacia mí para poder besarlo.

–Estoy mejor que nunca.

–Muchacho, lo hemos conseguido.– anuncia el señor Velázquez para después darle unas palmaditas a Henry en la espalda.

–Señor Velázquez, con vos quería hablar. Vos sois mi segundo de abordo, aquí en mi barco tenéis poder, así que me gustaría que nos casarais.– comenta, rodeándome la cintura y pegándome a él.

–¿Ahora?– inquieto sorprendida, volviéndome hacia él, que no parece tener ni una pizca de duda, habla muy en serio.

–Considero que no podríamos elegir un momento mejor que este, con tu tío y nuestra tripulación como testigo y tú vestida de novia.

Es cierto que aunque no me guste demasiado, no vale la pena desperdiciar este vestido. Paso la mano por la falda brillante y con vuelo. Asiento con la cabeza, esbozando una sonrisa.

–Está bien.

–Pues no se hable más.

Henry me toma por las manos, colocándose frente a mí. El resto se acerca rápidamente. Y mi tío me mira con algo así como añoranza, como si le diera pena verme así, como si estuviera a punto de marcharme.

Ojalá estuviera aquí mi madre para poder verme, para que pudiera estar con mi tío. Lamento que nunca pudieran tener esa oportunidad, pero yo he cumplido mi promesa y no voy a dejar que el amor se me escape de las manos.

Así que me concentro en los ojos de Henry, que no se apartan de mí ni por un segundo. No pienso volver a perderlos de vista.

El señor Velázquez pronuncia unas palabras y se escuchan unas risas. Pero, sinceramente, no lo estoy escuchando. Solo vuelvo a la realidad, saliendo de las pupilas de Henry cuando lo veo (mas que oírlo) pronunciar el sí quiero.

Parpadeo y me concentro cuando el señor Velázquez se dirige a mí.

–Y tú Anne Rivera, ¿tomas a Henry Williams como tu esposo?

–Acepto.– me apresuro a decir y no esperamos a que nos declaren como marido y mujer, nos juntamos en un beso.

Una oleada de aplausos resuena. Y aún sin separarnos escucho al señor Velázquez murmurar las palabras.
Nos separamos solo para contemplarnos el uno al otro con una sonrisa y pienso que puede que mi travesía haya llegado a su fin pero este también debe de ser el comienzo de una gran aventura.

...

Hemos atracado en un puerto del continente. Mi tío va a establecerse aquí, le he dado la parte del tesoro que debía haberle correspondido a Alex y va a comprar un local y a establecer su propio negocio. Es un lugar muy bonito. Henry y yo nos hemos despedido de todos, ha sido un momento triste y emotivo pero Henry y yo hemos decidido que queremos recorrer el mundo y, pese a que he insistido en que podíamos hacerlo en su navío, ha dicho que lo mejor sería abandonar la piratería, que el señor Velázquez tomará perfectamente su relevo.

Así que nos encontramos en una colina, dispuestos a tomar un carruaje, contemplando nuestro barco mientras lo cargan para alejarse del puerto.

Lo abrazo por la cintura y rodea mis hombros y apoya su barbilla en mi cabeza, pegándome a su pecho.

–Aún no es demasiado tarde.– le susurro, porque como yo, no le quita ojo.

Niega suavemente con la cabeza.

–No, no me arrepiento.

–¿No echarás de menos el mar?

Me aleja lo justo para poder mirarme fijamente a los ojos.

–Tú eres mi mar.

No puedo resistirme y lo beso, para volver a abrazarlo al separarnos.

El carruaje llega poco después. Así que, agarrados de la mano, salimos corriendo tras él, riendo. Y, por un momento, pienso que tal vez sí que se haya cumplido su maldición.

Nuevo rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora