XVII

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Henry

Su pelo y su nariz me rozan suavemente el cuello. Siento su respiración en la piel, contrasta con el frío aire.

Con todo lo que se ha resistido y se ha dormido en seguida, en fin, es una cabezota.

Por el contrario, yo no puedo dormir, no sé qué me pasa. Llevo toda la noche subiendo y bajando las manos por su espalda, de su pelo a su cintura, no puedo parar de pensar en lo que me ha contado. La verdad es que no sé mucho sobre ella pero no me hubiera esperado eso. ¿Cómo tiene que odiarte alguien para hacer eso? Ni siquiera a ti, a tu familia. Pero, ¿a una niña? Me parece algo horrible, me hierve la sangre.

Bajo, bajo hasta que las puntas de mis dedos rozan una tela, la única prenda que lleva. Tomo una bocanada de aire. Si se despertara ahora mismo me mataría, así que decido volver a subir.

Dios, no tengo sueño y, por el contrario, llevo ya una temporada durmiendo mal, no puedo conciliar el sueño, todo por este estúpido tesoro y ahora resulta que nos falta una llave y no sé qué diablos más.

Noto cómo se tensa bajo mis dedos. Aprieta las manos. Tiene una pesadilla, estoy seguro. Esta mañana, cuando fui a despertarla, me quedé un rato mirándola, apoyado en el marco de la puerta, porque estaba durmiendo plácidamente, hecha un ovillo, con las manos cerca de la cara y el pelo disperso en ondas a su espalda, como si fuera una sirena. He de decir que puede que me diera hasta algo de envidia lo bien que se la veía durmiendo, pero, de repente, le pasó lo mismo que ahora, una pesadilla. Me pregunto qué estará soñando.

Tras un rato vuelve a relajarse, supongo que su mente habrá saltado a otra cosa, pero entonces pasa algo bastante peor. Tose, solo una vez, como si se aclarara la garganta. No me gusta ni un pelo. Hoy hemos pasado frío, nos hemos mojado y el tiempo no ayuda para nada. Lo peor que podría pasar ahora es que enfermara. No, no, no, eso sí que no. Subo la manta hasta que le llega a la mandíbula y la aprieto más contra mí, no ayudará de mucho pero algo es algo. No vuelve a repetirlo, pero me es imposible saber si tiene frío, yo no tengo, pero soy bastante más grande.

Suspiro, tengo que hacerme con ese maldito tesoro y acabar con esta dichosa aventura cuanto antes.

Casi sin darme cuenta, los escasos huecos del techo se rellenan otra vez con luz poco a poco, indicando que el sol se ha levantado de nuevo y yo apenas si he dado un par de cabezadas. Anne sigue durmiendo tranquilamente. Estoy dudando en si despertarla o dejarla dormir un poco más, ayer fue un día duro, pero da igual, porque un desagradable y enorme sonido chirriante inunda el ambiente.

Miro a todos los lados, sorprendido, no veo nada raro.

Pero el sonido es tan fuerte que, por supuesto, no le pasa desapercibido a Anne. 


Anne

Un sonido increíblemente desagradable me despierta. Abro los ojos de par en par, alerta, buscando el origen del perturbador ruido.

Me incorporo de golpe, no sé dónde estoy, el frío me recorre con un soplido helado que primero siento en la espalda y luego en el pecho, solo veo piedra por todas partes, luego los restos de una fogata y ropa... mi ropa, no, no solo mi ropa.

Los recuerdos se acumulan de pronto en mi cabeza. Vuelvo la cabeza como un látigo y me encuentro con Henry, con su mirada. Tengo las manos apoyadas en su pecho, así es como me he levantado. Se incorpora al instante y ahora me encuentro sentada en su regazo (como antes) pero con su rostro a centímetros.

–Voy a ver qué ha sido eso.– Me cuesta un poco procesar sus palabras, pero agarra mi cadera y me lleva a un lado, bajándome de él, y se levanta.

Nuevo rumboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora