14. Educación Física

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El aroma de un cigarrillo luchaba con el elegante olor a cuero del coche mientras las puertas de éste se cerraban automáticamente. El vehículo se movía, y en lugar de un chófer charlatán que les preguntaba adónde querían ir, esta vez había dos personas silenciosas delante. Eric pudo distinguir las siluetas oscuras a través del plexiglás elevado. Inquieto, se dio cuenta, demasiado tarde, de que había roto una de sus otras reglas: no aceptar que un desconocido le llevase en coche.

¡Idiota!

Pero en deferencia al hombre que le acompañaba, se limitó a murmurar:

- Oh, vaya.

- ¿Qué has olvidado? - preguntó Kyle, al mismo tiempo que alcanzaba la cubierta alfombrada que ocultaba el panel de control de la "pared" de privacidad. - Sólo le diremos a mi primo que tenemos que volver.

Al pulsar el interruptor, Kyle dio al aparato tiempo más que suficiente para responder antes de volver a pulsarlo; todavía no había movimiento en la mampara de plexiglás.

- Puede que esté roto. - supuso, mientras se volvía hacia su compañero de asiento.

- Sí, es una posibilidad.

Eric jugó con los delgados controles plateados de la manija de la puerta. Tanto las ventanas como las cerraduras se negaban a moverse como si toda la energía eléctrica fuera absorbida por la barrera metálica.

Kyle levantó la mano hacia el cristal tintado y le dio un rápido golpe.

- ¿Primo Kyle?

La cabeza se inclinó hacia un lado mientras miraba a Eric, vio que la preocupación llenaba sus ojos mientras observaba más allá de los asientos de delante. En Nueva York, había un código; no se mataba a la policía ni a la prensa porque a menudo daba lugar a más preguntas de las que cualquiera pudiera resolver. Pero esa misma cortesía no se extendía a Chicago y a sus residentes, y Eric tenía la sospecha de que alguien del bando de Gary Harrison les estaba llevando ahora.

- ¿Qué...? - empezó a preguntar Kyle, pero se giró al oír el ruido de la mampara bajar.

No fue lo suficientemente rápido para evitar el pequeño chillido de sorpresa que se le escapó al saltar. Aterrizó de sopetón en su asiento, y un remolino de cigarro le siguió hasta donde estaba sentado.

Christophe DeLorne miró de reojo a los pasajeros.

- Hola, Cedric. Menos mal que os he visto a vosotros dos... - sonrió mientras añadía: - Hay gente muy mala por aquí. Alguien os podría quitar del medio de un plumazo...

Su acompañante en el asiento del copiloto se rió; era uno de sus matones, sin duda. Kyle no lo reconoció.

- ¿Dónde está mi primo Kyle? - preguntó.

Poniendo los ojos en blanco, Christophe se quejó:

- Me siento herido. ¿No me dices ni un "hola" ni un "gracias por el viaje"?

El ojiverde se inclinó hacia delante.

- Te acabo de hacer una pregunta. ¿Dónde está mi primo Kyle?

- Por ahí fuera. ¿Por qué te importa?

- Porque es de la familia.

- Difícilmente eres alguien leal. - dijo "El Topo", señalando a Eric. - ¿Piensas que, juntándote con ese tío, va a cambiar lo que eres?

- El cambio es inevitable.

Una mano se aferró a su estómago y la otra se dirigió a la muñeca de Eric. Éste miró hacia abajo, notando la muestra de solidaridad, pero comprendiendo que aún seguían atrapados.

El Crimen Perfecto (Kyman)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora