2. Psicología

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"Bip, bip, bip..."

Kyle se tapó la oreja con una de la media docena de almohadas con las que dormía. Con las persianas bajadas, una escasa cantidad de sol mañanero se asomaba a través de los listones, llenando el dormitorio de un resplandor nebuloso. Estaba claro que ya era de día, para cualquiera que se molestase en mirar.

El molesto pitido continuó. Con un fuerte gemido, Kyle se levantó y golpeó el despertador, tirándolo al suelo. Subiéndose las sábanas hasta la barbilla, se buscó una posición cómoda bajo las mantas. Su mejilla acarició el satén de la almohada y sus pesados párpados se cerraron, para abrirse al oír el timbre. Éste siguió sonando, como si estuviera asegurándose de que no lo ignoraban.

— Más te vale que sea importante, Ike. — refunfuñó el joven, deshaciéndose de las mantas.

Pocas personas se aventuraban a llamar a su puerta antes del desayuno, aparte de su hermano, que tenía fama de llegar sin avisar. Metiendo los brazos en su bata, Kyle salió descalzo al pasillo. La luz del sol que entraba por las ventanas abiertas le hizo entrecerrar los ojos y tantear el pomo de la puerta.

Siempre había pensado que la mujer que le miraba desde el umbral era guapa. Leslie Meyers se parecía mucho a su madre hace treinta años, con esos encantadores ojos negros y su buen vestir. Sin embargo, antes del café, Kyle no se sentía muy propenso a socializar ni a preocuparse por su propia apariencia.

Medio bostezando, saludó a su visitante:

— Leslie, ¿qué haces aquí?

— No te preocupes, mi padre no me ha mandado a darte un sermón.

Miró por encima del hombro antes de avanzar hacia el apartamento, apartando la puerta de las manos somnolientas de Kyle y cerrándola como si quisiera evitar que algo la siguiera hacia dentro.

— ¿Qué tal te encuentras?

— Lo reconozco, tu padre sabe hacer un buen Manhattan. —  contestó Kyle con sarcasmo, mientras se llevaba una mano en la cabeza. — Debería haber parado después de la primera copa.

La joven se dejó la chaqueta de cuero puesta y empezó a merodear por la sala de estar con algo de inquietud.

— Pensaba que habías renunciado... — comentó Leslie de improviso.

— Pensaba que no estabas aquí para darme un sermón.

Leslie se sonrojó débilmente.

— Lo siento. Es por hablar tanto de Sarah. Me pone nerviosa.

Kyle enarcó una ceja.

— ¿Estamos hablando de tu hermana? Anoche estuve sentado en ese bar durante tres horas, y creo que no te escuché decir ni diez palabras.

— Bueno, después de que papá regañara a mamá por hablar con ese otro reportero, no me apetecía mucho compartir información.

Era obvio que las cosas estaban cambiando.

— Te lo preguntaré de nuevo: ¿por qué estás aquí, Leslie? — dijo Kyle, mientras jugueteaba con los flecos de su bata.

Algo en el lenguaje corporal de la muchacha le hizo pensar que quizás ésta estaba algo nerviosa por lo que pudiera decir.

Leslie metió la mano en el bolsillo y sacó una postal. Dando unos pasos hacia delante, se la entregó al periodista.

— Nos llegó esto dos días después de la desaparición de Sarah.

Antes de que su mano se cerrara sobre el papel, el pelirrojo supo que no la quería. Intentó devolvérsela, pero Leslie levantó la palma de la mano y se apartó. Kyle bajó la vista para echar un vistazo a la escritura; la caligrafía era tosca y difícil de leer. El matasellos era del 19 de marzo.

El Crimen Perfecto (Kyman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora