El tercer día del viaje lo dedico a entrenar.
La "tregua" que Henry me había dado tras estar en el templo (que se limitaba a entrenar con algo más de calma) se ha acabado por completo. Posiblemente está enfadado conmigo, mucho. Porque desde primera hora de la mañana insiste en combatir y no me da ni un momento de descanso. Solo paramos para comer y yo ya no puedo ni con mi alma. Solo me apetece tumbarme y apenas si tengo fuerzas para levantar la cuchara y no quedarme dormida en mi silla.
Soy una ilusa, porque cuando creo que ya hemos acabado Henry me vuelve a arrastrar a entrenar con la espada, con una agresividad y una fuerza mayores que habitualmente. Y no terminamos hasta el anochecer. Para entonces tiemblo como una hoja, las piernas no me sostienen y no puedo levantar la espada. En lo único en lo que puedo pensar es en meterme en la cama y no me molesto en ir a cenar. Antes de irme, Henry parece bastante complacido. Le dedico una maldición que no tengo fuerzas para pronunciar en voz alta.
Cuando me despierto, bien pronto, me duele todo, pero no tanto como el primer día. No son las mismas agujetas punzantes, es más un dolor presente, leve.
Tras vestirme y salir a cubierta veo la tierra allá a lo lejos en el horizonte.
No nos queda mucho para llegar.
No sé qué es lo que va a suceder, ni qué es lo que me voy a encontrar en ese lugar. ¿Vamos a ver a un pirata? ¿Algún coleccionista de tesoros? Para conseguirlos no suele ser suficiente el dinero, sino la sangre. Es muy probable que ese sea un lugar depravado, hogar de un sanguinario. Ese pensamiento me provoca un escalofrío. Me niego a seguir por ese hilo de mi mente. He conseguido salir de ese maldito templo airosa, esto no puede ser nada para mí.
–Anne.
Me giro para ver a mi capitán. Por su tono suave pero insistente deduzco que no es la primera vez que me llama.
Espero a que hable.
–Ya estamos a punto de atracar, en una hora más o menos llegaremos a puerto.
Asiento con la cabeza, procesando la información.
–¿Al final sigues obcecada en ir?
Ni siquiera pienso la respuesta, no. Contesto instantáneamente. No le dejaré comerme la cabeza o minarme el ánimo.
–Por supuesto.
–Entonces tienes que prepararte.
Le sostengo la mirada, sopesando las palabras, intentando desentrañar algo que no llego a entender pero que va implícito en ellas.
–Ya estoy preparada.
–No,– Me repasa con la mirada de arriba a abajo, observándome con calma, con todo el tiempo del mundo, como si se deleitara con la vista.– no podéis ir así.– Sonríe pícaramente. Yo entrecierro los ojos, no creo que me guste lo que va a venir a continuación.– Quiero que os pongáis esto.– Saca una prenda doblada que hasta ahora no había visto en su mano. La sostiene por la parte de arriba y la deja caer para que pueda observarla.
Es un vestido, si así se le puede llamar. La tela es color vino, intenso, al menos la poca que tiene. Sus mangas son unas tiras que van alrededor de los brazos, dejando los hombros al descubierto. Y el escote... del escote prefiero ni hablar. La espalda tiene también una buena franja al descubierto y la falda es fina y simple con solo un poco de vuelo. Prefiero no pensar en de dónde demonios ha sacado eso y por qué lo tiene en su poder. Tras analizarlo y alzar las dejas, devuelvo mis ojos a los suyos.
–¿Y dónde está el resto?– respondo sarcásticamente. Abre la boca, divertido, pero no le dejo continuar.– No pienso ponerme eso, jamás.
–Entonces quedaos en el barco.
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Nuevo rumbo
Historical FictionAnne hará lo que sea para conseguir el tesoro. Incluso trabajar bajo el gobierno del capitán Williams, que quiere obtenerlo tan desesperadamente como para cooperar con ella. Ambos tendrán capear tormentas, inconvenientes y enemigos. Solo queda por v...